aldo luis novelli

Para quién se escribe?


Empecé a escribir en la pubertad para mí mismo. encerrado en mi pequeña torre de marfil, una miserable pensión de una ciudad nefasta.
Un día abrí la puerta y salí al mundo y descubrí que nadie me conocía, que el mundo era inmenso y ajeno, entonces regresé a mi buhardilla y me puse a escribir para el mundo. Salía a caminar, hablaba con desconocidos y escribía sus historias de fracasos y deseos irrealizables.

Hasta que un día, el mundo entró en mi habitación y me empujó afuera, entonces ya no era el mismo mundo, tuve que ganarme el pan y encontré hombres y mujeres que no tenían pan en su mesa.
En esa época, golpeado y pisoteado por las patas salvajes del mundo, empecé a escribir para cambiar ese mundo, empuñé un arma cargada de futuro y salí a luchar por maravillosas e inalcanzables utopías.
Hasta que el mundo con sus golpes me laceró el cuerpo, me encerró en una cueva oscura y me gritó: “perdiste estúpido idealista, nosotros ganamos”, entonces, en ese oscuro hueco me puse a escribir para salvar mi propio culo.
Después los años sucedieron a los días y cuando me detuve a mirar para atrás, vi el camino lleno de pozos y sucios charcos, el camino que ya no se puede volver a pisar.

Hoy, con más derrotas que amores, escribo únicamente para el verdulero de la esquina, mi amigo Andrés.
Cada vez que edito un libro, al primero que se lo llevo es a Andrés.
Él no lee poesía, ni literatura, ni nada que no sea el diario cada mañana, dice que allí está todo: novelas policiales, dramáticas, amorosas, históricas, política y religión, humor y fantasía, belleza y obscenidad, vida y muerte y que no necesita más, y tiene razón.
Pero yo igual le llevo mi precario librito.
Él lo abre y lee el primer poema, si lo entiende y le gusta lee el segundo, en cuanto encuentra uno que no le gusta, cierra el libro y lo coloca en el único estante de la verdulería que oficia de biblioteca.
Nunca más lo abre.

No se bien cuanto ha leído de mis libros. Una noche de asado y truco, abarrotados de bestias y ahítos de vino, me confesó secretamente que un libro lo leyó completamente, otro lo puso en el estante después del primer poema.
No se cuales son, y nunca lo sabré seguramente, pero yo me siento bien con este pacto entre escritor y lector que hemos desarrollado.
Además, como él dice, su biblioteca de un solo estante, tiene únicamente mis libros, y agrega socarronamente, los libros del mejor poeta que conoce, del único que conoce.

Es para mí, un orgullo personal que ningún otro escritor puede darse.
Todos mis fracasos están allí, y ese es mi gran éxito, único, imbatible, frente a todos los escritores y poetas del mundo!.

Por lo tanto amigos y poetas, les comunico en este instante que seguiré escribiendo hasta que me muera, para mi amigo Andrés, el verdulero de la esquina.

HÉCTOR COBAS, MIRAMAR

RESONANCIAS MUSICALES


La vista se me nubló. El impacto del golpe fue terrible. Caí sumergido en una espesa niebla y envuelto en una sensación de caída en un interminable pozo sin fondo, mientras continuaba en mí cerebro un silbante aullido de voces entrecortadas y el ulular incesante de la música que invadía sin interrupción ese tenue espacio de conciencia que me quedaba. ¡Sí, ahora recordaba! Eran los acordes de la banda de sonido del film “La Misión”! Alex la hizo escuchar y la propuso como tema para la próxima reunión del taller literario. La proposición era sugerente y había quedado grabada en mi mente esperando el momento en que me decidiera expresarla en palabras, pero sabiendo que de ninguna manera reflejarían la magnitud sonora de la música que acompañaron al verde intenso de la selva tropical y la evocación de la expulsión de esos monjes que sólo habían querido salvar de la esclavitud a los nativos sojuzgados por una conquista cruel hecha con la espada y con una cruz, símbolo de un dios aliado a la opresión como impulso de un avasallante dominio de poder y de fuerza. La música lo invadía todo, fluctuaba de suaves acordes, a lentas cadencias y mortecinos silencios rodeados en gritos envolventes y discontinuos por una emoción que no terminaba de definirse y complementaban a las imágenes que iban acercándose al horizonte del inconsciente y borrándose lentamente. Pero la música seguía escuchándose y recordaba sutilmente lo que había escrito no hacía mucho tiempo “los demonios que nos controlan no rezan, son dominados por la música que es la esencia de todo el cosmos. A través de ella se conserva el ritmo y el enlace de todas las cosas y nos llevan a la unidad y a la verdad del ser”. Luego todo se fue fundiendo en una nada espesa y angustiosa y el sueño sin imágenes ganó la escena con un largo letargo.

Pascual Marrazzo

El Vagón de cola


A veces cuando hago un recuento del tren de mis travesuras me vienen a la memoria mis anteriores viajes. Claro que de ese tren imaginario, sólo conocí algunos vagones. El primero estaba medio desvencijado y le entraba frío por todos lados, tenía los asientos de madera y se alumbraba con un farol a kerosén. De ése, pude zafar, me escapé y entré en el famoso coche pullman. Tenía los asientos tapizados en cuero azul, mullidos y reclinables, apoya pies y brazos. Luz para leer y comedor de lujo, pero era triste, lleno de gente quejosa y disfrazada de lo que no eran. Me miraban mal porque me reía, me miraban mal porque me apenaba y no pude resistir la ambigüedad. Entonces, para no tentarme, mejor dicho para que no me permitiesen volver, eructé en el salón comedor y volví a escapar, pero esta vez, al vagón de cola.
El vagón de cola es algo así como un departamentito con balcón y tiene una vista panorámica de 300º, no le da el humo de la locomotora y se mece mejor que ningún otro. Por ello lo llené de ilusiones, mucha fantasía, le colgué la hamaca paraguaya y aquí estoy, terminando de escribir este cuentito para vos.

Emmanuel Cassanese

UN SILENCIO EXTERNO


La tarde se dirigía inexorablemente hacia su final. Caracol cíclico.
Se nos venía el salto olímpico del anochecer en el balneario de Quilmes.
La línea recta que supuestamente separa el cielo del río, fue borrada por el gris continuo donde no sabíamos si las embarcaciones marchaban a las nubes, patinaban sobre humo o sangraban de algún corazón de acero. ¿Hacia donde van las mismas? ¿Acaso esta no es la hora de los tiempos muertos, de la vida que se descose, de la muerte que asoma su barba atada?
Estábamos los tres, en silencio, o hablando, pero las palabras nos cercaban, nos tapaban del frío, se disolvían en el aire, daban volteretas, se tornaban naranjas, azules o grises (allí se perdían) e incluso algunas se acercaron por la borda de dos barcos que sobresalían a lo lejos. Asomaron, ambos, a nuestro panorama y nuevamente la pregunta: ¿Hacia dónde carajo caminan? Son como esas preguntas originarias fundadoras de mitos: ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Y agregaría otra: ¿Cómo paramos este atardecer que se nos escurre de las manos?

Dos barcos en dirección opuesta e idéntico final: cruzarse en algún momento.
-¿Qué hora es Juan? pregunto.
-Las 5 y 11.
-Bien, yo digo que se cruzan a las 5 y 29.
-A las 5 y 45-con risa que se perdió con el viento, decidió Marie.
-6 menos 20 se cruzan-remató Juan.

¿Qué recuerdos trae el olor de este río? Su pintura gris y naranja, ¿qué amnesia descubrió? Trajeada la tarde se va desvistiendo. Tememos su desnudez. ¿Es que no habrá otra igual, acaso? Solo esa. Testigos privilegiados nosotros. Celamos el cortejo al cual no nos invitaron. Volvemos a los barcos. Se acercan, lentos, como doliendo la tarde, masticándola.

-¡5 Y 23!-

No acertamos, pero fue como una palmada para ir partiendo, el frío envalentonado conversaría con el río, es decir, nos invitaba a retirarnos. De nada hubiera servido contradecirlo, además no solemos meternos en asuntos privados y menos aún cuando el naranja fue acallado y el sol desarticulado. Los de afuera son de palo dicen. Y asi lo entendimos, no obstante sabíamos del mate que en la casa de Marie nos esperaba y allí fuimos.
Comentamos fotos, observamos la casa, comparamos las dos heladeras y nos sorprendimos con los retoques del baño. Felipe, el perro, logró calmarse. Nosotros (Juan y yo) nos inquietamos con el silencio de plomo que habitaba la casa, antes que Marie, antes que Dios planificara su primer día. Era como toneladas de plumas, kilómetros yermos de vegetales sin nombre, flores durmientes de otoño, el silencio que habitaba su casa.
¿Un silencio externo, Emmanu?- Juan trató de ponerle palabras al génesis de caracteres de barro.
-Sí, algo asi- insinué, pero fueron como palabras sueltas en un océano. Ni Noé, en su arca, podría hacer pares con las mismas.

Hubo un silencio que nos llamó la atención y aún queda la tensión que me lleva a relatarlo. La casa de Marie guarda esos misterios.

Ya de noche, callados, Juan y yo nos marchamos. Porque todo fin exige marcharse. Algunas gotas de lluvia comenzaban a deslizarse. Alocados los vectores del viento nos dieron suaves estocadas. Sangramos sin palabras, perfumes grises.

En silencio nos despedimos.

A Marie y a Juanma.

HUGO PATUTO

SABADO 06 DE NOVIEMBRE DE 2010


Por entonces, el dolor de cabeza tenía el ingrediente de la culpa; sin embargo, él buscaba con desesperación un atajo, el criterio alternativo que lo conectara con las cosas de todos los días. El proyecto para mejorar los ferrocarriles había sido cuestionado por los compañeros de bloque. En general, avanzaba lentamente su novela –la pasión por la literatura era para él un imperativo extraño, callado y poderoso-, porque los personajes volvían a mentir en medio de pesadillas, habida cuenta de la taquicardia y del espanto. “Llamar a Fabiana y volar en pedazos”, pensó, “con el mismo calor de la última cita”. Pero dolor de cabeza y culpa lo dejaban como ausente. Aquella discusión durante el almuerzo con su padre, el clima de estupor (sus hijos parecían congelados), los clavos en la garganta… Y por fin la ruta, el olor profundo del atardecer.

Los ojos de Fabiana eran la mínima garantía, entre bromas, recuerdos y el temblor del malbec, un espacio que galopaba por ellos, paralelo al mundo, al desgaste vital, al horror. El punto de vista de su amiga, respecto del nuevo trazado ferroviario, flotaba como un dragón caprichoso aquí y allá. “Me siento abrumado, pero sus palabras no descartan una salida”, pensó.

Por más que hubiera imaginado, la posibilidad del accidente surgiría: el matrimonio junto al menor de sus hijos, tratando de evitar una colisión frontal… La banquina como tabla de salvación, nada de carteles, de camiones o autos detenidos, de ciclistas. Controlar el coche, recomponer la voluntad, la mañana bien gracias. ¿No estuvo a punto de morir (de una vez y para siempre) rumbo a General Arenales, circulando por la ruta 8? Fue un resplandor inocente, aunque todo se conjugó para que San Pedro le dijera que habría noticias más adelante y su esposa quedara muda. En el ámbito de la ficción pudo respirar.

Ahora se vuelve sobre la perilla del velador: las cuatro y media; permanece con los ojos abiertos en la oscuridad. Los múltiples interrogantes que asocian partida presupuestaria y jugada política lo mantienen así, como despegado del embolso de la piel.

En la sesión del martes hubo insultos y varias demoras; no obstante, la cuestión de fondo fue abordada con el criterio que él venía sosteniendo, el nudo de la corbata flojo, las manos transpiradas (“Fabiana, lo estamos haciendo bien”, se dijo). Abandonó el recinto con paso firme.

