Desde la acera de enfrente - Migdalia Mansilla, Venezuela

Cada tarde al llegar el ocaso, se sentaba a la puerta de su casa, en el porche. Cogía el atajo de cigarrillos, lo miraba largamente, como haciendo un exorcismo , como jurándose era el último que se fumaba antes de dejarlo definitivamente.Cada día, en esa hora nona impredecible de colores que llenaba el espacio de sombras primeras, se acurrucaba en el umbral del tiempo de los sueños.Miles de imágenes se atropellaban en su mente, el olvido se le llenaba de memorias que pujaban por reventar el cuenco de las vivencias.Los hijos crecieron , tomaron sus caminos.El marido, se encandiló con una muchacha y la dejó con las marcas de los años grabadas en su piel.El silencio se hacía cada tarde, cada ocaso, y, cada crepúsculo de colores nuevos le llenaba las pupilas de recuerdos viejos.La soledad se convirtió en su compañera, confidente y verdugo de su vida.Desde la acera de enfrente, un hombre se paseaba cada día al terminar la tarde, oteaba horizontes, arañaba el tiempo y perseguía mariposas que se le escapaban de las manos abiertas.Cada anochecer el hombre miraba hacia la acera de enfrente encontrando una sombra que se alargaba sentada en la mecedora que se balanceaba entre los pilares del corredor que hacía de entrada a la casa que siempre estaba en silencio.Cada día paseaba , se detenía , la observaba y se decía "cuántas soledades en dos aceras paralelas que nunca se encuentran"Y así pasaron los días, los años y un día ya no hubo mujer en la mecedora, ésta, sola se mecía como empujada por un fantasma que cada tarde allí se sentaba.
Y al pasar el tiempo corto de la eternidad de la tierra, una sombra se lograba ver cada anochecer en la acera de enfrente, desplazándose de un lado a otro… otro fantasma vaga ahora, después de su muerte, sin encontrarse.

Vuelo nocturno - Maria Pia Poretti, Mendoza, Argentina

Mientras volaba sentía sobre su cuerpo cómo corría el viento cálido nocturno. Todo a su alrededor era oscuro, negro y sólo lo guiaba una luz brillante. Ella lo atraía para sí, lo atrapaba. A él le gustaba esa sensación que lo enceguecía. Se veía, a su vez, urgido por irse, quería escapar y dar la espalda a los rayos luminosos que lo requerían. Era una situación apremiante. Y él no deseaba apartarse de ella. Era un enamorado de esa encandilante fluidez, que en medio del telón negro, parecía un faro para un argonauta. Tratando de decirse así mismo "no", revoloteaba con suma rapidez proyectando espirales, círculos y tirabuzones aéreos. ¡Era toda una maravilla!
Sin sospecharlo siquiera, absorbiendo todo eso, agradable y lumínico, no trazó bien sus cartas de navegación espacial. Sin desearlo, entró en un pozo cilíndrico, invisible, silencioso y quieto, y sólo se percató de ello cuando toda su masa aerodinámica sintió una pared dura, transparente y muy fría, sobre la cual, aterrado y repetitivo, chocó varias veces. Su obstáculo era perseverante; no se apartaría del camino de ese intruso volador. Permaneció allí, callado e inmóvil.
Él, en su afán por escapar, no pensó en la salida: subir hacia la oscuridad del cielo, ese escenario nocturno, que se posaba sobre él como esperándolo.
Estaba demasiado enceguecido como para esquivar situaciones peligrosas. Intentó la suerte descendiendo por el tubo, y algo menos duro lo frenó. Algo líquido y casi pegajoso para él y más frío aún. Tuvo la ventaja de ser liviano, poco denso y flotó. Estaba muy aturdido. Logró moverse sin sentido determinado. Probó el líquido que le pareció algo dulce, pero no podía comprender qué era. Agua no, la conocía bien, sin embargo ella estaba incluida, le era familiar el gusto.

