Eduardo Francisco Coiro

Cumpleaños



Ahí va el hombre caminando por su barrio con las manos en los bolsillos. La cabeza en nada o pensando en que se acerca la fecha inexorable de su cumpleaños.
Y no cualquier cumpleaños, sino uno con decimales, el número 50. Camina y camina sin destino fijo, es la terapia del caminante que aplica cuando las cosas lo abruman y estar adentro de su casa lo angustia.
El hombre vive con su madre y el gato en una humilde casa suburbana. A pesar de sus esfuerzos en algunos arreglos de mantenimiento, la casa no esta presentable para festejar allí su cumpleaños.
Su madre actualiza una sensación antigua que el hombre seguramente ha heredado: "mira esos sillones rotos y las paredes sin pintar"
-Somos los pobres de la familia. Se lamenta una y otra vez. Actualiza a sus casi 80 la sensación que vivió en su infancia, sin casa propia, sin padre y con parientes de buen pasar económico. Una desvalorización antigua que se proyecta como una sombra perenne cuando cada ocasión lo demanda.

Así va el hombre remontando sus pensamientos como si escalara montañas. Camina ahora bordeando las paredes del enorme hospital que ocupa un cuadrado de tres manzanas por tres.

Hasta que llega a la puerta y lee el pasacalle tendido por los aires y los afiches pegados por todas partes.
"El 27 de septiembre cumplimos 100 años" "venga a festejar en familia con nosotros esta fecha única para la institución de su barrio"
"con baile de disfraces y música hasta el amanecer" "Entrada: un alimento no perecedero para ser distribuido en los comedores populares". Estaba la lista de conjuntos que amenizaran el baile: y hay los de cumbia, y los de rock, y hasta Los Auténticos Decadentes dijeron que allí estarían.
El hombre se queda ahí parado asombrado, no sabe si reír o llorar:
Justo el día de su cumpleaños 50 el hospital de su barrio cumple 100, dos veces su edad y lo festeja... con música, baile y hasta con disfraces.

El hombre sigue caminando, aunque la idea ya esta germinando en su cabeza.
Es una audacia. El es un hombre mediocre, sin iniciativas, posiblemente sin ilusiones en la vida.
Y festejar su cumpleaños adentro del cumpleaños del hospital e invitar a sus pocos amigos allí "Y que vengan disfrazados" es una audacia suprema, que lo supera.
¿Pero por que no?
Por que no darse un ratito de alegría, confundirse en ese pequeño carnaval de disfraces, sólo avisar a último momento de que esta disfrazado y que quien quiera festejar con él y saludarlo que lo busque allí en ese festejo que no le pertenece, que él tomara como propio por unas horas, casi viendo desde un rinconcito. De última, cuantas historias ajenas que no nos pertenecen nos son arrojadas por la cabeza en el transcurso de una vida. Cuantas frases que no eran para uno fueron escuchadas y dolieron como suele doler la injusticia.

¿Por que no? dice el hombre, que ya camino mas de 20 cuadras y comienza a emprender el regreso a su casa. No lo piensa más. Entra a su casa, prende la computadora y redacta la invitación:

"Queridos amigos, el 27 de septiembre cumplo los cincuenta ( ¿ya tengo que empezar a escribirlo como los sincuenta? )
Pensé un modo original y espero que les guste: ese mismo día una institución barrial cumple 100 años y organiza un baile de disfraces, la entrada es llevar un alimento no perecedero, el lugar queda en la calle Boulevard De La Armonía Nº 1836 entre San Jorge y Querandíes. Temperley Oeste. -Allí mismo hay una playa de estacionamiento- La cosa arranca a las 21.00 hs pero yo estaré a las 22.00 cerca de la entrada, todavía no pensé en el disfraz, confirmen que pueden venir antes del viernes y les cuento cual será mi disfraz -se supone que no me van a reconocer si no les aviso¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

El hombre obedeció por una vez en la vida a la idea que le surgió como primer impulso.
Hacer un festejo , aun sea en un festejo de prestado, que la melancolía le haya permitido este año invitar amigos era de por si un gran paso. Pero esto le planteaba nuevos problemas, como el disfraz debería afrontar en menos de una semana.

También empezó a sentir alguna incomodidad por un detalle que omitió decir en la invitación.