Un domingo soleado en el campo de Heriberto Correa. El sabor de la carne de cordero puso distancia: dejarse vivir, animado por las bromas con viejos compañeros de la escuela técnica, el vino justo, cuatro cigarrillos, el comentario sobre la última película de James Cameron… El encanto de Fabiana tembló entre los remolinos de tierra y la verde luz que ofrecía la zona cultivada; desde luego, habría querido fervorosamente su punto de vista en la reunión, su enorme silencio hecho de bruma pasajera. Los mails tradujeron su compromiso desde Córdoba. El simposio internacional de dermatología, cuya organización y puesta en marcha habían generado el reconocimiento de sus pares.

Fabián Vique

Y si Susi sigue sisando sauces, surciremos sus sándalos con sogas salvajes, asaremos sus surubíes y sus sudorosos osos, y succionaremos su sombra hasta saciar nuestra sed.

Pascual Marrazzo

El cuerpo desnudo

Me encuentro con una mujer desnuda y mis ojos le hacen un telón a la poesía. Se regocijan en sus pechos redondos, en su cabellera rubia y en las dos cañas altas de muslos impresionables.
Me detengo y quiero descorrer el telón, pero mi vista vuelve al paseo sublime de un pubis semi escondido, henchido debajo del ombligo.
Bajo la vista avergonzado y descubro el dedo amartillado de su pie. Me molesta entrar en detalles y me atrapan sus manos, sus dedos delicados y extremadamente largos. Reparo en el pezón arremangado de su seno derecho y del otro, que apenas se asoma. La marca de la vacuna en el antebrazo, casi en su hombro, como una moneda de oro...
Cuánto tiempo necesitaré para poder correr esa pesada cortina, en cuántos detalles más tendré que detenerme. No es de esta forma que pueda llegar mi inspiración, si estuviese vestida, yo la desnudaría con mis versos.
Una última mirada al sensual pliegue de su axila y me atrevo, por primera vez, a mirar sus ojos. Ahora sí, con su misma luz se descorre el telón y se desatan mis poesías.

DANIEL MONTOLY

LECTURA

Me abrigo con la corteza de los brazos de Walt Whitman/ recuesto mi incertidumbre en su pecho anglosajón/ me escucho en cada palabra/ que escapa de sus labios/ y siento que sus ojos de águila/ me protegen como talismán /contra las pisadas de los demonios. Me exilio en los brazos ásperos del Walt Whitman/ cuando el viento ya no arrastra/ ese fresco olor a hierbas húmedas/ cuando la noche confunde sus pasos/ entre las huellas distantes del día/ Y por insomnio del corazón/ voy a tumbos/ buscando a ciegas / un amor que me redima.


POESÍA

Te manifiesta si pienso que estás en mi boca/ como runa que desafiando la oscuridad/ busca en las piedras/ un parentesco/ que la haga perenne al latrocinio de la muerte/ Vuelves /y te ciñes a mi lengua/ te aferras a los sonidos/ al zig-zag/ que repercute con el rumor/ Tu cuerpo/ mi boca/ las palabras/ que no pueden definirte/ mas yo/ puedo recoger tu hondura/ si humanizo el fuego/ que me retrotrae de afuera hacia adentro/


Refracción
Más triste sólo la soledad.
Más solo, sólo yo mismo
puedo sentirme, solo
mirando sin mirar otra cosa
que no sea la sola soledad
que surge con el mirarme.

Carlos Villa

SENSIBILIDAD…


Nada mas que la sensibilidad de una mujer, es aquel sentir austero, es aquel cosquilleo que comienza en los labios y se sumerge luego en el corazón como susurros, como sueños interminables como aquel apogeo entre tus brazos que llamamos abrazo y en aquel desborde de nuestros labios que llamamos besos.
Comienza entre nubes que matizan en el claro de tus ojos y enfatizan en la dulzura de tus palabras, pasa un día en medio de caricias y miradas que anhelan la divinidad de mi Padre que ama en la eternidad de una vida que nunca perecerá.
Como rosas desnudas ante el viento se enlaza tu cabello en el fluir de tus movimientos como susurros inesperados, como sobresalen tus labios al hablar, junto con la delicadeza de tu ser y el sensible actuar de tu mirar.
Como ave, tal vuelo eleva mi alma al palpar tu piel sin contemplar lo inalcanzable pero si la inmensidad de tu alma que grata a mi sentir inspira también la claridad de mi pensamiento, o un vivir en aquel el prodigio de una sensibilidad femenil.

Manuel Cubero

PRODUCTO ADULTERADO


Cuando vieron descender al primer astronauta de un cohete espacial, los
selenitas protestaron airadamente ante el Comisario de Sanidad y Consumo: era inadmisible que al abrirse la lata de conservas el bicho aún estuviese vivo.

Pascual Marrazzo

Barrio plateado por la luna 2009


Los jóvenes mareados atornillaban la curda bajo un farol sin luz, mientras, a sólo unos metros el chofer de un taxi libre imploraba por su vida.
–“No me maten muchachos”.
Desde los zaguanes, como si fueran parlantes se escuchaba una música estridente, demoledora. La basura se alcantarillaba en cada esquina y las veredas ondulantes despegaban las baldosas luciendo los soretes de los perros. Después de revolcarse y dar vueltas carnero, las cajas de cartón se alisaban en el empedrado con la ayuda de las ruedas de los autos. Tres pibes encapuchados salían corriendo del kiosco.
– “Lo mataste boludo” – alcancé a escuchar.
Un hombre mayor, un abuelo, salió a la vereda y se crucificó con una mancha roja en el pecho. No alcanzó a decir nada, sólo abrió los brazos para caer como Cristo.
Un joven transeúnte marcó unos números en el celular y se lo llevó al oído. Se encogía de hombros y gesticulaba con sus manos. Después de unos minutos le pregunté: ¿Llamó a la policía o a la ambulancia? No – me contestó, llamé a mi novia para contarle de todo este quilombo.
Corrí al medio de la calle y paré un taxi: ¡Señor, señor, avise a la policía y que manden una ambulancia, por favor, ha ocurrido (……………!) – Y para eso me paras, ¡Boludo, no ves que estoy trabajando! …
Aceleró y me dejo mal parado en el medio de la calle, desde la vereda de enfrente una gruesa mujer que salía ofuscada de una tienda, me gritó:
-- ¡Usted, señor! ¿No se dio cuenta que esos pendejos de mierda me robaron y me manosearon o está de campana ahí, con esa cara de nada?
De pronto una sirena ululaba mis oídos como una perforadora, tuve que levantar las manos sin apartarme para que se detenga.
– “Es aquí, por favor vengan” – imploré.
-- “No podemos, respondemos al llamado de un socio que paga, hágase a un lado porque si el paciente muere lo haremos responsable.
Nuevamente me encontré en la vereda, la gorda me seguía gritando.
--¡Te pensabas escapar en la ambulancia, atorrante mal nacido!
Sabía que hubiese sido imposible un diálogo con esa mujer y como no le contestaba más furiosa se ponía.
-- ¡Me robaron, me manosearon, me manosearon!
No se cansaba de repetir. Seguramente, hasta pensaría que el tumulto era a consecuencia de ella y ni siquiera había visto el cadáver del pobre viejo, ni al tachero buscando el dedo que le cortaron. Algunas personas comenzaron a mirarme con recelo, me dieron ganas de correr, pero tuve miedo de que me culparan. Había quedado enjaulado entre tanta solidaridad y ya no pude hacer más nada.

Héctor Cobas, Miramar

EL ASCENSO


El término “ascenso” indica un estado de subida, de alcanzar una meta más alta o elevada. Es muy usada en el lenguaje cotidiano, pero también en otras disciplinas como es la sociología que nos habla por ejemplo del ascenso social de ciertos sectores de la población que acceden a otros planos de mayores beneficios. Del mismo modo es utilizado por la ética cuando nos habla de alcanzar niveles superiores de modelos que realcen al ser humano y lo dignifiquen. También es usado en teología cuando se nos habla del ascenso de Cristo a los cielos. De manera similar es usado en metafísica, principalmente en la actitud del pensador que debe elevarse en el plano del conocimiento y lograr asir los paradigmas que en la filosofía platónica se encuentran en la dimensión superior del topo uranos y permiten acceder al pensador a la potestad de la verdad. Pero lo importante es encontrar en este vocablo la interpretación que está ligada con la noción de escalar, trepar y también de crecimiento para alcanzar alturas que sólo se disponen y se experimentan en los planos psicológicos y/o anímicos. Asimismo, y para una mayor comprensión tendríamos que contraponerlo con su antagónico que es descender y que implica el estar en un plano y encontrarse en otro inferior. Pero lo importante que tanto el ascender como descender siempre implica un grado de conflicto y ligado inevitablemente con el estado de ánimo y es enunciado en el decir simbólico de la palabra originaria que guarda relación esencial con el modo de ser existente, que somos nosotros mismos y que un pensador como Heidegger lo define como el Dasein, traducido al español como Ser ahí. Ese Ser que tiene como condición la de “ser o estar en el mundo” y que experimenta en su ser ese estado que lo dispone como pasajero efímero en un tiempo que se le da y que se hace manifiesto como proyecto. Así definido el ser humano es interpretado desde la ontología que sirve de base o fundamento para ir constituyendo las distintas disciplinas que son las manifestaciones de la cultura que compendian las expresiones religiosas, científicas , el arte y la filosofía en general ; haciéndose extensibles para interpretar la cotidianidad con la consabida vulnerabilidad que sufrimos en cuanto seres con proyectos , insertos en acontecimientos que se nos revelan en nuestro ser como enigmas a desentrañar, y que experimentamos como circunstancias meramente personales, pero que son en verdad, expresiones del ser concebidos como eventos moldeados desde el ámbito de nuestra libertad. Sobre estos errantes caminos, los pensadores y poetas pretenden mantener vigentes, a través de la palabra, las más de las veces vagamente comprendidas, ese último residuo del misterio del ser; sostenidos desde lo oculto en una cultura aparentemente desmitificadora como la que se nos revela en la actualidad.

Pascual Marrazzo

El Último Colectivo

No soporto ver pasar la vida, cuando arrastro una bolsa cargada de ganas. Verla correr como un colectivo que te invita a subir, una oportunidad que viene y se va. Sé correr tras él, transpirar, gritar, pedir ayuda, con tal de no perderlo.
Subir significa: vivir, arriesgar. Usar todos los sentidos, disfrutar los buenos y soportar los malos. Alguien te puede apretar, manosear, robar. Pero también te pueden ayudar, sonreír, enamorar.
Hay quienes se quedan en la parada eternamente, esperando el otro, el que vendrá después y nunca se deciden a disfrutar de un viajecito. Una y otras razones los detienen: o que va muy lleno, o que está medio destartalado, o que tiene el número trece en el guardabarros.
Lo cierto es que dejan que pase y pase, hasta que ya no pueden más sostenerse en la parada y ven cómo se aleja, el último colectivo.



El Vagón de cola


A veces cuando hago un recuento del tren de mis travesuras me vienen a la memoria mis anteriores viajes. Claro que de ese tren imaginario, sólo conocí algunos vagones. El primero estaba medio desvencijado y le entraba frío por todos lados, tenía los asientos de madera y se alumbraba con un farol a kerosén. De ése, pude zafar, me escapé y entré en el famoso coche pullman. Tenía los asientos tapizados en cuero azul, mullidos y reclinables, apoya pies y brazos. Luz para leer y comedor de lujo, pero era triste, lleno de gente quejosa y disfrazada de lo que no eran. Me miraban mal porque me reía, me miraban mal porque me apenaba y no pude resistir la ambigüedad. Entonces, para no tentarme, mejor dicho para que no me permitiesen volver, eructé en el salón comedor y volví a escapar, pero esta vez, al vagón de cola.
El vagón de cola es algo así como un departamentito con balcón y tiene una vista panorámica de 300º, no le da el humo de la locomotora y se mece mejor que ningún otro. Por ello lo llené de ilusiones, mucha fantasía, le colgué la hamaca paraguaya y aquí estoy, terminando de escribir este cuentito para vos.



