Pascual Marrazzo

El amor en la ferretería



Hay una tenaza que sujeta mi corazón y no lo puedo liberar con una pinza; tampoco me sirve una llave francesa o un destornillador, porque está libre de bulones y tornillos. La herramienta la maneja una mujer de hábiles manos que lima sus uñas. Es la misma que con un martillo clavó los clavos del amor en mis pies. La que le da a mis latidos el ruido de un viejo compresor. La que serrucho con mi aliento y mis desalientos. La que ilumina mis sueños con su lámpara de acetileno. Cuando taladro mis pensamientos encuentro los alambres que me atan a la piedra esmeril buscando afilar la mecha de mis pesares. Tropiezo con las nuevas soldaduras de mis huesos envueltas con cinta aisladora y me conecto la manguera del oxígeno para poder respirar. Mis pesados ojos viajan en carretilla. Las miradas indiscretas pesan, se cargan con la pala y una cuchara en un balde de plástico. Quisiera subir por una escalera y desde arriba gritar como un macho enamorado, decir cuánto la quiero, para que un pájaro con pico de loro desatenace mi corazón y me vuelva la calma.

JUAN CARLOS VECCHI

LA APUESTA


Apuesto lo que no tengo a que Federico no llega al cuarto renglón.
Mírenlo: ahí viene caminando, siempre tan pancho, siempre tan distraído; atentos que Federico va a cruzar una calle.
Qué hermoso automóvil, lo que debe costar... ¿no viene demasiado rápido? Upa...
¿Qué me gané?

José María Pallaoro

28 DE MARZO DE 1968



Habrá sido un viernes o un sábado. No lo sé. Ayer hablé con Emilia. En realidad antes lo había hecho con Juan. No se acordaba. Ni siquiera el año se acordaba. Yo pensaba que fue en 1970. Pero no. ¿Había llegado el hombre a la luna? “No lo sé, che. Tengo 73” (y no hablaba de una fugaz primavera).

La calle 15 seguía de tierra. Al Gordini lo pintaron con cal y palabras y buenos deseos y anudaron latas a hilos de algodón que ataron al paragolpe trasero. Emilia prometió que iba a mostrarme las fotos. Y me confirmó el día: 28 de marzo de 1968. No le pregunté si fue viernes o sábado. Ellos se casaban. Hoy se cumple cuarenta y tres años. En esos días yo andaba por los nueve y un mes exactos. Y esa noche me enamoré por primera vez.

Jamás lo había contado. Tal vez no me lo hayan preguntado (y eso que es una buena pregunta), aunque sé que el asunto sólo a mí puede interesarme. "No se dio la oportunidad" posiblemente hubiese dicho mi vieja antes del ACV.

El tiempo hace que la carga vaya siendo más liviana. Por eso quiero decir que un 28 de marzo de 1968 me enamoré por primera vez. Dudaba un poco. Porque creía que la mujer que me hizo conocer el dolor del amor no correspondido había sido María Inés. Pero no. No. Con María Inés fue por el 70, o por el 71. Antes de entrar al secundario.

Pero, qué cosa ¿no? Recordar el día exacto que me enamoré por primera vez. Y el hombre aún no había llegado a la luna. No, no voy a discutir las diferentes teorías acerca del tema. La verdad es que nada me importó la banderita del imperio flameando en el suelo lunar. Para mí la luna es la de Li Po o la de Tuñón. Hoy y siempre.

Yo creía que la primera vez que me enamoré estaba bigoteando. Ahora sé que la rima de la lluvia tenía mis años, y que me gustaba encender el fuego escuchando Penny Lane porque lo único que se necesita es amor (la sed verdadera todavía no me había hecho tomar el tren hacia el sur), y la creencia de aguas claras no sonaban en el Winco, aunque las chicas hacían ruido en el Whisky a Go Go junto a Johnny Rivers (¡guau, micifuz!, ¡todavía conservo ese disco!), y no había necesidad de pintar el universo de negro porque todo comenzaba a ser color.

Hubo un tiempo, muy breve, que los Rolling me gustaron más que los Beatles. Quizás porque los simples de los Stones que traían mis hermanos mayores (adolescentes en ese momento) tenían un sonido más crudo, más bluseado, más “negro”. Igual el trayecto de las piedras rodantes fue cortito como patada de chancho (mi signo zodiacal chino) y las cosas volvieron a tomar su cauce: ¡Nunca sus majestades satánicas podían gustarme más que esos muchachos que cantaron a los hijos de la madre naturaleza!

Había mucha familia en casa de mis queridos tíos. Y también se encontraba la chica de la que me enamoré por primera vez. Tenía el pelo como oscurecido de nubes y a pesar de eso se parecía a Susanita. No deseo ser tan malo, digamos que una mezcla de Susanita y Mafalda. Físicamente más parecida a Mafalda.

Me quedé casi toda la noche en el jardín. Y la veía pasar por el largo y sinuoso camino que iba desde la casa hasta el quincho. Iba y venía, una y otra vez, la chica de la que me enamoré por primera vez.

