HÉCTOR COBAS, MIRAMAR

RESONANCIAS MUSICALES


La vista se me nubló. El impacto del golpe fue terrible. Caí sumergido en una espesa niebla y envuelto en una sensación de caída en un interminable pozo sin fondo, mientras continuaba en mí cerebro un silbante aullido de voces entrecortadas y el ulular incesante de la música que invadía sin interrupción ese tenue espacio de conciencia que me quedaba. ¡Sí, ahora recordaba! Eran los acordes de la banda de sonido del film “La Misión”! Alex la hizo escuchar y la propuso como tema para la próxima reunión del taller literario. La proposición era sugerente y había quedado grabada en mi mente esperando el momento en que me decidiera expresarla en palabras, pero sabiendo que de ninguna manera reflejarían la magnitud sonora de la música que acompañaron al verde intenso de la selva tropical y la evocación de la expulsión de esos monjes que sólo habían querido salvar de la esclavitud a los nativos sojuzgados por una conquista cruel hecha con la espada y con una cruz, símbolo de un dios aliado a la opresión como impulso de un avasallante dominio de poder y de fuerza. La música lo invadía todo, fluctuaba de suaves acordes, a lentas cadencias y mortecinos silencios rodeados en gritos envolventes y discontinuos por una emoción que no terminaba de definirse y complementaban a las imágenes que iban acercándose al horizonte del inconsciente y borrándose lentamente. Pero la música seguía escuchándose y recordaba sutilmente lo que había escrito no hacía mucho tiempo “los demonios que nos controlan no rezan, son dominados por la música que es la esencia de todo el cosmos. A través de ella se conserva el ritmo y el enlace de todas las cosas y nos llevan a la unidad y a la verdad del ser”. Luego todo se fue fundiendo en una nada espesa y angustiosa y el sueño sin imágenes ganó la escena con un largo letargo.

Pascual Marrazzo

El Vagón de cola


A veces cuando hago un recuento del tren de mis travesuras me vienen a la memoria mis anteriores viajes. Claro que de ese tren imaginario, sólo conocí algunos vagones. El primero estaba medio desvencijado y le entraba frío por todos lados, tenía los asientos de madera y se alumbraba con un farol a kerosén. De ése, pude zafar, me escapé y entré en el famoso coche pullman. Tenía los asientos tapizados en cuero azul, mullidos y reclinables, apoya pies y brazos. Luz para leer y comedor de lujo, pero era triste, lleno de gente quejosa y disfrazada de lo que no eran. Me miraban mal porque me reía, me miraban mal porque me apenaba y no pude resistir la ambigüedad. Entonces, para no tentarme, mejor dicho para que no me permitiesen volver, eructé en el salón comedor y volví a escapar, pero esta vez, al vagón de cola.
El vagón de cola es algo así como un departamentito con balcón y tiene una vista panorámica de 300º, no le da el humo de la locomotora y se mece mejor que ningún otro. Por ello lo llené de ilusiones, mucha fantasía, le colgué la hamaca paraguaya y aquí estoy, terminando de escribir este cuentito para vos.

Emmanuel Cassanese

UN SILENCIO EXTERNO


La tarde se dirigía inexorablemente hacia su final. Caracol cíclico.
Se nos venía el salto olímpico del anochecer en el balneario de Quilmes.
La línea recta que supuestamente separa el cielo del río, fue borrada por el gris continuo donde no sabíamos si las embarcaciones marchaban a las nubes, patinaban sobre humo o sangraban de algún corazón de acero. ¿Hacia donde van las mismas? ¿Acaso esta no es la hora de los tiempos muertos, de la vida que se descose, de la muerte que asoma su barba atada?
Estábamos los tres, en silencio, o hablando, pero las palabras nos cercaban, nos tapaban del frío, se disolvían en el aire, daban volteretas, se tornaban naranjas, azules o grises (allí se perdían) e incluso algunas se acercaron por la borda de dos barcos que sobresalían a lo lejos. Asomaron, ambos, a nuestro panorama y nuevamente la pregunta: ¿Hacia dónde carajo caminan? Son como esas preguntas originarias fundadoras de mitos: ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Y agregaría otra: ¿Cómo paramos este atardecer que se nos escurre de las manos?

Dos barcos en dirección opuesta e idéntico final: cruzarse en algún momento.
-¿Qué hora es Juan? pregunto.
-Las 5 y 11.
-Bien, yo digo que se cruzan a las 5 y 29.
-A las 5 y 45-con risa que se perdió con el viento, decidió Marie.
-6 menos 20 se cruzan-remató Juan.