La escalera


En la estación de Cipolletti hay una escalera abandonada. Escalera del Ferrocarril Sud. Si pudiera levantarla, si tuviese la fuerza necesaria, la elegiría porque es muy larga y descansa en el desierto. La subiría mil kilómetros arriba de las nubes.
Si cada durmiente despertase. Si cada uno recordase su vida, allá en los quebrachales del norte. Si se arrepintiesen de la sumisión y se rebelasen de dormir entre las piedras. Entonces, con la fuerza de ellos y las mías, lo intentaría.
Si cada riel, espejado en el llano pellejo de su lomo dejara de mirarse en el cielo y buscase alcanzarlo. Entonces; entre la fuerza del acero, del quebracho y de mi sangre, llegaría.
Lo haría, sí, trepando. No podría ser más lento que ahora, me llevaría los pasos a niveles y las barreras; los timbres y las luces para dejar pasar a los pájaros y no dejaría cruzar a los satélites espías.
Cobraría peaje a los santos que nunca supieron lo que es vivir en Cipolletti y a los cuervos que nunca tuvieron que pagar el IVA.
Y, cuando llegase a la última garita, me pondría de banderillero, con la banderita roja de peligro, avisando que llegó el final.

Macedonio Fernández

Un paciente en disminución


El señor Ga había sido tan asiduo, tan dócil y prolongado paciente del doctor Terapéutica que ahora ya era sólo un pie. Extirpados sucesivamente los dientes, las amígdalas, el estómago, un riñón, un pulmón, el bazo, el colon, ahora llegaba el valet del señor Ga a llamar al doctor Terapéutica para que atendiera el pie del señor Ga, que lo mandaba llamar.
El doctor Terapéutica examinó detenidamente el pie y “meneando con grave modo” la cabeza resolvió:
-Hay demasiado pie, con razón se siente mal: le trazaré el corte necesario, a un cirujano.

Ramón Gómez de la Serna

Aparición del tritón


La bella joven se reía tanto después del baño a la orilla del mar, que como la risa es la mayor provocadora de la curiosidad, asomó su cabeza un tritón para ver lo que pasaba.
-¡Un tritón! -gritó ella, pero el tritón tranquilo y sonriente la serenó con la pregunta más inesperada:
-¿Quieres decirme qué hora es?

Federico Demarchi, Rosario, Argentina

AUTOR INTELECTUAL



Nadie te oyó entrar en su casa, ni discutir con él unos minutos, ni retirarte fingiendo que ya no volverías para acceder nuevamente por la puerta de atrás, sorprenderlo por la espalda y dispararle tres veces. Nadie te vio registrar sus cajones, robar dinero y documentos, tomar después el camino de regreso por una calle empedrada con las manos en los bolsillos y al cruzar el viejo puente arrojar el arma al río. Tal vez no falte quien sospeche ya, que lo anterior no alcanza para incriminarte. La unánime noche es testigo: nadie te oyó ni te vio.
La realidad es indiferente a las simetrías. La imaginación, las busca y las encuentra por doquier. Perfecto, en consecuencia, será sólo aquel crimen que sea imaginario. Ahora bien, ¿quién ha sido el autor de este crimen?, ¿quién lo ha imaginado?, ¿quién ha dado por cierto lo que no es sino una negación?
A la hora de responder estas preguntas, no me gustaría estar
en tu lugar, activo lector.

Raúl Brasca

HERMANOS

Cuando la coexistencia se les hizo insostenible, dos hermanos muy
competitivos llegaron a un acuerdo tácito pero inquebrantable: aquello en lo
que uno de ellos triunfara quedaría vedado para el otro; eso evitaría toda
comparación entre ambos. Más que un alivio, el pacto resultó una condena. En
la carrera por apropiarse de los triunfos más gratificantes y las
privaciones menos penosas, el que mostró primero ser más inteligente, relegó
al otro a la estolidez y los trabajos rudos. Consecuentemente, cuando el
bruto aunque apuesto ganó con las mujeres, el intelectual tuvo que
inclinarse por los hombres. Pero replicó haciéndose muy rico, con lo que
obligó al hermano a equivocarse en los negocios y arruinarse. No previó que
tanta miseria haría que su rival deseara morir hasta lograrlo y que con ello
le escamotearía el triunfo. Achacoso y cubierto de años, soporta aún la
ruina de su cuerpo mientras clama por una muerte prohibida.



ÚLTIMA ELECCIÓN

El pez resuelto al suicidio evita veloz la red en la que moriría con sus
compañeros, pasa de largo frente al anzuelo del pescador rutinario que hojea
una revista y traga sin dudar el de un niño que recordará mientras viva los
espasmos terribles de su asfixia.


AMOR I

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está,
su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras,
muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al
impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la
amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por
obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.


AMOR II

Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el
sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus
muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio
ardor.
Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que
seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.

José Donoso

China

[Cuento. Texto completo]
José Donoso 1924 – 1997


Por un lado el muro gris de la Universidad. Enfrente, la agitación maloliente de las cocinerías alterna con la tranquilidad de las tiendas de libros de segunda mano y con el bullicio de los establecimientos donde hombres sudorosos horman y planchan, entre estallidos de vapor. Más allá, hacia el fin de la primera cuadra, las casas retroceden y la acera se ensancha. Al caer la noche, es la parte más agitada de la calle. Todo un mundo se arremolina en torno a los puestos de fruta. Las naranjas de tez áspera y las verdes manzanas, pulidas y duras como el esmalte, cambian de color bajo los letreros de neón, rojos y azules. Abismos de oscuridad o de luz caen entre los rostros que se aglomeran alrededor del charlatán vociferante, engalanado con una serpiente viva. En invierno, raídas bufandas escarlatas embozan los rostros, revelando sólo el brillo torvo o confiado, perspicaz o bovino, que en los ojos señala a cada ser distinto. Uno que otro tranvía avanza por la angosta calzada, agitando todo con su estruendosa senectud mecánica. En un balcón de segundo piso aparece una mujer gruesa envuelta en un batón listado. Sopla sobre un brasero, y las chispas vuelan como la cola de un cometa. Por unos instantes, el rostro de la mujer es claro y caliente y absorto.
Como todas las calles, ésta también es pública. Para mí, sin embargo, no siempre lo fue. Por largos años mantuve el convencimiento de que yo era el único ser extraño que tenía derecho a aventurarse entre sus luces y sus sombras.
Cuando pequeño, vivía yo en una calle cercana, pero de muy distinto sello. Allí los tilos, los faroles dobles, de forma caprichosa, la calzada poco concurrida y las fachadas serias hablaban de un mundo enteramente distinto. Una tarde, sin embargo, acompañé a mi madre a la otra calle. Se trataba de encontrar unos cubiertos. Sospechábamos que una empleada los había sustraído, para llevarlos luego a cierta casa de empeños allí situada. Era invierno y había llovido. Al fondo de las bocacalles se divisaban restos de luz acuosa, y sobre los techos cerníanse aún las nubes en vagos manchones parduscos. La calzada estaba húmeda, y las cabelleras de las mujeres se apegaban, lacias, a sus mejillas. Oscurecía.
Al entrar por la calle, un tranvía vino sobre nosotros con estrépito. Busqué refugio cerca de mi madre, junto a una vitrina llena de hojas de música. En una de ellas, dentro de un óvalo, una muchachita rubia sonreía. Le pedí a mi madre que me comprara esa hoja, pero no prestó atención y seguimos camino. Yo llevaba los ojos muy abiertos. Hubiera querido no solamente mirar todos los rostros que pasaban junto a mí, sino tocarlos, olerlos, tan maravillosamente distintos me parecían. Muchas personas llevaban paquetes, bolsas, canastos y toda suerte de objetos seductores y misteriosos. En la aglomeración, un obrero cargado de un colchón desarregló el sombrero de mi madre. Ella rió, diciendo:
-¡Por Dios, esto es como en la China!
Seguimos calle abajo. Era difícil eludir los charcos en la acera resquebrajada. Al pasar frente a una cocinería, descubrí que su olor mezclado al olor del impermeable de mi madre era grato. Se me antojaba poseer cuanto mostraban las vitrinas. Ella se horrorizaba, pues decía que todo era ordinario o de segunda mano. Cientos de floreros de vidrio empavonado, con medallones de banderas y flores. Alcancías de yeso en forma de gato, pintadas de magenta y plata. Frascos de bolitas multicolores. Sartas de tarjetas postales y trompos. Pero sobre todo me sedujo una tienda tranquila y limpia, sobre cuya puerta se leía en un cartel: "Zurcidor Japonés".
No recuerdo lo que sucedió con el asunto de los cubiertos. Pero el hecho es que esta calle quedó marcada en mi memoria como algo fascinante, distinto. Era la libertad, la aventura. Lejos de ella, mi vida se desarrollaba simple en el orden de sus horas. El "Zurcidor Japonés", por mucho que yo deseara, jamás remendaría mis ropas. Lo harían pequeñas monjitas almidonadas de ágiles dedos. En casa, por las tardes, me desesperaba pensando en "China", nombre con que bauticé esa calle. Existía, claro está, otra China. La de las ilustraciones de los cuentos de Calleja, la de las aventuras de Pinocho. Pero ahora esa China no era importante.
Un domingo por la mañana tuve un disgusto con mi madre. A manera de venganza fui al escritorio y estudié largamente un plano de la ciudad que colgaba de la muralla. Después del almuerzo mis padres habían salido, y las empleadas tomaban el sol primaveral en el último patio. Propuse a Fernando, mi hermano menor:
-¿Vamos a "China"?
Sus ojos brillaron. Creyó que íbamos a jugar, como tantas veces, a hacer viajes en la escalera de tijeras tendida bajo el naranjo, o quizás a disfrazarnos de orientales.
-Como salieron -dijo-, podemos robarnos cosas del cajón de mamá.
-No, tonto -susurré-, esta vez vamos a IR a "China".
Fernando vestía mameluco azulino y sandalias blancas. Lo tomé cuidadosamente de la mano y nos dirigimos a la calle con que yo soñaba. Caminamos al sol. Íbamos a "China", había que mostrarle el mundo, pero sobre todo era necesario cuidar de los niños pequeños. A medida que nos acercamos, mi corazón latió más aprisa. Reflexionaba que afortunadamente era domingo por la tarde. Había poco tránsito, y no se corría peligro al cruzar de una acera a otra.
Por fin alcanzamos la primera cuadra de mi calle.
-Aquí es -dije, y sentí que mi hermano se apretaba a mi cuerpo.
Lo primero que me extrañó fue no ver letreros luminosos, ni azules, ni rojos, ni verdes. Había imaginado que en esta calle mágica era siempre de noche. Al continuar, observé que todas las tiendas habían cerrado. Ni tranvías amarillos corrían. Una terrible desolación me fue invadiendo. El sol era tibio, tiñendo casas y calle de un suave color de miel. Todo era claro. Circulaba muy poca gente, éstas a paso lento y con las manos vacías, igual que nosotros.
Fernando preguntó:
-¿Y por qué es "China" aquí?
Me sentí perdido. De pronto, no supe cómo contentarlo. Vi decaer mi prestigio ante él, y sin una inmediata ocurrencia genial, mi hermano jamás volvería a creer en mí.
-Vamos al "Zurcidor Japonés" -dije-. Ahí sí que es "China".
Tenía pocas esperanzas de que esto lo convenciera. Pero Fernando, quien comenzaba a leer, sin duda lograría deletrear el gran cartel desteñido que colgaba sobre la tienda. Quizás esto aumentara su fe. Desde la acera de enfrente, deletreó con perfección. Dije entonces:
-Ves, tonto, tú no creías.
-Pero es feo -respondió con un mohín.
Las lágrimas estaban a punto de llenar mis ojos, si no sucedía algo importante, rápida, inmediatamente. ¿Pero qué podía suceder? En la calle casi desierta, hasta las tiendas habían tendido párpados sobre sus vitrinas. Hacia un calor lento y agradable.
-No seas tonto. Atravesemos para que veas -lo animé, más por ganar tiempo que por otra razón. En esos instantes odiaba a mi hermano, pues el fracaso total era cosa de segundos.
Permanecimos detenidos ante la cortina metálica del "Zurcidor Japonés". Como la melena de Lucrecia, la nueva empleada del comedor, la cortina era una dura perfección de ondas. Había una portezuela en ella, y pensé que quizás ésta interesara a mi hermano. Sólo atiné a decirle:
-Mira... -y hacer que la tocara.
Se sintió un ruido en el interior. Atemorizados, nos quitamos de enfrente, observando cómo la portezuela se abría. Salió un hombre pequeño y enjuto, amarillo, de ojos tirantes, que luego echó cerrojo a la puerta. Nos quedamos apretujados junto a un farol, mirándole fijamente el rostro. Pasó a lo largo y nos sonrió. Lo seguimos con la vista hasta que dobló por la calle próxima.
Enmudecimos. Sólo cuando pasó un vendedor de algodón de dulces salimos de nuestro ensueño. Yo, que tenía un peso, y además estaba sintiendo gran afecto hacia mi hermano por haber logrado lucirme ante él, compré dos porciones y le ofrecí la maravillosa sustancia rosada. Ensimismado, me agradeció con la cabeza y volvimos a casa lentamente. Nadie había notado nuestra ausencia. Al llegar Fernando tomó el volumen de "Pinocho en la China" y se puso a deletrear cuidadosamente.
Los años pasaron. "China" fue durante largo tiempo como el forro de color brillante en un abrigo oscuro. Solía volver con la imaginación. Pero poco a poco comencé a olvidar, a sentir temor sin razones, temor de fracasar allí en alguna forma. Más tarde, cuando el mundo de Pinocho dejó de interesarme, nuestro profesor de box nos llevaba a un teatro en el interior de la calle: debíamos aprender a golpearnos no sólo con dureza, sino con técnica. Era la edad de los pantalones largos recién estrenados y de los primeros cigarrillos. Pero esta parte de la calle no era "China". Además, "China" estaba casi olvidada. Ahora era mucho más importante consultar en el "Diccionario Enciclopédico" de papá las palabras que en el colegio los grandes murmuraban entre risas.
Más tarde ingresé a la Universidad. Compré gafas de marco oscuro.
En esta época, cuando comprendí que no cuidarse mayormente del largo del cabello era signo de categoría, solía volver a esa calle. Pero ya no era mi calle. Ya no era "China", aunque nada en ella había cambiado. Iba a las tiendas de libros viejos, en busca de volúmenes que prestigiaran mi biblioteca y mi intelecto. No veía caer la tarde sobre los montones de fruta en los kioscos, y las vitrinas, con sus emperifollados maniquíes de cera, bien podían no haber existido. Me interesaban sólo los polvorientos estantes llenos de libros. O la silueta famosa de algún hombre de letras que hurgaba entre ellos, silencioso y privado. "China" había desaparecido. No recuerdo haber mirado, ni una sola vez en toda esta época, el letrero del "Zurcidor Japonés".
Más tarde salí del país por varios años. Un día, a mi vuelta, pregunté a mi hermano, quien era a la sazón estudiante en la Universidad, dónde se podía adquirir un libro que me interesaba muy particularmente, y que no hallaba en parte alguna. Sonriendo, Fernando me respondió:
-En "China"...
Y yo no comprendí.