Trató en vano de zafarse de esa extraña red. El líquido untuoso prácticamente lo inmovilizó. Se sentía asqueado por ese sabor dulce que le quemaba las entrañas. ¡Pobre volador!, ya nada lo sacaría de esa situación. Rápidamente comenzó a pensar en sus compañeros, en su familia y en todos los vuelos que había realizado esquivando, en su corta vida cualquier problema aéreo.
"Pero esto". . . – pensó- "esto es muy extraño". . .
Y a medida que pasaba el tiempo se fue debilitando más y más. "Todavía soy joven –se dijo a sí mismo- ¿por qué esto, ahora cuando más esperan de mí?"
Al rato, una mano fría y lisa, como una especie de pala, se acercó suave, pero firmemente hacia el pobre intruso. Lo tomó decidida y la víctima se dejó llevar sin vida. Lo dejó tranquila sobre un plato.
Y alguien, dejando la cucharita dijo:
- ¡Ah!, por fin saqué el bicho, ahora me tomo el jugo de frutas.

Mera sugestiónMera sugestión - Fernando Sorrentino, Buenos Aires, Argentina

Mis amigos dicen que yo soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.
Esa mañana yo estaba leyendo una novela de terror, y, aunque era pleno día, me sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso; pese a todos estos hechos, yo, sin embargo, estaba enteramente convencido de que el asesino acechaba tras la puerta cerrada.
De manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar en la cocina. Esto me preocupaba, pues se acercaba la hora del almuerzo y sería imprescindible que yo entrase en la cocina.
Entonces sonó el timbre.
--¡Entre! --grité sin levantarme--. Está sin llave.
Entró el portero del edificio, con dos o tres cartas.
--Se me durmió la pierna --dije--. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso de agua?
El portero dijo "Cómo no", abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras sí platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde luego, en la cocina no había ningún asesino. Se trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.


De El regreso. Y otros cuentos inquietantes (2005).

Buenos Aires, Editorial Estrada, 2005, 80 págs.

SIN PENA NI GLORIA - Juan Carlos Vecchi - Olavarria, Buenos Aires, Argentina

Rompió el espejo el viernes a la noche, medianochando un desgraciado pronóstico popular.
Volvió el sábado sin novedades por los cuatro cardinales de la vida.
Cuando se hizo domingo, lo velaron sin pena ni gloria; salvo Gloria Pérez, el último de sus amores, quien dejó en la sala cuatro o cinco lágrimas y un ramo de flores insatisfechas.
El lunes lo enterraron unos pocos, los mismos pocos que el martes lo pasaron a olvido.
¡A la miercole! ¿No eran siete los años de desgracia cuando uno rompe un espejo?

Cuando la lluvia Magdalena Márquez - España

Hoy me he despertado temprano y llovía. Me gusta ver llover tras los cristales y seguir las gotas con los dedos como sigues las lágrimas en un rostro querido. Pero esta mañana no me he acercado a la ventana, he dado media vuelta en la cama y he cerrado los ojos para oír a la lluvia caer.

Estoy sola, aún es muy temprano, el sueño aprisiona mis ojos, invade mi cuerpo. No quiero dormir, me asusta que la lluvia se detenga, no volver a oír su repiqueteo en los cristales, no verla deslizarse perezosamente, con la misma desgana que me estiro debajo de las sábanas antes de incorporarme para iniciar el rito acostumbrado. Primero a la cocina, a preparar el café bien cargado que me permita empezar a funcionar, mientras se calienta, al baño a lavarme los dientes, a mojarme la cara frente a ese espejo que se empeña en regalarme cada día una nueva arruga. Hoy no estoy para hacerle caso.

