Juan José Mestre - Argentina

TREMEDAL



Nunca había sentido esa sensación de ahogo. Tampoco nunca creyó que se podía estar tan solo. Había pasado por todas (o al menos eso creía) las situaciones en la vida, pero jamás experimentó aquella opresión en el pecho. Era tan real que intentó extirparla de un golpe, un simple y certero golpe que lo librara de ella. Pero no pudo. Por más que hiciera, seguía ahí, impasiblemente inalterable. Lloró hasta que sus lágrimas se hicieron llagas y el dolor, insoportable. De pronto, un sueño pesado, negro, vacío, se apoderó de él. Inánime, estuvo un largo tiempo inmerso en el más profundo de los letargos. Cuando despertó, ya no era él. Salvo el último retazo de vida que se fundía en la más oscura de las ciénagas.

Hugo Patuto - Argentina

Fue necesario algun llamado…



Fue necesario algún llamado para que la situación resultara digerible y franca. Durante dos años nos habíamos visto en cuatro ocasiones (la primera, cuando se llevó a cabo el homenaje a mi padre; la segunda, en una muestra de fotografías; la tercera, como pretexto para, sencillamente, vernos y la última, urgido por mi delirio de grandeza) que, ahora, devuelven eso tan maravilloso: una señal que transforma su compañía. ¿Era el tono de su voz?¿Acaso la disposición de las manos al hablar? ¿O la persistencia de un dolor hecho de abandono y dudas? He creído en mi método para bordear lo delicado de la presa; sin embargo, torpe o altivo, he contemplado mi ruina como feroz disolución.

“Me iré lejos, porque siento la vida llena de preguntas y rechazos”. Y también: “Quedáte con el clima irrepetible de nuestro diálogo”.

Al comunicarme, pude notar que estaba decidida; es más, que ya palpitaba la furia alucinante del desafío. Y me dije: “Bueno, cada uno representó su papel y a otra cosa”.

Años atrás, con el cuerpo magullado por el accidente, cerca de sus labios, tuve la impresión de que la fragilidad habría de completar lo que mis manos creyeron alcanzar.

Mabel Casas- Argentina

Mea culpa colectiva




Musiquita. Como rosas del siglo pasado llovía desde algún misterio; poniéndole violines y caminos de piano a las miserias de vereda, remendada y vestida de luces por “obra y gracia” de un jacarandá. La pachamama no resta por cuánto vales.
No sale de una casa tomada, no, Cortázar hablaba de otra cosa y sin embargo una coincidencia: no es ni anónima ni mágica. Viene de unas latas debajo de la autopista, sólo un tiempo de rincón, sin dádivas como mala palabra.
Un puñado de seres sin nombre, apodos apenas, pocos años apenas y un equipo reproductor caqueado. Muchas bocas para una bolsa aspirada, para una ficha cualquiera de muerte.
Pero ahora que tampoco nadie los ve, la musiquita dulce como cuna, brota allí con sabor de chocolate.


Después un “trabajo” el miedo y el odio fumado, el riesgo que se busca cuando la vida no se festeja al nacer ni recibe mirada; parida en violencia de los que ignoran fingiendo. Mentira el trabajo, mentira la escuela, mentira la infancia. Verdad, que nacieron buena gente. Verdad los narcos y la riqueza de los que contaminan. Verdad.
Ellos los de la piedra de latas en el medio del pecho, con la musiquita de niños con el fierro temblando y el fuera de control firme.
Sangran, expiran, eran oxígeno para el mundo a pique. Nadie los vió ni de muertos.
Aún llueve la musiquita y maldice el olvido de los niños vivos.