HÉCTOR COBAS, MIRAMAR

LA SOLEDAD

Fue un despertar tal vez no buscado. Caminaba solitario por la playa y de pronto surgió en mí un anhelo de empezar a participar del mundo errante de mis pensamientos. ¡Qué raro era percibirse en ese estado de autoconciencia! Es como si el mundo interior se trastocara y ese barullo de ideas, recuerdos, imágenes, que hasta esos momentos conformaban una parte constitutiva con la propia conciencia, pasaba en un instante a ser el objeto mismo de la contemplación. Era mi mundo y yo en ese mundo. Ese espacio íntimo abierto se constituía a no dudarlo, en un profundo misterio del cual no sólo me permitía vincularme con el mundo circundante, sino también abismarme en mi propia experiencia y ser un punto de mira, donde lo otro era mi propia existencia vivida, reflejada como en una pantalla que llevaba adherida conmigo y que podía hacerla presente en el momento que me lo propusiera. Ese acto consciente me estimuló para ulteriores incursiones en esos estados de conciencia que llevaban a imaginarme la conciencia, como un infinito océano y que en sus profundas aguas navegaban como veleros, pensamientos, algunos concretados en conceptos abstractos, otros involucrados con imágenes y símbolos de cosas y hechos vividos en otros momentos y que se resolvían como recuerdos evocados en este presente con algo de cinematográfico, integrando a la par mi entorno rodeado de un renovado mar ahora real y no imaginado, que se perdía en el horizonte mientras una fina arena se resbalaba como una tenue caricia entre mis manos. En esos instantes de éxtasis me sentí transportado a un mundo del cual era partícipe y al mismo tiempo fantaseado por un yo duplicado en una ilusión pero que no dejaba de tener mi propio sello personal. Luego todo se escurrió repentinamente en un loco frenesí de ruidos que llegaron de un aparato electrónico que trastornó el ambiente. Era lo desigual de ese otro orden no buscado por mí, y que me despojaba de mi cosmos solitario en el cual estaba sumergido y habitando silenciosamente en lo más profundo de mí ser. Y en un instante llegué a comprender que en la soledad las experiencias psíquicas se funden en una totalidad armoniosa y placentera, pero pasan a ser partículas de cenizas que se incineran con el contacto de otros mundos situados en diferentes centros de conciencia disímiles del mío. Seguí caminando pero el punto de vista fue otro.

Carlos Acuña de Venezuela

Instrumento musical de cuerdas percutidas mediante pequeños martillos accionados por unas…


Sigue en la máquina, sigue tecleando sin parar. El eco en la habitación reforma a la espiral, su fondo destruye poco a poco las voces de las niñas en el sótano. Al despertar, los dedos seguían allí. La melodía era una causa amarga y, además, era la presencia que las sombras refieren dentro-fuera de la pequeña distancia numerada por las teclas negras. Yo, no soy el de la máquina, él, sigue dormido. Yo, una tecla blanca.




Alexia


¿Cómo te llamas? Realmente no creo que eso tenga que ver con el asunto que nos mantiene en esta situación. De verdad, ¿cómo te llamas? Al parecer a usted le gusta burlarse de mí, creo que debemos volver a nuestra primera conversación. Lo siento, no recordé que no sabes leer.



Zoc


Era parte de toda la experiencia que nadie podía atribuir, era una batalla sin ritmo aparente. Desde su nicho lo pude ubicar. Esa noche los puntos eran el contraste que los signos prefiguran con los paréntesis que P lleva consigo. No había una condición sencilla. Tras la muerte del astro, cada pedazo de su ser iba en la misma voz que grita desde el interior de la cueva. Nadie me recordó que había que llevar linterna.



Los dos más El conjunto


El tiempo (según los entendidos) es el alzamiento que necesitan los años para aplastarnos paso a paso. Desde acá, dando vueltas, nada es seguro. La pasión nos mantiene igual que a nuestros malditos nombres. Lo peor y tal vez de alguna forma sea la verdad, es que nada es cierto, todo es una invención que no me conmueve un poco. Soy el que da pie al minutero. Los dos, más El conjunto, hacemos que todo haga, tic tac.



Marcus


Desde abrir la cáscara hasta celebrar, era el acto de mayor placer; siempre era él, su mando es una realidad que no se podía poner a prueba. Desde el minuto que todo se rompe, hasta la hermosa circunstancia de encontrar el tesoro y luego llevarlo a la boca, sin duda, era la mejor parte. Siempre me obliga hacerlo. Era su hermosa rutina de las tardes. La burla y la carcajada. Este es otro día, nada a cambiado, mi hermano me ordena comer el maní más pequeño de todos.



Viernes


Iba entre la unión que la misma vida tiene de sinónimo. Iba con las extremidades enredadas. Sin contemplación, desde el inicio, ya estaba muerto. La viscosa sustancia era mi urna. La gota baja lentamente. Se que es posible y ustedes pueden leer, ESTOY ENTRE LA SALIVA DE MI DUEÑO.


Condensación


Lo sabía, desde que ellas me hicieron caer, las imágenes mueren. El viaje era una coalición que el tiempo presume como suyo. Al parecer no tengo dueño y esto, es la culminación del punto. No soy la misma que salio del choque; una a una, fuimos soltadas. Al parecer nadie tiene la culpa. Es parte de nuestro destino. Y si es así, ¿por qué justo ahora, antes de estrellarme contra la superficie de tu ojo, no quiero ser una gota de lluvia?



El punto que liquida la hoja


El vidrio se abre en una pequeña escaramuza que da parte a los ojos que leen; las entrelíneas me obligan a ceder y al bajar por cada tono, la voz de fondo hace el eco que me mantiene en un estado de hibernación momentáneo. Luego de despertar, sigo con la misma hambre del inicio. Que mal que nunca pueda encontrar el final que las siglas marcan, mi único trabajo será, sacar punta y estropear más árboles.



Ella, Nosotros y la lectura


Ella, era la soledad de nombre, se espera que lea todo y Nosotros, los de acá, los que lamentablemente no podemos leer, vamos a estancar nuestros cuerpos en alguna silla cercana. Ella, era la de los libros, se espera que inicie dentro de un rato, los de acá, los que ahora están en las sillas, la vemos escoger uno de sus tantos ejemplares. Ella, juega a dormir, su sueño es con Nosotros, los mismos que acá soñamos con ella.

El libro cerca de su cuerpo se parte, las letras caen y empieza la caminata, una fila de hormigas negras le cruzan el pecho y, lentamente, Nosotros, lo que no podemos leer, vemos como la estrangulan. Las letras hechas insectos, le pasan el cuello y su cara la mastican cómo los hongos de su colmena. Nosotros, despertamos. Ella, reducida a una niña de unos tantos años, no puede leer más que su nombre en la habitación que le han designado, desde hace varios días, en el Hospital Central Psiquiátrico, en el cual, Nosotros, en nuestras sillas, seguimos a la espera de la lectura.



Planta


Al romper el concreto, un momento antes, todo era un pequeño cotiledón que los críticos y sus innumerables caminatas, hacen sobre el set de grabación. El director dice corte y todos aplauden; la actriz principal muere y la sangre llega al orificio fracturado por las raíces; la seriedad del acto bifurca los rayos del sol y presionan a Martín por la comida. Una voz en off sugiere una segunda toma, todos corren a sus posiciones y sin que nadie escuche, la primera figura hace sombra sobre el cemento. Días después, el primer pecíolo se estira sin contemplación tras el silencio mandado por la producción. César viene corriendo y todos, absortos con sus indicaciones, pierden a la denominación dada a todo vegetal.



Suma


Una parte de la expectación era encarnada por la voz del carbón, su tenue extrañeza era una sutil protuberancia nacida para arrancar del silencio, el eco que esconde su centro. Nunca encontré la manera que los números de alguna forma, corrieran desde mi lado crítico hasta la pulpa que se acumula entre mi ácido. En circunstancias alternas, los días sueltan esa entrañable nobleza con que mis manos, desde niño, suman peras y manzanas.



Último Acto


El Tendón se acomoda a su nueva misión, el ajuste ocurre cerca del final del Último Acto. Antes, en el preciso instante en que la mano quiso pensar, los pasos vienen a darle una segunda oportunidad. Una excusa de cierto tipo, recurre a silenciar una pequeña visita de los soplos; el paréntesis que las venas llenan de repente, suprime al órgano motor, el pecho se ensancha y la camisa de estampados vinotinto, sugiere una nueva capacidad de horas. El porcentaje de segmentos y pausas, perfecciona de una vez y para siempre, la clausura que las tablas enganchan sobre los pies de los usuarios y sus asientos. El abecedario incurre en las vía de escape, la puertas están abiertas. Cuando los aplausos inician, el Tendón se sobreexpone a una lluvia de mensajes mandados por el cerebro y de una, aprieta el encendedor de las luces del teatro.