¿Qué recuerdos trae el olor de este río? Su pintura gris y naranja, ¿qué amnesia descubrió? Trajeada la tarde se va desvistiendo. Tememos su desnudez. ¿Es que no habrá otra igual, acaso? Solo esa. Testigos privilegiados nosotros. Celamos el cortejo al cual no nos invitaron. Volvemos a los barcos. Se acercan, lentos, como doliendo la tarde, masticándola.

-¡5 Y 23!-

No acertamos, pero fue como una palmada para ir partiendo, el frío envalentonado conversaría con el río, es decir, nos invitaba a retirarnos. De nada hubiera servido contradecirlo, además no solemos meternos en asuntos privados y menos aún cuando el naranja fue acallado y el sol desarticulado. Los de afuera son de palo dicen. Y asi lo entendimos, no obstante sabíamos del mate que en la casa de Marie nos esperaba y allí fuimos.
Comentamos fotos, observamos la casa, comparamos las dos heladeras y nos sorprendimos con los retoques del baño. Felipe, el perro, logró calmarse. Nosotros (Juan y yo) nos inquietamos con el silencio de plomo que habitaba la casa, antes que Marie, antes que Dios planificara su primer día. Era como toneladas de plumas, kilómetros yermos de vegetales sin nombre, flores durmientes de otoño, el silencio que habitaba su casa.
¿Un silencio externo, Emmanu?- Juan trató de ponerle palabras al génesis de caracteres de barro.
-Sí, algo asi- insinué, pero fueron como palabras sueltas en un océano. Ni Noé, en su arca, podría hacer pares con las mismas.

Hubo un silencio que nos llamó la atención y aún queda la tensión que me lleva a relatarlo. La casa de Marie guarda esos misterios.

Ya de noche, callados, Juan y yo nos marchamos. Porque todo fin exige marcharse. Algunas gotas de lluvia comenzaban a deslizarse. Alocados los vectores del viento nos dieron suaves estocadas. Sangramos sin palabras, perfumes grises.

En silencio nos despedimos.

A Marie y a Juanma.

HUGO PATUTO

SABADO 06 DE NOVIEMBRE DE 2010


Por entonces, el dolor de cabeza tenía el ingrediente de la culpa; sin embargo, él buscaba con desesperación un atajo, el criterio alternativo que lo conectara con las cosas de todos los días. El proyecto para mejorar los ferrocarriles había sido cuestionado por los compañeros de bloque. En general, avanzaba lentamente su novela –la pasión por la literatura era para él un imperativo extraño, callado y poderoso-, porque los personajes volvían a mentir en medio de pesadillas, habida cuenta de la taquicardia y del espanto. “Llamar a Fabiana y volar en pedazos”, pensó, “con el mismo calor de la última cita”. Pero dolor de cabeza y culpa lo dejaban como ausente. Aquella discusión durante el almuerzo con su padre, el clima de estupor (sus hijos parecían congelados), los clavos en la garganta… Y por fin la ruta, el olor profundo del atardecer.

Los ojos de Fabiana eran la mínima garantía, entre bromas, recuerdos y el temblor del malbec, un espacio que galopaba por ellos, paralelo al mundo, al desgaste vital, al horror. El punto de vista de su amiga, respecto del nuevo trazado ferroviario, flotaba como un dragón caprichoso aquí y allá. “Me siento abrumado, pero sus palabras no descartan una salida”, pensó.

Por más que hubiera imaginado, la posibilidad del accidente surgiría: el matrimonio junto al menor de sus hijos, tratando de evitar una colisión frontal… La banquina como tabla de salvación, nada de carteles, de camiones o autos detenidos, de ciclistas. Controlar el coche, recomponer la voluntad, la mañana bien gracias. ¿No estuvo a punto de morir (de una vez y para siempre) rumbo a General Arenales, circulando por la ruta 8? Fue un resplandor inocente, aunque todo se conjugó para que San Pedro le dijera que habría noticias más adelante y su esposa quedara muda. En el ámbito de la ficción pudo respirar.

Ahora se vuelve sobre la perilla del velador: las cuatro y media; permanece con los ojos abiertos en la oscuridad. Los múltiples interrogantes que asocian partida presupuestaria y jugada política lo mantienen así, como despegado del embolso de la piel.

En la sesión del martes hubo insultos y varias demoras; no obstante, la cuestión de fondo fue abordada con el criterio que él venía sosteniendo, el nudo de la corbata flojo, las manos transpiradas (“Fabiana, lo estamos haciendo bien”, se dijo). Abandonó el recinto con paso firme.

