HUGO PATUTO

SABADO 06 DE NOVIEMBRE DE 2010


Por entonces, el dolor de cabeza tenía el ingrediente de la culpa; sin embargo, él buscaba con desesperación un atajo, el criterio alternativo que lo conectara con las cosas de todos los días. El proyecto para mejorar los ferrocarriles había sido cuestionado por los compañeros de bloque. En general, avanzaba lentamente su novela –la pasión por la literatura era para él un imperativo extraño, callado y poderoso-, porque los personajes volvían a mentir en medio de pesadillas, habida cuenta de la taquicardia y del espanto. “Llamar a Fabiana y volar en pedazos”, pensó, “con el mismo calor de la última cita”. Pero dolor de cabeza y culpa lo dejaban como ausente. Aquella discusión durante el almuerzo con su padre, el clima de estupor (sus hijos parecían congelados), los clavos en la garganta… Y por fin la ruta, el olor profundo del atardecer.

Los ojos de Fabiana eran la mínima garantía, entre bromas, recuerdos y el temblor del malbec, un espacio que galopaba por ellos, paralelo al mundo, al desgaste vital, al horror. El punto de vista de su amiga, respecto del nuevo trazado ferroviario, flotaba como un dragón caprichoso aquí y allá. “Me siento abrumado, pero sus palabras no descartan una salida”, pensó.

Por más que hubiera imaginado, la posibilidad del accidente surgiría: el matrimonio junto al menor de sus hijos, tratando de evitar una colisión frontal… La banquina como tabla de salvación, nada de carteles, de camiones o autos detenidos, de ciclistas. Controlar el coche, recomponer la voluntad, la mañana bien gracias. ¿No estuvo a punto de morir (de una vez y para siempre) rumbo a General Arenales, circulando por la ruta 8? Fue un resplandor inocente, aunque todo se conjugó para que San Pedro le dijera que habría noticias más adelante y su esposa quedara muda. En el ámbito de la ficción pudo respirar.

Ahora se vuelve sobre la perilla del velador: las cuatro y media; permanece con los ojos abiertos en la oscuridad. Los múltiples interrogantes que asocian partida presupuestaria y jugada política lo mantienen así, como despegado del embolso de la piel.

En la sesión del martes hubo insultos y varias demoras; no obstante, la cuestión de fondo fue abordada con el criterio que él venía sosteniendo, el nudo de la corbata flojo, las manos transpiradas (“Fabiana, lo estamos haciendo bien”, se dijo). Abandonó el recinto con paso firme.

Un domingo soleado en el campo de Heriberto Correa. El sabor de la carne de cordero puso distancia: dejarse vivir, animado por las bromas con viejos compañeros de la escuela técnica, el vino justo, cuatro cigarrillos, el comentario sobre la última película de James Cameron… El encanto de Fabiana tembló entre los remolinos de tierra y la verde luz que ofrecía la zona cultivada; desde luego, habría querido fervorosamente su punto de vista en la reunión, su enorme silencio hecho de bruma pasajera. Los mails tradujeron su compromiso desde Córdoba. El simposio internacional de dermatología, cuya organización y puesta en marcha habían generado el reconocimiento de sus pares.