Influjo sintético


Ella me persigue por toda la estancia. Jugamos al gato y al ratón. En un momento me entrego, caigo rendido a sus pies. A-T sigue su plan, yo era un recurso, esa es la parte buena del asunto, sin embargo, las situaciones más exigentes vienen dadas desde la misma iniciación del fin. Nunca he podido escapar, dando golpes por varios flancos, ella me coge entre sus manos, me lleva justo a su boca. Que mal es ser una esfera sintética.



Punks


Me visita el Gamin de apartamento, los tiíllos siguen en sus bolsillos, con él, El Payaso de Hospital, detrás, Wacho y Demen, paralelo a ellos viene DAES, todos, antes del alba. Las metáforas sortean las botellas y cada cigarrillo ríe lentamente sentado en los labios de los nombres ya dichos. Luego de los puntos, nada sigue con la paciencia de siempre, ellos, acumulados dentro, explotan con la canción Hardcore de la radio. Al terminar la repetición de guiones, todos, vuelven a las sus respectivas fotografías.



El juguete


El auto se desplaza de mano en mano seduciendo la superficie hasta chocar con sus partes de un lado y del otro. La peculiar numeración de veces, es la característica única que los kilómetros no afrontan en su mal llamada nevus. El aire se corta con la curvatura del carro; el piso piensa en neutralizar la fricción, afligido y sin nadie a quién acudir, llora por la presión de ser el estruendo que las fisuras encuentran en las raíces de la planta de eucalipto, al fondo y a la izquierda de las cepas que el conjunto compone, dando de comer a las lombrices, ellas, insatisfechas, buscan una buena formula para que las pizcas de tierra no interrumpan el bienestar de los microorganismo, ellos están embelesados con el ir y venir del juguete en las manos de los infantes.



Luisa, La Mujer y La Vecina


Cuando el rumor del último momento llegó a la hora en que cada hongo era bien masticado, la pasión derrumba a las sales que la paz interrumpe dentro y fuera de la olla de presión que la mano de Luisa iba lavando. El agua juega a ser parte del mismo fin, deduciendo que la pesadilla del jabón no era una ruptura inaudita que la llama tenía que escuchar. La Mujer que no era La Vecina, encontró un formula correcta para incorporarse a las partes que la mano lava. Su unión, hace de peso a los ojos de los leyentes y estos a su vez, hacen de fardo a sus mismas manos. Todo ese montón de lastre, es una cualidad inesperada a la hora en que Luisa sirve la cena.

Mientras que la última parte llega al inicio, la primera, come lentamente y la luna acaricia el mango de la olla de presión. La Vecina llama, su voz era como las luciérnagas en la noche muda, su eco dentro de la cocina, parecía aumentar según su tono iba tomando el ritmo que la luz esconde y que yo, desde el teclado, no puedo describir.



Dos Hojas


Una quiere ser la otra y, las dos, ninguna. Una necesita a la otra y, las dos, necesitan ser. Una requiere una inspección y, la otra, necesita el reconocimiento del inicio. La segunda sueña con que la primera es fuego y todos le temen, sin embargo, en el sueño de la segunda, el fuego odia ser fuego y quiere ser aire, acariciar las orillas de las montañas, danzar con los rayos y ser, la mágica iniciación del peligro que corre un globo en medio de la tarde. En el sueño del fuego, el aire no quiere ser el mismo, pretende ser hierba fresca, palpable, con olor, con color, con esa majestuosidad que las cosas pequeñas requieren para ser los detalles inolvidables, que las cosas grandes necesitan en momentos de suma estupidez. Así mismo, la primera hoja, presume que la segunda idealiza y alcanza su centro, lo divide en partículas y lo lanza, al mismo tiempo, fantasea para que de alguna forma, las dos, puedan morir sin que las ramas las obliguen a suicidarse.




Atril y Tornasol



Seguimos entre el mueble, cada vez que nos tocan, nos pasa igual que los signos. Entre un momento y otro, la reacción que la majestuosidad del reflejo quiere, el presunto homicida hace de voz para que todos, incluyéndote, sigan con la apariencia que las líneas quieren llegar a desconocer. En la justificada dispepsia que el gaseoso vomito requiere, todos, incluyéndote, vamos a contar hasta que el universo sea curvo y su circunferencia, se pueda medir con la misma rapidez, que las manos pasan de un lado a otro, en el Atril que la biblioteca sostiene con su Tornasol.




Abuela y su brazo


Encerré el dolor que la sangre derrama. Cerca de la mitad, pude verle y su única prenda era una vuelta cimentada en el encierro que la canción repite en la radio. Seguí en la máquina tratando de enfocar una superpie cerca del final. Al levantar el cristal, el tosco andamiaje óseo, pudo comprometer al hidrogeno y su continuación, no solía respirar muy bien. Al quebrar, el dolor me gritó al oído y justo antes que el alba limpie la punta de la casa, el brazo de mi Abuela se desprende y cae en una llama que va a seguir el camino que las hormigas han marcado. En la máquina, ensimismado con el sonido intenso, que el público de ojos me da, nunca pude ayudar a mi Abuela, el pobre vaso de agua, cayó sin contemplación, sobre la cerámica, muy cerca de sus pies.



Un párrafo


Viví en el tiempo que él mismo desecha. Fui parte de todo lo demás y ustedes los que reaniman a las letras a formar todas las oraciones que tejen estas líneas, son la mentira que yo me he inventado. Así, sin la preocupación de estar cerca del final, la magia revierte cada instante en el mayor momento del día y me liquida.



Rollos de hojas


Regresar era la clave para resucitar. Las sábanas eran las llaves perfectas y nosotros, la hemos conseguido. Al finalizar el último orgasmo la sangre se cuelga y suponemos, que realmente es verdad. No nos hemos detenido y cinco veces marcan el final que los labios requieren. Todo se atora al salir, la irritación se parece a una enfermedad terminal y nosotros, insistimos en que la realidad nos pertenece. Unos segundos luego de abrir los ojos, nosotros, seguimos en el cenicero.



P-1


Era utilizado como un objeto cualquiera. Iba de un lado y de otro, siempre cambiando de estancia. Todas sus partes eran el menos precio que los puntos imprimen en las hojas todos los días. Como objeto, era maltratado y su precaria condición sustituía a la basura. Sus partes eran de las mejores, en esta época ya no tanto. Él sabía de ciencias y de humanidades, podía repetir conceptos exactamente descritos en manuales de las áreas antes mencionadas. Antes de llegar a ser tal cual es, era rígido-imponente, era de gran ayuda para que muchos pudieran vivir. Su base era singular y su extensión majestuosa. Nadie lo utiliza y pasa las horas en el rincón. Nunca lo conocí, estoy en otra facultad y, justo ahora, me doy cuenta, que los pupitres no podemos llorar.



Ellos y Las Casualidades


A esta hora, Las Casualidades entran en la casa. Los errores agrupados en el rincón paralelo a la habitación contigua, tiemblan de miedo. Ellos, casualmente, se han enterado que Las Casualidades vienen a matarlos



Cada una de las partes que nacen…


Truena como los dedos que lo tocan, truena como al final. Era parte de una nueva numeración. Solía verla y de verdad creí que era feliz. Desde mi lugar, antes de partir, la pude observar por última vez, ella, sin duda, no es la misma rama que ayer.

HÉCTOR COBAS

EL MUNDO DE LOS SUEÑOS.


Creo que los sueños son la sustancia de la psiquis, es decir ya han dejado de ser las manifestaciones de un más allá que los dicta y que están relacionados a mi destino personal, para pasar a ser interpretados desde otros ámbitos, como los intereses del inconsciente cuando el estado de vigilia se repliega y ya no estoy atento en disimular la vida de los instintos y del mundo condicionante de lo normativo. Por eso tal vez, para una mejor comprensión, sea más ventajoso el poder instalarme en esa zona que Bergman ha llamado la hora del lobo, donde lo consciente se funde con lo inconsciente en las horas crepusculares de la noche, y emergen de esa oscuridad un laberinto indefinido de surcos, donde las imágenes se funden unas con otras dejando las más de las veces inconcluso el relato que yace en esa incoherencia que desplaza toda lógica. Es un espacio abierto en que puedo sumergirme y tratar de navegar por un inmenso río sin límites definidos, en donde surgen las cabezas de monstruos subterráneos que interceptan mi andar para querer devorarme, mientras un sentimiento de terror me arranca de los soportes de un cuerpo enteramente rígido que quiere huir y no puede hacerlo porque lo impide una parálisis de músculos encogidos que no responden a los mandatos de la mente.¡Ah que liberación, cuando la situación onírica cambia y todo se resuelve en otra atmósfera ahora densa poblada con otros rastros de imágenes que señalan otras historias! Un inmenso reloj hace su aparición sin las manecillas que marquen las horas que se hunden en la arena de un inmenso desierto en el que vagabundeo sin tener un rumbo fijo que seguir y donde ya no se manifiesta ninguna cosa porque han sido alzados por un impetuoso viento que se ha transformado en un vigoroso tornado y que amenaza con llevarme también en su atropellada agitación. Y así sin orden, no estando sujeto al espacio y al tiempo las imágenes se suceden unas a otras, dispersándose en una asociación libre sin intervención de la atención, ni de la voluntad en ese cosmos fantasmagórico que queda sujeto las más de las veces al olvido o bien cuando al despertar me reintegro súbitamente a ese estado de conciencia que llamo real y desde esa óptica trato de interpretarlo con ese instrumento que se llama “razón”, tropezando con las resistencias oscuras de los fundamentos, que dicen revelarse en la reflexión científica, pero que descubro sigue siendo ese mundo oculto, sólo entrevisto como un enigma por el pensar poético.

Jorge Ribaud

INSPIRACION


Era ya tarde en la tarde, el entró en la habitación y se sentó frente a una hoja en blanco. Tomó un lápiz, afiló la punta, lo montó en posición de ataque; y se dispuso a capturar una idea para dibujarla en el papel.

Pasaron por su mente, una tras otra, escenas de su vida.

Pero, ¿Fueron sueños, lo imaginé o realmente sucedió? (se pregunto con imperceptible movimiento de labios) Vaciló por instantes y finalmente se respondió: - Bah! todo es igual, todo me golpea igual, Y recordó de no sabía quién: “Vivir, vivenciar todo es ilusión”. Se inclinó sobre su blanco, armado del presto arpón, apoyó sus codos en la mesa y reposó su frente en la palma de la otra mano abierta. Sus ojos iban y venían sobre la nada, ronroneó algo en forma gutural y de pronto escribió una “A” (imprenta y mayúscula) – Aaaaa! Dijo como si fuera una exhalación – A...? intentando interrogar la letra solitaria y muda. AA...! le lanzó sentencioso. Pero luego la soltó y la dejó flotar, -Aaaaa! Y al terminar su vuelo, regresó con una aspiración al final – Aaaaaz! Volvió a lanzarla al aire, pero con más gravedad – Aaaaazzz! Y prolongó el sonido hasta que se perdió en el espacio, como una brisa, como un silbido apagado; y por fin escribió PAZ.
Y nuevamente se entregó a la frecuencia de onda del fonema – Paaaz!

Soltó amarras de su pensamiento y navegó por un lago que situó al sur. Un mar en quietud, laxas y espumosas olas golpeando sobre las piedras.

Paz... nubes arropando al sol, que se recuesta tras los picos engalanados de encajes, en un largo bostezo de atardecer.

Paz... árboles, refugios bulliciosos para los alados habitantes del cielo.

Paz... Movió su mano y añadió a aquella palabra que permanecía inmóvil e indefensa, en la cabecera derecha de la hoja: “ eres plenitud; y plenitud es contento; y contento y plenitud es felicidad” (Punto y final)

Meditó, entonces, -¡sí! es tan simple, Paz es la cara de la felicidad. Es principio y fin de todo goce, es armonía para vivir con los otros y consigo mismo, es salud desde adentro hacia fuera,... es el acto final del drama del amor.