Pues la institución que cumple 100 años el mismo día en que él cumple los 50. Es un Hospital Psiquiátrico.

-Será un día de locos¡¡¡¡.



MAGDALENA PIZZIO

mujer mujer

El carruaje se había detenido antes del recodo. Un robusto tronco impedía el paso en el camino y los pasajeros, somnolientos aún, no se percataron del propósito hasta que se abrieron las puertas.
Un gigantesco truhán, al frente de los forajidos, de espesos bigotes y barba oscura, con una pistola en cada mano, los apuntaba. El cochero, acostumbrado a los asaltos se había sometido sin vacilar, pues uno de sus principios elementales era sobrevivir. Entre injurias y lamentos, la pintoresca colección de viajeros, descendió y esperó con ansiedad.
-Las joyas y el dinero- ordenó con agria actitud uno de los bandidos. Pusieron todo en la bolsa que les tendía, entre débiles protestas. Casi escondida, atrás del grupo, la muchacha no tenía más riqueza que su virtud y un anillo con veneno.
El jefe, de un vistazo aprobó el botín, la observó y guiando su escuálido caballo, en una jerga desconocida para los suyos, le dijo:
-¿Es de esperar bella mujer que me hagáis el honor de venir conmigo? por voluntad vuestra y mía y del Señor que os puso en mi camino. Que queridas he tenido; también amantes, pero mujer mujer ninguna- Y mirándola fijamente calló.
Sus ojos se encontraron. Ella lo miró y miró en su dedo el anillo.
Que la fortuna, que las virtudes, el propósito de la vida decente y abnegada, tantas enseñanzas del internado, acumuladas para quebrar el espíritu libre y ahora…
Dio un paso adelante con determinación y mirando con desdén a los atribulados compañeros de aventura, se escuchó decir:
-Que si os bañáis de vez en cuando por mí está bien. ¿Cuánto me toca? Que mujer mujer debe tener fortuna.



**letra en bastardilla con acento castizo.

SILVIA PAVIA


BOSTEZO DE HIPOPÓTAMO


MAMÁ tomó la peor de las decisiones: me envió a un colegio religioso de monjas de semiclausura. En ese antro, debíamos lidiar con una superiora psicópata, que parecía considerar el género masculino como al mismo diablo.
Mis notas eran muy buenas pero yo no encajaba con las buenas alumnas. Me parecían sosas y  aburridas. En cambio, me identifiqué inmediatamente con las peores.  Nos sentábamos siempre en los últimos bancos y sabotéabamos la clase como podíamos, charlando, haciendo ruido con los bancos,  murmurando con la boca cerrada, fingiendo repentinos accesos de tos  que no lograban  alterar los nervios a toda prueba de nuestra  maestra, sin duda muy preparada para todo tipo de ataques, inclusive el nuclear.

La madre Superiora (en adelante La Monja, como le decíamos entre nosotras) me miraba como un insecto al que quisiera aplastar con el pie, cada vez que se cruzaba conmigo en aquellos corredores oscuros y lóbregos. Yo creía que tenía ciertos poderes, por medio de los cuales sabía cuáles eran mis más recónditos pensamientos y de ahí sus miradas cargadas de rencor y ansias de vengarse.
Una vez no pude reprimir un bostezo fenomenal, mientras ella nos daba una clase acerca del comportamiento correcto de una niña de colegio religioso.
Aunque yo estaba sentada en la última fila, me vio, nada escapaba a su mirada.  Su boca se transformó en una  sola línea, pero hasta para ella debía estar claro que bostezar durante sus discursos no constituía delito alguno. Por lo que me señaló con su  dedo justiciero y bramó, delante de toda la clase:
-         Señorita Peralta!!! Usted bosteza como un hipopótamo!

La cosa se empezó a poner peor cuando entramos en la adolescencia. En un alarde de progresismo, nos daban clases de educación sexual. Que se unían las células masculinas y femeninas, se formaba un huevo y ese huevo se transformaba en un hermoso bebé. Pero la pregunta del millón era cómo hacían las células masculinas para estar allí. Sería por ósmosis? Pasarían a través de la saliva, con un beso? Misterio y respuestas evasivas.  Sobre este punto fundamental, circulaban toda clase de versiones.
Una vez encontré a Andrea, una de mis mejores amigas, saltando sin parar durante el recreo. Le pregunté qué hacía y me respondió, sin dejar de saltar, que su primo le había dado un  beso en la mejilla y estaba segura que había quedado embarazada, por lo que esperaba que el bebé se muriera mientras ella saltaba y nadie se daría cuenta…
Aunque me pareció algo descabellado, no le respondí nada, porque yo sabía menos que ella. 