José López Romero- Santa Fe-Argentina

POR EL AGUA BUENA


Ella apareció pelando una mandarina, y yo, en una mirada de silencio, hice una lectura idiota de mi fantasía.
Afuera, entre el gris y el verde limpio casi de primavera, un cacharro se inundaba y las aureolas de la lluvia arrimaban su naufragio de pequeñas oleadas a mis vidrios solitarios. Antes había pasado por la planta que una vez pintó María, y sonreí por la valiente paloma acurrucada en el nido dando calor a sus huevos sin importarle lo que de las nubes caía.
“Como una piedra llevada por la corriente”, dijo el estribillo de Dylan flotando en mi pensamiento ausente demasiado tiempo y ya no me detuve.
Descolgué del aire algunas palabras y di tono verde al teléfono que me debía respuestas aunque no pude resolver nada con inteligencia.
“¡Che, deberías saberlo!”, me gritó Charli desde la radio.
Impulsivamente contesté que las piedras no son pan y las simulaciones nos delatan. Que humanamente no somos la gran familia de nuestros pregones, pues a pesar de tantas mentiras no hemos inventado días mejores.
Todo tiene su motivo, aduje sin pasión, pero disolver estas cavilaciones con una explicación lógica ya no fue posible ni sonaba interesante.
Algo pasó sobre mí dejando la magia venerable, que vestida con la camisa desteñida de un día manso no se define ni cambia nada.
Aún estoy aquí despertando a la transición del alma, de donde supongo nacerá un cuento de aquellos que llegan tal cual irrumpe de la nada la primera flor.
Lo estoy escribiendo y es una buena señal.
Ya no pronunciaré ideas en calidad de ninguna cosa.
Dejaré que el curso de mi mente haga lo suyo.
Es una lista primaria y me atrevo a intuir, que esta botella navega por agua buena y tocará playa para que mis mensajes no sigan huérfanos ni tan vacíos.

Pascual Marrazzo, Río Negro, Argentina

La mancha


Querido hijo:

Yo sé que alguna vez vas a poder leer esta carta sin el enojo y los llantos de hoy. Créeme que estoy avergonzado y te confieso que yo también he llorado, de bronca, como lo hacemos los hombres.
Ahora lo entiendo, tu maestra de jardín me lo explicó: Ella te enseñó que del lápiz azul sale la letra a, que del rojo la e, y del amarillo la i. Me mostró tus trabajos, pude ver una “a“ preciosa que ocupaba toda una página y dentro de ella las tacitas con las manijitas, como ella las comparó (“Recuerden, la letra a es como una taza”) y cómo vos solito te acordaste y pusiste los dibujitos adentro.
Tal vez, lo que pasó hoy no quede grabado en tu cabecita, pero quiero pedirte perdón igual, al menos para que no te suceda lo que a mí.
Quiero disculparme por no estar más tiempo contigo, que no se refiere al tiempo que paso a tu lado.
Yo debería haber sabido de tus logros, de tus éxitos, de que eras el mejor.
La señorita Mabel me lo tuvo que decir: “Siéntase orgulloso: su hijo es mi mejor alumno”. Te juro, que me sentí tan imbécil.
Haberme enojado con vos, como un tonto, justo cuando me lo querías demostrar escribiendo en las paredes.
Quiero pedirte perdón por pensar que sólo eran manchas...
Son hermosas, sabés, y no las voy a limpiar hasta que seas bien grande, para que puedas entenderlas. Así, como yo las entiendo ahora...

Martin Villanueva Watanabe

"Don Luchito Barrios"



Lucho Barios fue uno de los últimos compositores peruanos en fallecer dejando un legado musical rico e inspirador. Las causas de su deceso las desconozco, pero hoy, al borde un autobús, revivió.
Lo hizo entre acordes, no celestiales, y un poco percudido. No me pareció ser un cantante criollo sino un ser expulsado del cielo, por eso le preste atención.

Prometió un bolero, los románticos, los que se bailan pendularmente y abrazados, "Sin ti"; sin pensarlo, amansó al público aterrorizado por su presencia, al coger el violín. Pensé que, tan desencajado personaje, sería un antagónico espejismo en relación a los dotes musicales que le pudo dar Dios. Seguí leyendo, recostando mi cabeza sobre la baranda del autobús, pensando acariciar mi lectura entre los acordes de mi aromático amigo. Lo que vino fue aterrador. Lo que salió del violín fue la agonía de un elefante moribundo; las lisuras de un lucifer bendecido, los llantos de un instrumento vil y violentamente ultrajado.

Lo miré atónito, todos lo hicimos. Entre pena y risas lo escuché atento. Su voz no tuvo el candor y la potencia esperado, sino la vitalidad de una vejez mal llevada, forzada por la necesidad del hambre y el frío. Quién sabe.

No encontré rastro de vida, una luz siquiera entre esos ojos gordos y arrugados como dos pasitas, parecen haber perdido el rumbo que siguen los vivos. No escuché un latido digno en esa gutural y oscura voz, ni un paso seguro en ese andar paquidérmico, casi infantil.

Volteé la mirada y lo despedí con la indiferencia con la que se ignora un fantasma. Estoy seguro que lo volveré a ver, suele subir en la ruta donde viajo, pero no sé si tendré algo más que agregar a su astillada existencia: o si podré volver a mirar esa figura cansada, sazonada con miles de olores, pidiendo "una limosnita" esperando un milagro.