Se levantó satisfecho con esos dos renglones y salió a la calle paladeando la vibración, la dulzura y la musicalidad de la palabra PAZ.

Silvia Patón

Escena infantil


Puso la cesta sobre la mesa, y el niño la miró con curiosidad insana, apoyándose en una de las sillas de enea.
-¿Qué es, qué es?- preguntó intentando divisar lo que la cesta contenía.
-Ya lo verás- respondió la madre paciente.
El niño metió la mano en el interior de aquel objeto de mimbre; la madre lo observó y quedó expectante unos segundos.
-No hay nada. ¿Lo ves?
El niño frunció el entrecejo sacando la mano: estaba decepcionado.
-Es una caja- sentenció con un gesto de desprecio.
Sonriendo, la madre desveló su duda. Sacó la caja de cartón y la puso sobre la mesa. Inmediatamente después, la abrió y le entregó su contenido a aquel pillastre de ocho años.
-¡Un libro!- exclamó sorprendido a la vez que entusiasmado por su descubrimiento.
Efectivamente, era un libro, un libro de cuentos maravillosos y únicos.
El rostro de aquel muchacho se llenó de ilusión mientras sus mofletes se coloreaban de un rojo amapola indefinible. Tomó el volumen y corrió a leerlo en la soledad de su cuarto.

Maximiliano García

del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO"


El calor del escándalo. Su madre no deja que me aproxime. Mejillas rosas, sonrisa simple, afable. Cuerpo excelso, combinaciones que puedan desconcentrar al hombre. Así pasea como ingenua con sus contornos, con sus gracias, con los moldes de lo que se quiere. Sus diecinueve años, demasiada vehemencia incubada en un diamante. Perspicacia, desfachatez. Escribir las paredes con frases como la ventana del alma. Las calles han transcurrido su vida. La madre no le pierde pisada. El instinto animal de hembra madre tan concentrado como atracción, sexo de un macho adulto y hembra joven se posan en la balanza del respeto que deseamos quebrar, desencadenar. Sufren hambres las pausas imantadas de nuestras miradas. Ella embadurnada en la promiscuidad desinteresada en la promiscuidad desinteresada, madura cuando nadie nos ve en esta atmósfera de faunos enramados al arrabal, acicateando un carnaval veneciano quedando acéfalos ante las virtudes de la atracción. La madre, mi vieja conocida percibe causas, efectos, es una membrana infranqueable, y a su vez auspiciosa. Si no fuera por ella nunca nos hubiéramos conocido.





del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO" Del tío y la pequeña…


Tanto pasan caminando carreteras sin frenos, intensos bullicios, hermosa Maja subida a una silla expresando frescas incidencias de futuros más allá, dueños de la anti apatía junto al Márquez de fantasías. Se remontan barriletes volando figuras de un caleidoscopio por ojos brillantes, así la lluvia por la madrugada hidrata casi imperceptible al frío, riendo, pidiendo no termine al abrir la puerta, bebiendo las almas, compartiendo complementos, transformados en juglares de sus comedias piensan al teatro de la anécdota en que se ven cómplices. Ahora me miran, me sienten el protector de sus desastres, me están diciendo gracias con cada pestañeo, amante de cada gota que fue rechazada en las nubes, y vienen a bailar al compás de los movimientos shockeantes de sus bocas. Voy a disfrazar mis gestos, estoy disfrazando mis gestos, aniquilado de pensar en rápido. No veo más, simplemente porque se que detener la carrera es morir, y eso es mucho placer para mi. Prendería mil luces para dejar de correr y de correrlos, que también mueran, salgamos del globo donde la muerte no se ve, donde todo es violeta viejo. El resto encontrará la solución cuando el mundo les estalle en la cara y en 1756 pedazos estén todos volando. Nosotros... nosotros mirando desde arriba de nuestras mentes, bajamos la cabeza, sonreímos con desgracia y nos vamos a dormir.



del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO"


Un choque vapuleando el final del corredor. Esa marea urbana alada denota un puzzle inalcanzable e in armable. Locos en un rincón con románticas botellas pidiendo perdón son como esmerados mensajeros, como divulgadores de un circo purgante al corazón. Allí se encuentran los deseos agasajándose entre uno y otro. La eterna función en una vida breve empachada de hastío, confusión, ansiedad, visiones de playas en el horizonte de respiros tranquilos de mar, besos, soledades, sexo, desnudos pensamiento al borde de la carpa sentado en la arena, en la fría y húmeda mañana del invierno bajo las mantas en posición fetal. Apenas tapados con la sabana, dormidos, con la mano llena del pecho de ella, con el ventanal iluminando al amanecer. La cama del ring sin golpe, del revolcón animal de cuerpos danzantes ahora en silencio con las muecas sonrientes, orgásmicas, satisfechas. Han atado las patas de la mentira con las botas puestas esperando la subida del nivel del mar. Abren los ojos, se sienten siendo parte de todo aquello que los vio levitar, se acurrucan uno con el otro, se ven, se crean, se quieren, se protegen.




del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO"


Impidiendo los propios pasos, la comezón de la cabeza fuerza los riñones en un molesto dolor. Zapatos de payaso en un rincón con la mueca perdida, balbucean palabras esquivando balas sentados en un punto ciego. Es un observador inadvertido de la batalla social. El quiebre de las sonrisas compitiendo, atenuándose, dejando al menor descuido la mirada cautelosa en la próxima jugada. Dejando al costado la suerte y verdad, es un barrido para llegar al avaro donde muere la confianza desvelada por un colchón de espinas. Intensas lágrimas de sangre en la civilización para el muestrario de los siglos, de la historia, aquí y allá, hoy y ayer. La imaginación vale más que la imagen para poder seguir, para poder excluir el paradigma de lo perfecto por el esfuerzo de lo cierto. Miré parado en aquella esquina la figura de un personaje entrañado, me moví cuando aparecen para alcanzar aquel pasajero de la muerte. ¿Sería o no sería? Peor la búsqueda, esa pérfida atrevida viuda de la rutina nos patea adelantándonos con ella, transmute entre los peatones tras esa silueta, parecía no querer alcanzarle por la sensación cual podía despertar. Choque con un estudiante cuando parecí perderla. Volví a localizarle deslizando comprensiones. Era la realidad a quien había visto por el mañoso destino…

Catalina Zentner

ÉL QUIERE


Quiere escribir sus versos un poco a la deriva, sin ramales oscuros ni marcas de tristeza.
Sus sueños simples son, su escritura también. Creen de las cigarras el canto necesario y alguna vez describe su encuentro con sirenas, cierta tarde de marzo en una ignota playa.
Él camina. Sus pasos lo llevan dondequiera y le duele volver.
Hoy su visión enfoca una calle arbolada cruzada por carretas cargadas de hortalizas. Tropieza con un niño que juega a la rayuela. Y luego, en la lumbrera, ve a una muchacha tímida aireando al sol las sábanas que arroparon sus ansias.
Él sabe que no es sueño, que son seres auténticos, sedimentos de un todo, fragmentos de utopías. Que es posible el camino lado a lado, sin prisas, ni ídolos de barro ni dioses antagónicos.
Quiere narrar un cuento dando vuelta la historia pero no sabe cómo ¿Dónde están las palabras que ha perdido el poeta? ¿Dónde se esconde el verde y los pájaros de Trejo?
Yace su mano inmóvil como sobre una tumba y cierra su cuaderno, tal vez hasta mañana.
Entretanto la lluvia revive los helechos y una hilera de hormigas avanza en línea recta.


Los pájaros de Trejo, se refieren al poema de Mario Trejo Los pájaros perdidos, musicalizado por Astor Piazzolla.


ECUACIÓN


Fuiste la incógnita que no supe resolver. Puse en juego mi mejor estrategia, avancé en la tersura del recuerdo para intentar fórmulas que convocasen el hechizo.

Pero te me escondiste entre cifras esquivas y letras diminutas. Y el examen falló en la asignatura que marcó la más aborrecible de todas mis derrotas.

Graciela Amalfi

"Sonó el silbato y la mujer corrió por el andén.
sonó el silbato y ese hombre la observó.
sonó el silbato y... Juntos huyeron por el camino de la locomotora".

Alejandro Laurenza

Juegos del amor


Ella lo miró, y comenzó a soñarlo. Él la miró, y comenzó a soñarla. A través de un cristal consiguieron amarse: sin tocarse las manos, sin un beso siquiera. Y sus corazones sin saber que se anhelaban mutuamente.

El tiempo se disfrazó de hechizo, y los fue uniendo en los brazos de un cielo nacido por ellos y para ellos. Incontables lunas recorrieron su mundo.

Y cuando el laberinto dejó de ser laberinto, jugaron a inventarse. Se elevaron soberbios ante los ojos del otro, irrepetibles. Ella tuvo todo lo que él podía esperar de una mujer. Él se volvió el hombre que ella aguardaba desde niña.

Hasta que un día se encontraron: los ojos brillantes, las sonrisas tiernas, los sueños fundiéndose en uno solo. Hasta que un día se dijeron te quiero, hace tiempo que te quiero, hace tiempo que espero que me quieras.

Hasta que un día (ese mismo día) llegó el fin. El inmenso amor que había sabido unirlos, y que acababa de escapar de las reglas de lo imposible, era tan perfecto que sólo duró un segundo.

Bastó sentirse para darse cuenta de que ya no eran los mismos. O, pensándolo mejor, de que seguían siendo los mismos. Tanto se habían inventado que no lograban reconocerse.

ALICIA SUSANA GÓMEZ

"ROSARITO"


Abrió la puerta del coche y la vio. Reconoció al instante su figura regordeta entre las tres mujerzuelas vestidas provocativamente en la oscuridad de la esquina del Bajo. No parecían las Rubias de New York, pero todas tenían el cabello blondo. Una, de labios carmesí, hablaba profusamente. Otra platinada, con un tapado de piel raído, se palpaba el tacón del zapato completamente distraída. Rosarito, con su desabrigo de antaño, pero vistiendo una pollera tubular ceñida y una blusa dorada, escuchaba atentamente. No se atrevió a permanecer allí: Temió que lo descubriera. Alguna de ellas se acercaría a su Plymounth.

Puso la primera y huyó. Una multitud de sensaciones le impidió continuar. Detuvo el auto en Paseo Colón y San Juan. Del bolsillo interior del saco, extrajo su Ronson, de plata, con las iniciales grabadas, y prendió un Cuarenta y tres. Entrecerró los ojos y recordó:

- Era muy temprano, aquel sábado. La lluvia golpeaba con estruendo. Apenas si alcancé a oir tres aldabonazos. Por el postigo de la puerta cancel se veía una sombra. Abrí. Era ella, peinando trenzas por donde se escurría el chaparrón. ¡Otra chinita!, pensé. No obstante, me pareció cansada y con frío. Le abrí. Se limpió el barro de las alpargatas en la alfombra y la recogió, inmediatamente, escondiéndola detrás del bolsito que sostenía apretado contra su pecho.

- ¿Te mandó el capataz? ¡No me dijo que eras una nena!

- ¡Ya cumplo catorce! - replicó con resolución.

- Casa y comida - contesté, terminante.

- Me basta, ¡gracias, Don!

- ¡Doctor, llamame Doctor; siempre! Dormís en la cocina. Detrás de la heladera hay un catre para armar después de que todos nos hayamos retirado a nuestras habitaciones. En el lavadero está el uniforme. Bien almidonado y limpio lo quiero.

- ¡Sí, señ..., Doctor! Cocino muy bien y limpio como nadie, también sé...

- ¡Calladita! Te quiero calladita. Es lo primero que tenés que saber. Si no, de vuelta al tren...

Y lo bien que aprendió. Elsa podía hacer su vida social con comodidad: Las cenas en el Rotary; la canasta y el té de las cinco, en casa; las veladas del Colón, una por mes, y Rosarito, portándose como la mejor sirvienta que tuvimos.

