Manuel Cubero, España

LA IMAGEN DE DIOS


Cuando oyó a su profesor decir que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, aquel joven estudiante entró en una profunda crisis de identidad antes de comenzar a perder la fe.
Manolo Cubero, España

Magdalena Márquez

FELIZ CUMPLEAÑOS

Feliz cumpleaños, le dijo su marido mientras le daba el beso de costumbre al irse a trabajar. Feliz cumpleaños, le repitieron sus hijos alegremente entre galleta y galleta a la vez que cogían la mochila para salir corriendo al colegio. Feliz cumpleaños, feliz cumpleaños, oyó la misma frase una y otra vez en la boca sonriente de sus compañeros, en las voces alegres a través del teléfono que no paraba de sonar.

La frase retumbaba en sus oídos, en su cabeza. A media mañana abandonó la oficina, no contestó la última llamada y apagó el móvil. ¿Por qué iba a ser éste un cumpleaños feliz? ¿De qué iban a servir tantos deseos de dicha? De hecho le sonaban vanos, sin significado. Eran esas palabras que se dicen sin pensar, que hay que repetir en estos casos. ¿Qué sabía ninguno de ellos de su felicidad? ¿Conocían acaso lo vacía que se encontraba? La típica crisis de los cuarenta hubiese pensado alguno de ellos si se lo hubiese contado, o se habrían preguntado qué quiere esta mujer triunfadora en su trabajo, con una vida como la de todos ellos, un marido ni mejor ni peor que el del resto de las mujeres y con unos hijos que no daban más problemas que la mayoría.

Caminaba en la fría mañana con la única compañía de sus oscuros pensamientos. La ilusión había dejado de ser su fiel compañera, sus pensamientos otrora optimistas no la ayudaban a salir del túnel en el que había entrado sin darse cuenta. Sabía que ese no era el camino, era plenamente consciente de ir en contra de sus principios, pero la apatía, el cansancio le caía como una losa. El aire le cortaba la cara, agradecía la temperatura glaciar que la mantenía despierta. Se miró en el escaparate de una inmobiliaria, no le gustó lo que vio, su cara sin maquillar, su pelo descuidado, el rictus de tristeza que le enmarcaba los labios. Se sentó en un banco del solitario paseo, encendió un cigarrillo, lo fumó despacio, sintiendo como el humo, amante cruel y placentero se deslizaba por su garganta. No sabe cuanto tiempo estuvo así, sin pensar en nada y sintiendo pena de sí misma, tal vez hasta que el final del cigarro le quemó los dedos y la hizo dar un respingo.

Volvió a la realidad, al paseo, a las mujeres que caminaban veloces a la compra o a esos otros viandantes que entraban en las cajas de ahorros para hacer alguna gestión. Miró a su alrededor, como despertando de un sueño. Respiró hondo, conectó el móvil y marcó un número, tras una breve conversación también ella se dirigió con paso rápido hacia un establecimiento próximo, peluquería y masaje era su próxima estación, su propio regalo de cumpleaños. No, no se trataba de ponerse más guapa, tenía que ver con el principio del camino para disfrutar de un feliz cumpleaños venidero.

Roberto Silva - Uruguay / Argentina

El horno


La nueva situación me sorprendió. Inseguro mire a mis contrincantes. Pequeñas gotas de agua brotaban en mi calva, que por suerte, estaba cubierta por un esponjoso sombrero de fieltro. A mi derecha un negro con grandes y carnosos labios que intentaban cubrirle la nariz. Enfrente, alguien con aspecto de cornalito, si, de cornalito, pequeño, brillante por la grasa que salía por todos sus poros y con sus ojos tapados por lentes de vidrios increíblemente gruesos. A mi izquierda el hombre del habano. Solo eso podía decir, su rostro no tenia detalles, parecía una rodilla con boca y en ella el habano largando humo en forma constante. En el centro de la mesa verde, una pila de billetes, en mi mano, solamente un par de cuatros iluminados por la única luz de la habitación. Ya no tenia dinero en mis bolsillos y por eso, sin mirarlo, le dije al cornalito: -Hacéme un vale por 1000 y con eso voy jugado - . Sonrió mientras sacaba del bolsillo de su saco blanco el talonario, llenó un pagaré y me lo dió a firmar. Lo puse en el centro de la mesa. El negro tiro sus cartas, el cornalito tomo un sorbo de su vaso de tequila y también se descartó. El del habano dijo: - Quiero ver – mientras arrimaba diez billetes a la pila. Y por eso, San Pedro, estoy acá, ¿puedo pasar? Mirá, dijo el santo, me caes simpático, salvo la timba y algún golpe a tu mujer no tenés culpas mayores, pero, es orden de arriba te aclaro, los pelotudos, directo al horno. ¡Que pase el que sigue!

Luciano S. Doti, Argentina

La conversión

Anoche salí con la chica que conocí por chat. Terminamos en su hogar, una vieja casona “okupada”. En el fragor del encuentro, ella me dio un fuerte beso en el cuello que me dejó marca. Hoy, noté que el sol me hace doler los ojos y arder la piel. Intento verme en el espejo, pero no me reflejo en él.

www.letrasdehorror.blogspot.com

PEDRO JESÚS DOMÍNGUEZ, CHIHUAHUA, MEXICO

“De médicos poetas y locos...”


Que golpee y golpee
hasta que nadie
pueda ya hacerse el sordo

que golpe y golpe
hasta que el poeta
sepa
o por lo menos crea
que es a él
a quien llaman.


“Arte Poético”
De Mario Benedetti.




Un buen día acogiéndonos al dicho popular que a todos nos señala, de médicos, locos y poetas, pues según el dicho, algo de esto todos tenemos, aun sea un poco, se encontraron dos hombres, uno de ellos padecía ese día un alto grado de medico y el otro se encontraba en su estadía de sentirse loco, este ultimo fingió tan bien su demencia que el otro verdaderamente se sintió medico y este dio tal tratamiento al hombre que sentía ser loco que falleció de sentimiento, y el que sintiéndose doctor al recobrar su personalidad, murió de tristeza, luego llego el poeta, digo otro hombre que disfrutaba ese momento el sentirse poeta, vio los dos cuerpos, les compuso y dedico un poema a cada uno de ellos, con ese espíritu que solo los poetas poseen y que son capaces con su poesía de realizar el milagro de la resurrección espiritual, pues terminando sus versos hechos poesía, los dos cuerpos cobraron vida, lo abrazaron y desde ese momento, prefirieron sentirse cada día mas poetas que cualquier otra cosa.



cuentos de petuz, diciembre 1989.

Álex E. Peñaloza Campos, Uruguay - Venezuela

Mina
El estallido atronador lo dejó completamente sordo. De pronto sintió el frío y agreste suelo a sus espaldas. Vio algunas figuras humanas corriendo apresuradas, unas tratando de ocultarse, otras que se le acercaban diligentes. Buscó sus sentidos y percibió que, aparte de la sordera que lentamente se iba diluyendo, todo estaba bien. Sentía su cabeza, sus manos, sus pies y sus dedos: Sentía todos sus dedos. Si, los sentía. Se felicitó por su buena suerte; después de todo había salido bien parado de la explosión.
-¡Una mina! ¡Pisó una mina! – gritó un soldado.
Fue a levantarse pero no lo logró. Cuando quiso ponerse en pie notó con horror que la mina le había volado un pie y hecho trizas el otro. Entonces se desmayó.