Ana Guido y Spano

El hombre abrió su cuaderno y volvió a ver al renglón vacío que lo esperaba con su típica actitud arrogante.
Se miraron. Se midieron uno al otro.
El hombre odió al renglón por su mutismo y lo cambió por un cursor titilante.
Se midieron. Se ignoraron uno al otro.
El cursor se aburrió y todo se volvió negro. Las ventanas comenzaron a volar en el vacío y el hombre las envidió porque podían volar.
Pero ellas también lo ignoraron.
El hombre, indignado, buscó su cuaderno, lo llenó de miradas y de envidia y asesinó al renglón vacío clavándole en el pecho una ventana.

Lucía Gómez, Colombia

Puso sus suaves manos en mi rostro, para secar mis ojos que lloraban con una angustia eterna y parecían nadar en un abismo lánguido. La tarde agonizaba en la caliente soledad de la calzada. Me abrazó muy fuerte como si nunca quisiera separarse. Besó dulcemente mis labios fríos, secos por la fuerte brisa, como si por primera vez lo hiciera y sonrió mostrándome una lágrima. Me dijo que había sido hermoso conocerme. Sonrió una vez más y me dio un beso en la frente. La calle estaba sola y el parque tenía todas las sillas vacías, como esperando a que llegaran los amantes. A lo lejos, se escuchaba el ruido que hacen los carros cuando arrastran sus llantas en el suelo; una sirena pasaba con su sonido insistente, tal vez, llevando un hombre al borde de la muerte. En una casa vieja se oye ladrar un perro y un trueno cada rato avisa la visita de la lluvia. Te amo, me dijo y dejó salir su llanto, así, como sueltan el agua en los embalses. Maldijo el tren que se veía llegar y la campana de la estación que anunciaba su arribo. Maldijo las piedras, el reloj y los días que, imprudentes se habían confabulado para dejar la angustia esparcida en la vida. Yo también te amo, le dije y mientras tanto, me soltaba despacio del filo de esos ojos que no querían dejarme y llorábamos juntos y se formaba un espacio entre ambos, mientras su mano triste, hacía un ademán fugaz de despedida.

Andrés Ruiz Segarra, España

Al borde de la palabra
Para Patricia Ortiz y Liliana Varela
Nada queda de entonces. Sólo un descolorido recuerdo; una niebla lejana hecha de lágrimas rotas y de sedas ajadas. Nada, más que el silencio. Un silencio vacío, sin rostro, sin esperanzas.
Y una noche hablaste con las musas para ahogarlas en lágrimas, para filtrar esa herida sobre el tamiz de tu alma. Te despeñaron el sueño, te desnudaron con rabia, y finalmente te hirieron. ¡Malditas musas sin alma!
Arropadas de veneno, como serpientes aladas, se arrojaron sobre el velo triste, de tu prosa helada, y diezmando tu entereza provocaron con su magia hasta que escupiste versos de tinta ceniza y malva.
-¿qué pude hacer con mi vida?- preguntaste a la mañana. Y ella sonrió diciendo: deja que el alba se vaya, deja que los malos sueños que atormentan tus entrañas, se desvanezcan y mueran, deja que la luz renazca.
Y cambiaste esa cuchilla, terriblemente afilada, por el papel y la pluma al borde de la palabra. Y diste paz a tu vida: ¡Viviste!, como esperaba, para inundar con tus versos los campos y las montañas; para embellecer el mundo, para romper la baraja…y cada noche que vuelven las musas envenenadas, sonríes, y dulcemente, poco a poco las engañas. Les cantas nanas que duermen y dibujas en palabras…porque los poetas mueren… y nacen de nuevo al alba.