No sé qué me pasó esa noche. Serían las tres. Mi mujer dormía su eterna migraña. Yo me levanté a tomar un wisky y vi la luz de la cocina. Se escuchaba la música de una ranchera. Sentada en el borde de la silla, mordía una pata del pollo que cenamos, sostenida con la mano. Nunca nadie la había visto comer. El catre estaba abierto, las cobijas bien estiradas. Pero no lo usé. La tabla de la mesa estaba cerca. De su boca, jugosa, no salió un quejido. Sólo recuerdo su mirada fría, golpeando en mi retina. “La negrita está acostumbrada”, me dije.

Al amanecer, se había ido.

Marcos Rodríguez Leija - Nuevo Laredo, Tamaulipas; México

Ana


Ana la llaman, Ana “La Nana”. Cada mañana abraza la danza amarga: alza la casa, lava, plancha.
La carga cansa, acaba. La ama maltrata, paga mal. Ana calla, agachada. La ama, Sara Lara (dama malvada, capataz), la manda a labrar.
Ana acata cansada, labra la granja, amarra las parras, trabaja, trabaja, trabaja... Al acabar, Sara la amarra a la cama. Hasta la mañana la para. ¿A yantar? ¡Para nada!
—¡A trabajar, haragana pagana! ¡A trabajar, zángana!
Ana acata. Cansada, abraza la danza amarga. Al acabar, acaba amarrada.
Ana trama matar a la ama. Al llamarla para trabajar al aclarar la mañana, Ana agarra la pala, ataca sagaz, la mata. Sara sangra. Ana la ata, agarra la pala, cava... Al acabar arrastra a la canalla al parral, a la zanja cavada. Al zamparla, la tapa.
—¡Rata malvada! ¡Larva!
Acabada la zangamanga tramada, Ana “La Nana” va tras la gata, la atrapa, la abraza.
Ana danza sardanas, alaba a Satanás. Satán alaba la hazaña.
Ana danza halagada, canta... canta...


Dios

Dictador de doctrinas, detentador, Dios dice: “¡Discípulos, dadme dinero, derramad dádivas dignas de Dios!”
Decepcionado, Don Diablo, decente decano de demonios, decisivo dice: “¡Dios, deja de defraudar discípulos!”
Disgustado, Dios desafía: “¡Defiéndete Diablo!”
Defensivo, Don Diablo dice: “¡Desvergonzada deidad decadente, deja de delinquir! ¡Demuéstranos dignidad! ¡Déjate de discursos disparatados! ¡Danos democracia!”
—¡Diablo..! ¡Déjate de diatribas! —Dios, desatado, desenfunda... dispara...
Don Diablo, desfallece dolorido.
Dios, deidad divina disfrazada de diablo, desmoralizado determina desenmascararse.

La caja de recuerdos

Al abrir el baúl del abuelo despertamos un animal prehistórico dormido en el tiempo; habló de sí nuestra ascendencia desde fotografías en blanco y negro; se dispersó en el aire el aroma de un siglo pasado y el viejo olor a lavanda de un pañuelo; un celuloide disparó el breve pasaje de una guerra jamás documentada por la Historia; una brújula remarcó las rutas que desaparecieron bajo nuestro paso; floreció un clavel entre las hojas secas de un diario de viaje; y los dragones rojos que de niño dibujó el abuelo salieron volando de un cuaderno.

Raúl Brasca

EL POZO

Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcertado, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia adentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

Héctor Cobas, Miramar, Argentina

EL CÍRCULO MISTERIOSO


“Todo ser tiene su tiempo” es una máxima para pensarla en profundidad. Viendo una foto, que ocasionalmente había llegado a mí poder, me quedé absorto examinándola, pues me motivaba para seguir profundizando en aquella estampa que se ofrecía impensadamente a mi mirada. Lo primero que vislumbré fue un círculo de material, que me imaginaba era parte de la construcción de una vivienda que eventualmente había quedado abandonada. Tenía una abertura sin puerta de acceso y en su interior se observaba un televisor con su pantalla iluminada. ¿Qué historia de vidas se habrán tejido en su interior? Tal vez perduren en los recuerdos de los personajes que la habitaron o quizás ya murieron, quedando sólo huellas en mentes que ya transitan por otros derroteros. “Todo ser tiene su tiempo” ese dicho del Eclesiastés me da vueltas y más vueltas en mi cerebro. Pero no sólo los humanos contamos con esa dimensión que llamamos “tiempo”. También podemos percibirlo en las cosas que nos rodean y del mismo modo pude distinguirlo en la foto de esa construcción que tenía delante de mis ojos, como una imagen cristalizada en un eterno presente que se hace manifiesto sólo al observador que intente prestarle atención. “Todo ser tiene su tiempo”, “hay un tiempo para reír y un tiempo para llorar”. No tengo la menor duda que los personajes que allí vivieron rieron, lloraron y también habrán imaginados futuros venturosos o espantosos, y tal vez hoy, habitaran otros lugares alejados de esa misteriosa finca, y plasmaran otros sueños, edificados con despojos de otras representaciones igualmente imaginarias. Pero súbitamente me detuve y observé el curso de mi propio pensamiento. Todas estas posibles historias no habían sido nada más que ejercicios fantasiosos de mi mente. Y germinó de improviso esa idea de infinito que es una partición imprecisa del tiempo que descubro en los recuerdos o en las proyecciones que van al futuro, desde un presente también errante, y que no puedo detener en ningún instante de su acontecer, y que permanentemente se me escapan como volutas de humo sin posibilidad de concretarlo, aunque experimento el ponerlo por escrito para que subsista como un sello indeleble y trascienda las evanescentes fronteras temporales. Y nació ante mí el recuerdo de un texto de Salvador Elizondo: “Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía”. Y así me percibí a mi mismo, escribiendo sobre el infinito y el tiempo, inspirado en una foto que fortuitamente había aparecido ante mí, y que sirvió como un itinerario imaginario para que la vieja casona y sus posibles habitantes fantasmales no murieran definitivamente, sino que se recrearan en el pensamiento de otras infinitas mentes, que como espejos reflejen infinitamente sus historias reales o inventadas. Pero eso pertenece a otro ámbito, que ya no interesan al lenguaje poético-literario.

Rodolfo Zamora

Entre Nosotros


Después del mediodía ese pájaro que aparece por la ventana vuelve a burlarse del asilado, del refugiado, del internado sin obedecer a ningún tipo de cuestión moral que, imagino, debe prohibir tal despropósito. Ese mismo pájaro, hace unos dos meses atrás visitó el hogar de ancianos y se llevó la no muy agradable impresión que ninguno allí podía verlo con claridad, sea por su tamaño, su velocidad o su falta de gracia, Eso le pasa por querer llamar la atención constantemente. También tuvo un altercado en el hospital de quemados cuando entró a uno de los pabellones y fue expulsado por un enfermero.
La verdad es que no lo entiendo, juro que he tratado de hacerlo pero me he rendido ante tanta falta de inteligencia de este alado amigo, quien se limita a volar, volar y volar ante nuestras caras, nuestros ojos y nuestra notable desesperanza y desilusión. Nosotros, aquí adentro, creemos que no debería ser así, hemos redactado un manifiesto en contra de este pájaro sin escrúpulos, lo hemos leído en el patio mis amigos, yo, mi esencia y mis recuerdos y todos asentimos tan contundentes palabras.
De ahora en más, cada vez que lo veamos gritaremos al viento los pasajes del manifiesto más significativos, sobre todo aquel que dice;
“..entonces te vemos desplegar tus alas y vencerte frente a la inmensidad del aire, del viento, del espacio, del mundo y nosotros con los pies y las escaras sobre el suelo. ¡Ten un poco de consideración, compatriota de los vientos!, solo dios sabe lo que hace con cada uno de nosotros, sabemos lo que ha hecho con nosotros y contigo pero al no saber que nos tiene reservado pedimos esa consideración, tu seguirás volando o un día caerás para morir y alimentar tanto al suelo como a nosotros y nuestra destrucción, en cambio… ¿nuestro futuro?, ¿qué será?...”.
Mañana, seguramente pasarás por aquí y te leeremos ese pasaje y más, te esperamos, no nos falles, eres lo único, lo último, lo mejor que nos queda.

Julia del Prado - Perú

HUMO


La mujer sentada en el portal teje su historia a través de ese humo silente, mientras espera el tren que recoja sus pasos para ir a contemplar el sol de Colán y hallarse a sí misma en el anochecer cuando encienda otro cigarro Lucky Strike, a los pies de la luna de Paita.
Piensa ella mucho en las musarañas y el humo volátil le señala la inmortalidad del zancudo y el cangrejo retrocede pa’tras, pa’tras, pa’tras.

Carlos Acuña (Maturín, Monagas Venezuela)

Planta


Al romper el concreto, un momento antes, todo era un pequeño cotiledón que los críticos y sus innumerables caminatas, hacen sobre el set de grabación. El director dice corte, y todos aplauden; la actriz principal muere y la sangre llega al orificio fracturado por las raíces; la seriedad del acto bifurca los rayos del sol y presionan a Martín por la comida. Una voz en off sugiere una segunda toma, todos corren a sus posiciones y sin que nadie escuche, la primera figura hace sombra sobre el cemento. Días después, el primer pecíolo se estira sin contemplación tras el silencio mandado por la producción. César viene corriendo y todos, absortos con sus indicaciones, pierden a la denominación dada a todo vegetal.



Último Acto


El Tendón se acomoda a su nueva misión, el ajuste ocurre cerca del final del Último Acto. Antes, en el preciso instante en que la mano quiso pensar, los pasos vienen a darle una segunda oportunidad. Una excusa de cierto tipo, recurre a silenciar una pequeña visita de los soplos; el paréntesis que las venas llenan de repente, suprime al órgano motor, el pecho se ensancha y la camisa de estampados vinotinto, sugiere una nueva capacidad de horas. El porcentaje de segmentos y pausas, perfecciona de una vez y para siempre, la clausura que las tablas enganchan sobre los pies de los usuarios y sus asientos. El abecedario incurre en las vía de escape, la puertas están abiertas. Cuando los aplausos inician, el Tendón se sobreexpone a una lluvia de mensajes mandados por el cerebro y de una, aprieta el encendedor de las luces del teatro.



Suma


Una parte de la expectación era encarnada por la voz del carbón, su tenue extrañeza era una sutil protuberancia nacida para arrancar del silencio, el eco que esconde su centro. Nunca encontré la manera que los números de alguna forma, corrieran desde mi lado crítico, hasta la pulpa que se acumula entre mi ácido. En circunstancias alternas, los días sueltan esa entrañable nobleza con que mis manos, desde niño, suman peras y manzanas.



Ella, Nosotros y la lectura


Ella, era la soledad de nombre, se espera que lea todo y Nosotros, los de acá, los que lamentablemente no podemos leer, vamos a estancar nuestros cuerpos en alguna silla cercana. Ella, era la de los libros, se espera que inicie dentro de un rato, los de acá, los que ahora están en las sillas, la vemos escoger uno de sus tantos ejemplares. Ella, juega a dormir, su sueño es con Nosotros, los mismos que acá soñamos con ella.

El libro cerca de su cuerpo, se parte, las letras caen y empieza la caminata, una fila de hormigas negras le cruzan el pecho y, lentamente, Nosotros, lo que no podemos leer, vemos como la estrangulan. Las letras hechas insectos, le pasan el cuello y su cara, la mastican cómo los hongos de su colmena. Nosotros, despertamos. Ella, reducida a una niña de unos tantos años, no puede leer más que su nombre en la habitación que le han designado, desde hace varios días, en el Hospital Central Psiquiátrico, en el cual, Nosotros, en nuestras sillas, seguimos a la espera de la lectura.

Susan Urich, Venezuela

Los escritores miran por la ventana.