Llueve, es una lluvia suave, melancólica, que me trae recuerdos… no, que me regala sueños. Sueños de otros días lluviosos no vividos; de paseos compartidos mojándome, mojándonos; de chapoteos en los charcos y de risas, y de caras extrañadas de la gente que pasa a nuestro lado, y más risas. Esta pertinaz lluvia quiere traer nostálgicos recuerdos, quiere asentar en mí la melancolía de los tiempos pasados sin darse cuenta que el pasado no existe. Cojo el tazón humeante de café y voy de nuevo hacia el baño, pasando por delante del despacho. Sin quererlo miro el escritorio, el libro que quedó anoche abierto, el cuadernillo con las anotaciones, los bolígrafos de colores con los que garabateo según leo, el portatil… el portatil. Y otra vez viene a mi cabeza la conversación de anoche, y la despedida de esas que no me gustan y que por eso nunca haces pero que fue tan triste como si estuviese escrita, y tu canción, aquella que nunca te dejo terminar “All my bags are packed, I'm ready to go I'm standing here outside your door I hate to wake you up to say goodbye. So kiss me and smile for me, tell me that you'll wait for me, hold me like you'll never let me go. I'm leavin' on a jet plane, I don't know when I'll be back again. Oh, babe, I hate to go.” Y para qué voy a encender el ordenador, seguiré estando sola, y le doy al botón sin pensar, y sigo tocando las teclas mecánicamente porque aún no me he tomado el café que se está enfriando en una esquina de la mesa. Y los mensajes saltan a la pantalla, breves, noctámbulos, casi desde la escalerilla de ese avión que te aleja de mí.

Llueve, y las gotas resbalan plácidamente por el cristal como si fueran lágrimas de alegría en un rostro amado, y no las seco, las sigo con los dedos. Y apuro el café que se ha quedado frío. Y me dirijo al baño a encararme al espejo que me regala una nueva arruga. Y le acepto el regalo agradecida porque es un nuevo signo de vida. Y dibujo esas marcas con los dedos como si fueran surcos dejados por esa lluvia que no me trae recuerdos del pasado. Porque el ayer no existe simplemente porque no estabas tú.

Regreso al pasado - Agustina Aleman - Buenos Aires, Argentina


Sabe que la ingesta de una sola pastilla le permitirá regresar al pasado.
La causa sigue su curso inexorablemente, el gran robo a la caja de caudales debe ser esclarecido.
Confiado bebe, cree que de aquella época no hay sobrevivientes .
No dejó pistas.
El inspector mira los expedientes, desea cerrar el caso.
Un cabello de mujer permite realizar la prueba genética, aún conserva el perfume, le resulta conocido, vuelve a ensobrarlo.
Afuera un hombre avejentado, sonríe.
Busca entre sus ropas una dirección, camina libremente.
La casa se conserva idéntica, pareciera que los años no han pasado.
Detiene su marcha, detrás de la enredadera, ella despide a una joven muchacha, ambas tienen el cabello ensortijado, las ama de lejos, añorando el pasado en familia. .
Una patrulla pide que exhiba los documentos, en la última hoja un mechón de dorados cabellos aprisionados como los recuerdos.
El ADN indica compatibilidad en las hebras de pelo.
Medios nacionales dan la noticia, regresó al pasado, pederá la libertad para siempre.
Solo en su celda llora por el amor perdido, los años no pasan en vano, siempre se vuelve al lugar del delito.
Otro caso resuelto, risas y llantos, acompañan el momento.

LA PERDIDA, SAMUEL "LITO" LIJOVITZKY - Israel

Arrugaba entre sus manos la carta que minutos antes había retirado del correo.
Abrió el sobre con mucha ansiedad. Leyó lo escrito. Se le nublaron los ojos por las lágrimas.
La gente pasaba apurada a su lado, sin tener en cuenta su estado emocional.
Tenía dos palabras grabadas en su retina: LO SIENTO.
No podía creer que se haya ido de su vida. Sin el su vida ya no era la misma.
Sentía pena y angustia. Una y otra vez se lo repetía a si misma: "no es cierto, no puede ser, el va estar allí esperándome cuando regrese a casa"
Preparó la maleta, reservó un pasaje para el próximo vuelo, se dirigió hacia el aeropuerto.
Horas después abría la puerta de su casa, todo estaba sumido en un profundo silencio.
Sin pasos, sin ruidos, sin nada.
Recorrió todas las habitaciones buscándolo en vano.
Al no encontrarlo, cayó abatida sobre el sofá.
Sobre la mesa pequeña había un retrato, allí estaba su foto. Las lágrimas le brotaron al instante, apretó muy fuerte contra su pecho el marco.
Pobre Bobby, pensó, dieciséis años juntos.
Su más fiel compañero.
Lo había recibido de regalo del que fuera su esposo, en el día de su cumpleaños.
Lo crió. Lo cuidó con mucho esmero. Hoy ya no está junto a ella. A él también lo perdió.
El veterinario no le había dado ninguna esperanza de poder salvarlo de la enfermedad que lo acuciaba.
En ese momento, escuchó el timbre de la puerta de calle.
Al abrir vio a dos niños que llevaban en sus manos dos cachorros de color café
- Señora, nos quiere comprar usted uno?

