Jorge Luis Borges

EL PUÑAL

En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano. Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina. Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre. En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres. A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.

Ricardo Rubio, Buenos Aires

EQUÍVOCO


El ronco Juan se avergonzaba de ser pobre pero no de ser analfabeto. A través del vidrio le llegaban los fantasmas de la calle. “No son míos”, pensaba. Las cosas le pasaban a él pero el mundo era de los otros. Ansiaba las monedas que podrían brindarle la feliz antifaz que los demás tenían repartida en ropa, ruedas, jardines y mujeres con pestañas. Ignoraba la herencia, la cuna, la religión y el desfalco. Nada sabía de tramoyas ni de trueques ni de trampas. Sólo limpiaba el vidrio, átono y atónito, ante el tumulto que llenaba la calle, cuando dio al traste con los trastos y cayó sobre la alfombra costosa. Al escándalo acudió una sonrisa soberbia que lo miró con el desprecio absurdo de la distancia. Él lo vio verlo de ese modo, desde tan lejos, desde tan arriba. El trapo trenzado trepó a la garganta del jefe que, a pesar de sus gravosos gestos, respiraba como todos, gemía como todos y era capaz de expirar como cualquiera. Hundido a la altura de sus deseos echó mano a la ropa del caído, a las llaves de su coche, al reloj de su apariencia y a la tentación brillante de sus monedas. Subió al Audi sintiéndose otro y partió hacia las calles llevado por el disparate de su trastorno. Hundido en la butaca, colgado de la cuerda del nuevo reloj, bebió la copa del consuelo con un estupor heroico parecido al plante de un palomo en celo. Se detuvo en un burdel, faroleó ante la matrona y pagó por la mejor. La madama notó su impronta falaz, el burdo histrionismo inútil, la vana transformación de una máscara por otra más cara, la absurda ocupación de lo inalcanzable; pero las monedas pagaron la fingida simpatía ante el que fingía ser otro. Al rato, Juan salió escurrido, satisfecho, ancho, y regresó al edificio. Trepó la escalera y terminó con el vidrio. Todo se hizo azul al llegar los agentes, ansiosos por ordenar el desorden. Los hombres de ley lo miraron con hambre de justicia, con sed de sangre, con ambiciones de ascenso. Bajó la escalera, soltó el trapo y miró al jefe que aún se restregaba la garganta. Empotrado en la gatera de su destino, al ronco Juan lo único que lo avergonzaba era la pobreza.

Eugenio Mandrini, Buenos Aires

TANGO DEL LOBO

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Primero faltó a la cita la niña de la caperuza roja.
Después, un eclipse oscureció la luna y debió morderse el aullido.
Por último, la manada lo declaró nada feroz, por esas gotas de soledad que le apagaban los ojos, y fue desalojado del bosque.
Hoy lame zapatos en la ciudad y en invierno busca el abrigo del sol como una abuela.

Jeroh Juan Montilla - Venezuela

EL GORDO



Desde este techo puedo espiar hacia todas partes, sobre todo el batir de las palomas en el campanario, sentir el fuelle de sus pechos. Las hay albas, grises, rojo ceniciento, negras. Nada las espanta, en esa iglesia parece no haber un rincón para el demonio. La vida es un solo relamer, dejar aquí y allá rastros de baba, siempre distanciado de mis alados anhelos gástricos. Maldición. No hay opción, el único modo es cruzar el ancho portón y alcanzar la escalera de la nave central, pero allí esta ese ángel impidiendo que ponga un pie, siempre flamígero, con esa cosa en alto como un palo de escoba. Esta mañana llegó una visita a la casa, al igual que otras veces traen un alboroto por delante, de inmediato me escape y vine al frescor de las tejas; por eso me creen arisco, loco, malagradecido, si supieran que me fastidian sus manoseos, preguntas, bendiciones y recompensas, me dan asco las golosinas. Gordo anda a buscarme esto, lleva a pasear a la beba. Gordo suelta ese libro y barre el corral de las gallinas. ¿Para que lees tanto? Y más necedades. A lo mejor bajo por la noche, después que se marchen con sus mimos a otra parte. Tengo hambre, habrá un poco de sobras, a veces me provoca comerme el rabo, sorprenderlo de una dentellada. A veces cuando me duermo el ángel permite que algún pichón gordo, entero y tibio se desprenda, y allí al pie del Cristo en la Columna, o del lado de afuera, a la pata de los rosales de la Casa Parroquial, el aleteo y el pataleo de la inocencia tiñe mis barbas y colmillos, justifica este instinto alborozado ante cualquier movimiento. Las ganas de saltar en medio del sueño, y de un zarpazo atrapar otra felicidad, lunar, felina y sanguinolenta. Otra vez me dormí y la condenada pesadilla con sus boberías. Dios, ya empezaron a llamarme, no dejan que concluya este párrafo. Cuanto odio el tarrito de leche y ese viejo pisándome la cola o la beba halándome las orejas, seguro que es lo de siempre, el agua de los pericos. Tendré que cerrar el libro y que esta bandada de palomas sigan impúdicas, a salvo.

Ronny Ransenberg - Argentina

PRIMERA VEZ

LA PRIMERA VEZ QUE ME ALEJE DE MI CASA, ME SENTI, COMO UNA DE ESAS
PAGINAS QUE LEIA O VEIA EN LAS PELICULAS DE PIRATAS.
UNA MEZCLA DE DE SANDOKAN O CAPITAN BLOOD, EN UN BUQUE CORSARIO.
LA BOLSA DE LOS MANDADOS, SE HABIA TRANSFORMADO EN UNA BANDERA
NEGRA CON SU CALAVERA, ATRAVESANDO LOS MARES, Y SUS CAÑONES
PARA AFUERA;;HASTA QUE LLEGUE...A LA PANADERIA DE LA ESQUINA DE LA
ESQUINA...FIN DE MI PRIMERA AVENTURA