Voy a sentarme a trabajar, siempre dice. Cuando me asomo a la computadora está mirando fotos de azul nube blanca. Apenas dos líneas, que no justifican la paga del día; se levanta de la silla, mira por la ventana la danza purpúrea de los buitres, la trayectoria de las hojas al caer, ese punto de luz que rebota contra la ventana de un auto rojo, la niña que regresa a casa con el pan, el olor a frío, a muerte, a diente de león dispersándose en el aire, a luz como espada que atraviesa el polvo.

Se sienta al rato, con una media sonrisa, aunque sudando frío ante la hoja en blanco y, cuando ya he descartado la posibilidad de leer algo que me licúe la sangre, cuando estoy a dos pasos de no volver, cae en mis manos una hoja encinta, apenas sonrojada, en la que hizo caber al infinito. No en vano dicen que son los mecanógrafos los que teclean todo el día, y que los escritores, en cambio, tienden a mirar por la ventana.

Susan Urich, Venezuela

Los escritores miran por la ventana.

Voy a sentarme a trabajar, siempre dice. Cuando me asomo a la computadora está mirando fotos de azul nube blanca. Apenas dos líneas, que no justifican la paga del día; se levanta de la silla, mira por la ventana la danza purpúrea de los buitres, la trayectoria de las hojas al caer, ese punto de luz que rebota contra la ventana de un auto rojo, la niña que regresa a casa con el pan, el olor a frío, a muerte, a diente de león dispersándose en el aire, a luz como espada que atraviesa el polvo.

Se sienta al rato, con una media sonrisa, aunque sudando frío ante la hoja en blanco y, cuando ya he descartado la posibilidad de leer algo que me licúe la sangre, cuando estoy a dos pasos de no volver, cae en mis manos una hoja encinta, apenas sonrojada, en la que hizo caber al infinito. No en vano dicen que son los mecanógrafos los que teclean todo el día, y que los escritores, en cambio, tienden a mirar por la ventana.

Rodolfo Zamora Damonte

Una de las más respetadas y respetable costumbre en este pueblo es el “amasijo”, nombre que se le da al simple hecho de juntarse en la plaza del centro y decirnos las más abominables verdades acerca de nosotros mismos y de los nuestros, por nosotros, por los nuestros y por aquellos. Las respuestas a esas verdades puedan ser más verdades o la más primitiva violencia física.
En cierta ocasión, década del 90 por la mitad, un hombre murió al ser alcanzado por la verdad de que, en realidad, no era padre biológico de ninguno de sus tres hijos. Fue una muerte brutal, una verdadera sacudida de los instintos sociales que merodean cual Mefistófeles durante todo el año y que el día del “amasijo” explotan salvajemente.
En 1998 una mujer renga expresó a su amante, el dueño de la única despensa del pueblo, que su único deseo era verlo muerto y quedarse con todo su sucio dinero. Esa verdad golpeó de lleno en el inmenso abdomen del comerciante pero supo defenderse diciéndole su verdad de “pacotilla”; “Esta bien, mujer de poca belleza y mucha astucia, ¿esa es tu verdad?, pues bien, la mía es que tu eres renga gracias a la golpiza que te di cuando tenías apenas un año de vida, hija mía”.
¡Pero como el “amasijo” del año pasado no ha habido, amigos de la miseria y escoria humana!; nos juntamos todos en la plaza a las tres de la tarde, el calor insoportable, las tres y cinco de la tarde, hombres y mujeres, más de las primeras que de los luego nombrados, el sol cocinando nuestras ideas, una nube solitaria generadora de sombra para unos pocos, las tres y diez de la tarde, doce niños han sido autorizados para decir sus verdades, ya tienen los trece años requeridos para el “debut veritatis”, las tres y quince de la tarde, aún nadie dice una sola verdad, tres y veinte de la tarde, el sudor es altamente nocivo para cualquier esteticista, tres y veinticinco de la tarde, ¡comienza a irse la gente!, yo no atino a decir nada en absoluto, tres y media de la tarde, ¡la plaza comienza a desconcentrarse casi masivamente! , yo no puedo creer lo que sucede, ¡¿es que nadie tiene verdades para decir!?,¿¡yo tampoco?!, tres y cuarenta de la tarde, solo quedamos mi familia y yo, el “amasijo” ha fracasado por primera vez en ciento nueve años, nos vamos, nos fuimos y ahora, hoy por la tarde es la nueva edición, ¿fracasará como el año pasado?,¿acaso ya no quedan verdades por decir?, ¿ni una sola?.

Salvador Pliego - México

Donde miran esos ojos

Calla la tarde. Se empecina. Regala el viento una bienvenida. Sopla su fuerza como la biela que en el mar se aleja, como un cristal esparciéndose, suavemente, en la ventisca. Otrora, quizá potencia enardecida, quizá estela de un verano embravecido, tal vez la voz de un efusivo cetáceo con su tarareo enternecido.
Calla la tarde, y a lo lejos, como dos bulbos encendidos, dos esferas de trigales, dos mitades del sonido, abres tus párpados… y el cielo mira. En el viento puro todo emerge: hay una pulcritud de aromas, hay un color de umbría, desata el corazón su pecho, amarra el pulso a su latido, se vuelca el brillo a su destino.
Quiero hablarte, simplemente, de jazmines, que se abren como espumas a lo lejos, que ensayan, primorosos, su música de abriles, que encuentran los parajes recónditos del verso y arman caravanas de cánticas ofrendas. Quiero cegar la noche para hablarles, que tengan su mirada de bosques y aluviones, que busquen las viajeras lumbres de nébulas australes, las distantes miradas de los soles, las enigmáticas sonrisas de quásares boreales. Quiero acercar tus ojos y llenarlos de plumajes, hablarles despacito, murmurarles sin tocarles, sentirles sin el tacto, rozarlos sin palparles. Quiero que recuesten sus iris donde el mar hinca su encanto y dejen sus colores risueños y flotando. Quiero atardecer la misma tarde, a que escape enamorando y buscar, silbando, el sonido de su canto; hablarte despacito, cuchicheando, y en tus ojos, ya de tarde, al mirlo ver volando.


Rodolfo Zamora Damonte -San Juan

Negativa, Inevitable, Cotidiana


Ella tenía la particularidad de hacerle sentir a los transeúntes el desgarro de 16 o 17 ocasos, a nadie le interesaba realmente sobre sus desgracias, solo importaban sus impresionantes piernas y trasero aunque como no era prostituta solo la mirada lasciva era su compañera negativa-inevitable-cotidiana. Yo la miré en más de catorce oportunidades, me hubiese encantado tocar sus piernas, besarlas y lamerlas, a mi hermano menor también pero como la timidez siempre nos jugó una mala pasada un día decidimos matarla. Ella vivía en esa esquina así que su ubicación sería sencilla, sus padres no estaban nunca y su hermano vivía en la entrada de la facultad de derecho.
Era sábado y nos dirigimos ahí con nuestro auto prestado por papá, vigilamos su posible salida y cuando esperaba el taxi para ir a la matinée la interceptamos pegándole con un palo en el medio de su angelical cabeza-cabellera-fontanela ya cerrada mucho tiempo atrás. La subimos al baúl del auto y conducimos rumbo a la iglesia protestante en construcción. Al llegar notamos que ella aún dormía del manso golpe propinado, la bajamos y antes de que despertara decidimos cumplir con nuestro deseo, por ello, yo tome una pierna, la derecha, y mi hermano la izquierda, tocamos, besamos y lamimos con éxtasis, sin preocuparnos por la comodidad ya que al cortarlas cada uno fue a un sitio diferente a realizar el acto.
Lo que realmente nos impresionó fue su despertar y su desesperación al comprobar que no tenía sus miembros inferiores donde debían estar sino en nuestros miembros superiores, agarrándolos y besándolos. Sus gritos impidieron que nos siguiéramos divirtiendo, le tapamos la boca con varias vueltas de cinta adhesiva y prendimos una fogata. Una vez encendida tiramos las piernas al fuego, sentimos que ella lloraba al ver sus piernas perderse en el humo. Habíamos llevado alcohol para desinfectarle las heridas por no sé que acto altruista, vaciamos un litro en un balde y se lo arrojamos en sus nuevos muñones, queríamos que siguiera viva un rato más pero también queríamos abrirle su estómago. Lo hicimos y creo que se desmayó ya que no volvimos a oírla, sus órganos eran entre rosados y bordó. La policía llegó y nuestra diversión concluyó con una noche detenidos, nuestro papájuezresponsabledelordenimperante nos quitó toda posible amenaza de antecedente y retornamos a casa, a nuestros estudios, a nuestras normales vidas, sin tener que preocuparnos más por el éxtasis sexual que nos provocaba esa maldita estatua de la esquina.

Juan Carlos Vecchi.Olavarría, Prov. De Buenos Aires, Argentina.

ESTABA DIOS…
A Tilas…

… enroscándose la sabiola, en la primera hebdómada (1) de la vida, cuando no... desde la ofidia oscuridad del Universo, arrimose con serpentina pose, doña serpiente - la sindiente aunque esta versión basic dos colmillos ya tenía -; se arrimó con zigzagueante cautela por las dudas beiges, y pregunt- oooleee:
-¿Le doy la mano que usted, oh mandatario absoluto, usted no me ha dado ni cubilete?
Dios no la miraba, pero la había escuchado venir con la oreja que nunca dormía; aún no lograba resolver el dilema y los nervios ya le estaban caspeando la tupida y gris cabellera: una pierna, tres brazos, un par de costillas y las dos rodillas de Adán, seguían amontonados cerca de su derecha sandalia hawaiana, sobre la alfombra de nube persa y reclamaban con divina urgencia su atención. ¿Pero, dónde demonios van estas piezas?, se pensó por enésima vez.
-¿Patroncito de los orígenes diversos? - insistió la serpiente poniendo carita de peluche escamoso - ¿Director Ejecutivo de las galaxias y aledaños?
Fue divino (no divino de celestial, más bien divino de magistral y aclaremos que todavía no había inventado el detergente), rápido y taciturno, el movimiento de Dios (brazo y puño mediantes), por lo cual la "gentil" preguntona de la tentación giró como pudo y volviose como había venido, sacándole chispas a los reflejos de la “luna lunera cascabelera, toma un ochavo para canela, luna lunera cascabelera/debajo de la cama tienes la cena. “.
Primer error garrafal de Dios: ¿por qué no le reventó la jeta a la serpiente con un sopapo de aquellos? ¿O por qué no cortó por la mitad a la maligna simbólica con un golpe de karate Kid? (canto de la mano que cae como cuchillo de carne y huesos mientras uno grita: ¡IIIA!).
Dios esperó y cuando era un hecho que la serpiente ya no estaba en la escena, el omnisciente retomó la creación del segundo error existencial; después la pifiaría por tercera vez porque eso de que el hombre es la única criatura capaz de tropezar con la misma piedra no puede digerirse ni con sopa de limón o licuado de lavandina.



(1) Hebdomadario viene del griego hebdomas, hebdomados, hebdomade, vocablo compuesto por hepta, siete, y de hémera, día; siete días significa. De este origen proceden el latín hebdomas y nuestras palabras hebdómada y hebdomadario. Por su parte, aparte y si no hay feriado nacional, semana se deriva del bajo latín septimana, compuesto de septem, siete, y de mane, mañana: siete mañanas, siete soles, siete días.

Paul Jr. Paniagua

DESNUDOS


El dedo gordo del pie derecho asomó su frentre aterrado, cortando sus ebras el calcetín con su uña de saurio cedió en un grito. Buscaba escapar de la asfixia, quería respirar, no soportó un segundo más el bufo de queso y el sudor de la piel atrapado en la bota vaquera de cueros. Saqué la bota negra de piel, y el dedo me miró directo a los ojos aliviado. Saqué el calcentín y lo eché al bote de ropa sucia en la esquina. Toda la noche pelaron los ojos mirándome sientiéndose libres. Pensaron en la arena y el mar, caminaron la playa, sintieron el agua salada escurrirse en sus cuerpos desnudos de dedos gordos del piel extasiados. No pude esperar, y corrí a caminar en la arena del mar libre en sus olas de espuma. Yo fui testigo.