Finalmente descubrimos en qué consistía el tan mentado “acto” al que todos se referían pero nadie explicaba. Analía, la más fisgona de nuestro grupo,  vio  en un kiosko una revista pornográfica y la compró a escondidas. En ella, además de las consabidas fotos, había una carta escrita por una  chica a su madre, contándole con todo lujo de detalles su noche de bodas. Esa carta circuló por todo el curso, anulando todas las versiones  y fantasías sobre el hecho. A los doce años, fue como si un velo se hubiera corrido, mostrándonos con crudeza la verdad que nos habían ocultado tan tenazmente.  Todas nos prometimos que jamás haríamos algo tan asqueroso, aunque había algunas pioneras (entre las que yo no me encontraba), que comenzaban a sentir una secreta simpatía por un género tan poco agraciado y torpe como el masculino.

Cuando terminamos la secundaria,  el Colegio organizó en el teatro el acto de entrega de diplomas.  Ese día, yo estaba muy feliz, como si saliera de la cárcel, pensando que jamás volvería a ver la escuela ni  La Monja.  Aunque, fiel a mis principios de ignorar su existencia, hubiera deseado terminar el acto e irme sin mirarla siquiera,  mamá me obligó a ponerme en la cola para saludarla. Todas, muy conmovidas, contestaban a sus frases de despedida algo así como “lo mismo me pasa a mi, Madre” . Decidí hacer el gran sacrificio con altura y le dediqué mi mejor sonrisa cuando me tocó el turno, sin dejarme convencer por el barniz de amabilidad que mostraba en presencia de los padres.
-         Peralta! – me dijo con voz que sólo yo podía oír – Espero no volver a verte en mi vida!
Y por primera vez, en tantos años, me sentí feliz de poder decir  lo que decían  las demás!
-         Lo mismo me pasa a mí, Madre – contesté exactamente con la misma entonación que mis compañeras.

………………………………………………………………………………………….




Joan Mateu, España

El minuto

Era relojero, lo mismo que su padre y que su abuelo. Conocía la maquinaria de todo tipo de relojes y su experiencia, acumulada con el paso de los años, le permitía reparar cualquier avería con plenas garantías de éxito.

Estaba efectuando una reparación en un Plumkier Cronos Sportive, cuando vio que caía un minuto sobre la mesa con un "cloc" sordo. Se lo quedó mirando perplejo y sorprendido, pues nunca le había ocurrido algo semejante. Tomó el minuto con las pinzas y lo observó atentamente. Lo midió, lo pesó y le hizo una analítica constatando que se trataba de un minuto sano.

Preocupado al no entender porque un minuto sano salía del reloj, lo guardó delicadamente envuelto en una gamuza, decidiendo que era mejor esperar al día siguiente y, con el minuto descansado, ya vería que había que hacer.

No pasó muy buena noche debido al nerviosismo, así que, más temprano que de costumbre, se sentó delante de su mesa de trabajo y consultó con el minuto el motivo de su acto.

Quedó anonadado al saber que se trataba de una fuga. El minuto huía de un amor imposible con la aguja larga. La minutera le acariciaba cada hora, estando sesenta segundos con él y después le abandonaba. Al cabo de una hora volvía a su lado y se marchaba de nuevo dejándolo solo. Al cabo de tantos años de sufrir ese vaivén, ese "me acerco, pero te abandono", entendió que era un coqueteo y vio que su amor era imposible. Decidió huir en busca de algún reloj digital que le acogiera y no tuviera que sufrir nunca más las veleidades de otra minutera casquivana.