Un domingo soleado en el campo de Heriberto Correa. El sabor de la carne de cordero puso distancia: dejarse vivir, animado por las bromas con viejos compañeros de la escuela técnica, el vino justo, cuatro cigarrillos, el comentario sobre la última película de James Cameron… El encanto de Fabiana tembló entre los remolinos de tierra y la verde luz que ofrecía la zona cultivada; desde luego, habría querido fervorosamente su punto de vista en la reunión, su enorme silencio hecho de bruma pasajera. Los mails tradujeron su compromiso desde Córdoba. El simposio internacional de dermatología, cuya organización y puesta en marcha habían generado el reconocimiento de sus pares.

Fabián Vique

Y si Susi sigue sisando sauces, surciremos sus sándalos con sogas salvajes, asaremos sus surubíes y sus sudorosos osos, y succionaremos su sombra hasta saciar nuestra sed.

Pascual Marrazzo

El cuerpo desnudo

Me encuentro con una mujer desnuda y mis ojos le hacen un telón a la poesía. Se regocijan en sus pechos redondos, en su cabellera rubia y en las dos cañas altas de muslos impresionables.
Me detengo y quiero descorrer el telón, pero mi vista vuelve al paseo sublime de un pubis semi escondido, henchido debajo del ombligo.
Bajo la vista avergonzado y descubro el dedo amartillado de su pie. Me molesta entrar en detalles y me atrapan sus manos, sus dedos delicados y extremadamente largos. Reparo en el pezón arremangado de su seno derecho y del otro, que apenas se asoma. La marca de la vacuna en el antebrazo, casi en su hombro, como una moneda de oro...
Cuánto tiempo necesitaré para poder correr esa pesada cortina, en cuántos detalles más tendré que detenerme. No es de esta forma que pueda llegar mi inspiración, si estuviese vestida, yo la desnudaría con mis versos.
Una última mirada al sensual pliegue de su axila y me atrevo, por primera vez, a mirar sus ojos. Ahora sí, con su misma luz se descorre el telón y se desatan mis poesías.

DANIEL MONTOLY

LECTURA

Me abrigo con la corteza de los brazos de Walt Whitman/ recuesto mi incertidumbre en su pecho anglosajón/ me escucho en cada palabra/ que escapa de sus labios/ y siento que sus ojos de águila/ me protegen como talismán /contra las pisadas de los demonios. Me exilio en los brazos ásperos del Walt Whitman/ cuando el viento ya no arrastra/ ese fresco olor a hierbas húmedas/ cuando la noche confunde sus pasos/ entre las huellas distantes del día/ Y por insomnio del corazón/ voy a tumbos/ buscando a ciegas / un amor que me redima.


POESÍA

Te manifiesta si pienso que estás en mi boca/ como runa que desafiando la oscuridad/ busca en las piedras/ un parentesco/ que la haga perenne al latrocinio de la muerte/ Vuelves /y te ciñes a mi lengua/ te aferras a los sonidos/ al zig-zag/ que repercute con el rumor/ Tu cuerpo/ mi boca/ las palabras/ que no pueden definirte/ mas yo/ puedo recoger tu hondura/ si humanizo el fuego/ que me retrotrae de afuera hacia adentro/


Refracción
Más triste sólo la soledad.
Más solo, sólo yo mismo
puedo sentirme, solo
mirando sin mirar otra cosa
que no sea la sola soledad
que surge con el mirarme.

Carlos Villa

SENSIBILIDAD…


Nada mas que la sensibilidad de una mujer, es aquel sentir austero, es aquel cosquilleo que comienza en los labios y se sumerge luego en el corazón como susurros, como sueños interminables como aquel apogeo entre tus brazos que llamamos abrazo y en aquel desborde de nuestros labios que llamamos besos.
Comienza entre nubes que matizan en el claro de tus ojos y enfatizan en la dulzura de tus palabras, pasa un día en medio de caricias y miradas que anhelan la divinidad de mi Padre que ama en la eternidad de una vida que nunca perecerá.
Como rosas desnudas ante el viento se enlaza tu cabello en el fluir de tus movimientos como susurros inesperados, como sobresalen tus labios al hablar, junto con la delicadeza de tu ser y el sensible actuar de tu mirar.
Como ave, tal vuelo eleva mi alma al palpar tu piel sin contemplar lo inalcanzable pero si la inmensidad de tu alma que grata a mi sentir inspira también la claridad de mi pensamiento, o un vivir en aquel el prodigio de una sensibilidad femenil.