Caminaba ligero y derechita como caña de bambú, con nueve años (casi diez) tenía personalidad. No recuerdo si llegamos a hablar, a decirnos algo. Siempre fui muy tímido y en esos años tartamudeaba, así que supongo que si alguien habló fue ella. Aunque no lo puedo asegurar.

Voy a esperar a que Emilia me muestre las fotos. La quiero ver a ella, y me quiero ver. No, no puedo creer en eso de que las fotografías quitan el alma a las personas. Tal vez haya quedado algo de nosotros en esos tarjetones amarillentos. Sí, después la vi infinitas veces. Pero nunca le dije que fue la chica de la que me enamoré por primera vez.

Ahora se lo estoy diciendo.

JORGE REBOREDO

Después de…



Los problemas, desde el punto de vista de George Berkeley, son: primero, la existencia de los objetos que vemos alrededor nuestro dependen de nuestra percepción, ¿qué es lo que causa esas percepciones en nosotros? Segundo: las cosas siguen existiendo aunque nosotros no las percibamos. ¿Cómo puede ser esto?, se pregunta Berkeley. Para clarificar el concepto del filósofo expongo el siguiente ejemplo: si un árbol es destrozado por el rayo de una tormenta en un bosque desértico y no hay nadie en ese momento, entonces esa explosión no hace ruido.
Zafiro naufraga en mis pensamientos, entendió a la perfección al obispo irlandés y su pertinaz refutación del materialismo.
Me dijo, (le creo), que al morir estamos solos, que el último suspiro y el lamento final, no hacen ruido. Antes de morir, mi viejo amigo me explicaba que las arrugas en la piel, la desalmada vejez, el pelo blanco marfil y el andar cansino, no son causas biológicas. Zafiro, afirmaba que el paso del tiempo no era el culpable del deterioro en el cuerpo. La única razón de envejecer es el dolor; sufrimiento olvidado que juega a las escondidas, se refugia en silencio y ningún órgano inocente lo advierte.
Y ahora sé que las marcas que surcan mi piel, son por las ausencias de los besos de las mujeres que amé. La tirana vejez es por el llanto que no recuerdo al nacer. El viento detiene mi camino, porque mis amigos, ángeles guardaespaldas, ya no me empujan con su aliento. Las mutaciones en mis cabellos, son por la tortura de mis enojos reprimidos.
Sé muy bien que pronto voy a morir. La mirada de los otros ancianos anuncian el final. Vi la muerte en los ojos medrosos de Zafiro. Los viejos nos convertimos en sabios poco antes del fin. Miro cómo los marcos de la ventana forman un cuadro de un sauce llorón. Mi deceso no será por la senectud ni por tantos años inexistentes, mentirosos. No quiero que nadie me vea, y como los perros, busco un lugar sereno para morir. La enfermera no se dará cuenta y el oxígeno confundido llamará a otro paciente. Me gusta el parque del asilo, poder respirar bocanadas de aire y abrazar el árbol que me llora. Y lo abraso porque no estoy tranquilo, tengo miedo.
Al entender el razonamiento de Zafiro, comprender que el dolor me convirtió en un desecho, la lección no termina, el dolor resucita otra vez, es cíclico. Le temo al siguiente cambio, al descuento del segundo asesino. Sé que mi muerte no hará ruido.
¿En qué me convertiré después? En algo peor que simples arrugas, seré un cadáver frío, bendecido por algunas piadosas lágrimas y maquillado para una fiesta sin invitados. Escucharé caer la tierra arriba de mi nuevo caparazón y todo será oscuro. Y en ese instante estaré solo (la carne empobrecida cautivará a los gusanos famélicos. Al saciarse con el manjar, ellos se irán sin escuchar mi segunda muerte, que será el crujir de mis huesos.

Patricia O. (Patokata)

PESADILLA


Despertó, gritando y sudando, en el preciso instante en que una bestia emplumada venía tras ella en su pesadilla.
Quedó petrificada cuando vio el piso del cuarto cubierto de plumas.




DECESO


Se fue desangrando mi pluma en éstas líneas, hasta quedar totalmente inservible...
Sólo resta anotar la hora de su deceso.



TOQUE MÁGICO


A un toque de su varita mágica el tiempo se desvaneció...



SUS OJOS


Cuando la miró a los ojos entendió...que en sus distintas existencias siempre habría un espacio para ella...

Iván Salomonoff

Roma


Hicieron el amor descaradamente. Nadie los oyó gozar mientras afuera gemían los truenos y la lluvia se hundía como puñales entre los adoquines de una ciudad gris. Se arrastraron como babosas, sudaron pasión entre sábanas blancas y nubes de alcohol. Se ahogaron en manos, ombligos y besos. Fundieron sus piernas brotando como pétalos entre espaldas y lenguas, almohadas y pies. Lucharon bajo un espejo de sal, ardiendo a las sombras de un juego onírico, casi real. Fueron gotas de un sueño anegado en deseo, laberintos de miel y fuego lacerando sus vientres. Una sola piel, un suspiro oblicuo erizando la atmósfera; un desierto de placer. El sol los descubrió en la mañana, cuando los pájaros silbaban las seis. Despertaron abrazados, borrachos de sexo y amor. Oliendo a primavera y hotel alojamiento.