Rondando la quebrada, Stella Maris Taboro


Justo cuando la luna y el sol estaban en conjunción, recorrió como un sagaz tigre que recorre la selva al pucará , que devoró parte de la ladera para brotar en vergeles y alimentos determinados por la altura en sus infinitos modos.
La pacha mama resurgía en el viento de las quenas que asombraban a las escasas aves besando el cielo. Quizás bajaban a los escalones de la fortaleza, la magia embrujada de la chicha ensangrentada por el conquistador.
Tal vez desde el Río Grande llegaban las llamas y se echaban, adorando al sol esquivo de la Puna , junto a los parapetos donde un coya prestaba al paisaje el colorido de su poncho . No recordaba la primera vez que estuvo allí , ni siquiera titilaban dentro de ella los recuerdos placenteros del pasado, con aquel sol cobrizo y el viento marcando con fuerza a los nativos que nacían para adorar al inti y morir en el vientre de la pacha mama dentro de un hueco vientre de alfarería .
Los hilos de agua que bajaban cansados y débiles ,cantaban leyendas milenarias y supersticiones con letras de rituales ancestrales Casi un sincretismo perfecto ,casi sobrenatural , ribeteados por los antiguos andenes de cultivo en esas alturas, que sólo mascando coca soportaban .
Justo alli cuando la luna y el sol en conjunción estaba, se retiró muy lejos el alma de aquella vajilla rota que vio romper el sueño de una cultura milenaria ,esa cultura que quiso recorrerla una vez más en el viento de la puna que descendía por el pucará de Tilcara .

MARÍA LUZ… LUZ MARINA, Norma Padra, Buenos Aires, Argentina


En la castigada ciudad de Puerto Príncipe, María Luz y uno de los tantos guardacostas, formaban una linda y feliz pareja hasta que un día él partió, hacia el país de las almas perdidas.
La tristeza invadió el corazón de ella, que fue encerrándose en un cono de pena al que nadie podía ingresar.
La veían solitaria y agobiada deambulando por la orilla del mar a la hora en que sol entrega su energía, y también por las noches cuando la oscuridad la obligaba a iluminar su paso con un humilde farol cuya luz concluyó por atraer a las mariposas que se convirtieron en su única compañía.
Una mañana la vieron bordando esas maravillas aladas con la espuma que el mar dejaba en la orilla. Terminada la obra, se vistió con su níveo tejido y así fue cobrando vida su nuevo y mágico aspecto.
Aquella tarde todos asistieron al misterio de cómo era llevada por los aires al compás del aleteo de sus compañeras y, desde ese momento, el viento suave jugaba con ella mientras la rodeaban miles de mariposas blancas. Hasta que hubo una tormenta muy fuerte y María Luz fue arrastrada por ráfagas huracanadas que la llevaron lejos.
En lo alto del cielo se la vio flotar.
Hoy descansa su cuerpo en un campo cerca del mar donde crecen flores multicolores y nacen mariposas todos los días.
Cuenta la leyenda que los pescadores, en las noches de luna llena, la ven volar con su vestido de mariposas y luciérnagas.
Su imagen se multiplica por miles al reflejarse en las ondas marinas y se diría que, mientras ellos pescan, ella los acompaña, iluminándolos.