HÉCTOR COBAS, Argentina

EXPERIENCIAS SENSORIALES
El libro La Ciencia de la Lógica de Hegel, se deslizó suavemente sobre el muelle sofá que estaba a su lado. Tenía la vista cansada y sus párpados se cerraron por breves momentos para descansar un poco, luego de haber leído durante varias horas. Se paró y se asomó a una de las ventanas que daban frente a una playa con amarillas arenas cercada por grandes arbustos y que hacía un tiempo constituían su refugio del mundo. Respiró profundamente y trató de relajar su cuerpo todavía tenso de las largas horas que había insumido en la lectura de Hegel. Casi sin proponérselo una mirada sin límites trató de atrapar el mar, que tenía ante sí y que penetraba en su retina en forma de una imagen teñida de intenso azul y espumas aún amarillentas, que capturaban el mortecino sol del atardecer. Ello llamó poderosamente su atención, y su actitud varió, cuando comprobó la modificación que esa experiencia sensorial había provocado en su interior. Y ese fue el comienzo de su despertar, ahora compuesto de imágenes sonoras, de caricias imaginadas en su piel que envolvían las turbulentas aguas de las olas y esa enorme alegría de comprobar que ese instante descubierto en su conciencia estaba poblado de vida, donde danzaban un sinnúmero de sensaciones que como duendes iban devorando los conceptos abstractos de una lógica que trataba de descifrar al mundo, pero que se había olvidado de aquello más inmediato que nos regala la intuición sensible. Y advirtió en un momento la importancia de la luz que permitía ver los contornos sensibles de las cosas y que se adherían a las imágenes para poblar la interioridad de un cuerpo que las atrapaba y resplandecía de goce a sus suaves contactos. A partir de ese instante las observaciones del mundo fueron otras.

Pascual Marrazzo, Río Negro, Argentina

La fuerza de su sonrisa
En la tarde silenciosa de ayer, ella me volvió a mirar y se sonrió. Mi corazón salió de la turbulencia para refugiarse en una dulce emoción. Como una vena que deja de sangrar henchida de cansancio, se me aflojó el goteo del sufrimiento. Un racimo de recuerdos acudió como una brisa sanadora y cicatrizaron las grietas de mis heridas.
Hoy todo parece comenzar de nuevo. Es como si el abismo en el que viajaba me ofreciera un piso donde pararme. El desamparo empalidecido, dejó de estar al acecho y se refugió en la soledad que fue quedando atrás.
Ella me volvió a mirar y se sonrió, provocando el nacimiento de emociones ocultas. Nuevos descubrimientos que no provienen de la razón perforaron la esencia celeste del amor. Entraron con vehemencia íntima, con sabor agridulce bajo un idilio de sabanas e irónicamente me creó un rincón de pensamientos nuevos. No encontré la decepción, sólo nostalgias heridas y pinceladas de sombras.
Nuevamente me miró y se sonrió esgrimiendo dos pulseras de acero sin llaves. Como un fantasma extraviado tratando de no convertirme en un esclavo me descorché la cabeza, quise huir, pero mi cuerpo acalorado se dejó tomar.
Inesperadamente ella me volvió a sonreír. Ahora con sus labios húmedos pegados a mi boca intentamos renacer de una manera más sencilla, con el gusto añejo del roble, sin espuma.

Pascual Marrazzo, Río Negro, Argentina

La Invitación

Él llegó y se sacó los zapatos para caminar libremente por el brillo del piso y las alfombras.
Ella lo invitó a cenar. Y él, mientras esperaba, armó un pájaro con una servilleta de papel.
El pájaro aleteó durante todo el tiempo pero no pudo volar. Apenado, lo guardó en el bolsillo.
Cuando se despidieron, ella le dio el primer beso y los zapatos recibieron unos pies ligeros y borrachos que corrieron al medio de la calle.
El hombre sacó el pájaro del bolsillo y acariciándole las alas lo echó a volar.

Cristina Villanueva


¿A quién le pregunto?

A veces me parece que anduve por la vida con una memoria vaporosa, una gasa para la red de cazarepifanías, agarrándose trocitos de sol oliendo a sol, o besando la roja ebullición de la  Santa Rita en el cielo de mi patio.Cazando con los ojos, o imaginando que lo veía, al  quetzal tan buscado entre lo àrboles altos del parque nacional.Mojada la memoria en la   lluvia que  borda un encaje   para la hoja verde.Ël se acordaría del resto, la precisión de las fechas y los itinerarios..Ahora no  puedo olvidar la llave salvo que quiera dormir a la intemperie.¿Ysi la intemperie fuera esto:no poder compartir los recuerdos ?