Rodolfo Zamora Damonte, San Juan

Bife, Tomate, Lechuga y Francisco
Francisco acaba de ofrecer al mundo su cerebro en plena y auténtica autodestrucción. Ese mismo cerebro, otrora analista durante horas de las letras de La Máquina de hacer Pájaros, ahora no comprende la razón exacta del por qué el bife suele ser acompañado por lechuga y, en épocas de primavera, tomate. Jura y perjura que no lo entiende. Hace unos diez años atrás hubiese dicho que eso es un “mero convencionalismo cultural más que gastronómico”. En la actualidad observa durante docenas de minutos cada pedazo de bife, tomate y cada hojita de lechuga intentando comprobar y/o descubrir:
Primero: La similitud del color del tomate con los labios de la tía Alma durante la celebración del Corpus Cristi y la parcial semejanza de la textura de la lechuga con el cuello de la tortuga Juanita y la abuela Delia.
Segundo: la posibilidad de que ese bife haya sido parte de una vaca ya harta de la vida del campo, deseosa de ir a la ciudad, al menos un par de días a la Sociedad Rural o de una vaca depresiva ansiosa por finalizar su padecer de sellos ardientes y compañeras estúpidas y sumisas.
Tercero: la exacta relación de la unión bife-tomate-lechuga con la unión De la Rúa-Álvarez-pueblo.
Cuarto: eldramaineludibledepensaryhablartodorápidoydemanerainentendiblecomomuchasfrasesdeaquellibroescritoporelirlandésescritorydueñodeuncinedeDublin.

De repente, y sin aviso, el análisis de Francisco es interrumpido por un auxiliar de enfermería que dice solemnemente:
-¡Vos siempre boludeando en vez de comer!, ¡dame eso!, ¡por gil no vas a comer hasta mañana!

Francisco vuelve al patio y mira preocupado y ansioso como el camión del proveedor trae varios kilos de lechuga, tomate y carne para los almuerzos y cenas venideras.

Cristina Villanueva, Argentina

UTOPÍA

Una haciendose mujer, no naciendo. Cabeza erizada de preguntas, polleras indómitas, los pechos siguiendo las lecturas como dedos,. Una siempre buscando su propia lengua en la ajena. Internándose en el amor a primera lectura, en esa isla de utopìa, donde íbamos a encontrarnos
en una fiesta y fue no. ¿En algún lugar del cuerpo, del tiempo, del espacio ha sido si? Un sí que todo lo que siguió no puedo destruir. Aunque nadie lo
sepa, aunque una tampoco lo sepa.
Aquí se quedan la entrañable trascendencia de tantas queridas presencias, reales y de cuento. Prendidas hacia adentro, cuerpo adentro, ardiendo, deseando. Isla que no está en ningún lugar y mueve la
sangre con fuerza.de lujuria

libera@arnet.com.ar

Pablo Martínez Burkett, Argentina

LOCA OCURRENCIA

Después de tantos años juntos, aún la volvía loca con sus ocurrencias.

Esta vez, al salir del baño, se lo topó con una toallón anudado a la cintura, una camiseta calzada sobre las orejas y hechada para atrás a la usanza del Antiguo Egipto, rimmel en las pestañas, los brazos cruzados sobre el pecho y en cada mano un cepillo para el pelo.

- ¿Hoy quien sos ? - le preguntó divertida.

- Soy Sinué, el egipcio -le contestó apenas conteniendo la risa. Luego se miró el abdomen y agregó con cínico realismo: -Aunque si sigo criando panza voy a tener que representar mejor a Epaminondas, el eunuco...

Recobrando la regia apostura, le soltó: - Antes de que ello suceda, oh esclava nubia, póstrate de hinojos en señal de acato - y se abrió galanamente el toallón. - Entrega tu adoración al sol, hija mía.

Ella con devota unción se hincó las rodillas, feliz de que aún la vuelva loca con sus ocurrencias.

Pablo Martínez Burkett, Argentina

MADRUGADA TANGO

Son las cuatro de la mañana.

El tabletear del teclado, una copa de cristal de Bohemia rebosante de un cabernet franc de 10 años y un sahumerio de patchouli hindú (que resulta culto propicio a las deidades que moran en las madrugadas insomnes) lo acompañan en su irredenta soledad. La banda de sonido la provee la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, haciendo en el Teatro Colón una versión de "Ojos Negros".


Y quizás sea el vino, quizás el aroma intercesor; tal vez sea la triste historia de amor en la que se ocupa, tal vez sea el melancólico llanto del bandoneón con el violín; pero de repente se encuentra asaltado por la silente presencia de su rostro. Y con los dedos índices oficiando de improvisados títeres, se pone a dibujar sobre el escritorio coreografías plagadas de sensuales cortes y quebradas, mientras se imagina su rostro perlado por el esfuerzo de sacarle viruta al piso. Un poco más y se pregunta cómo será el sabor de sus labios. Otro poco y las gotitas de sudor resbalan ya por las laderas de su cuello, anticipando el éxtasis de una cabalgata conmemorativa de la danza nocturna.

La libertad es deseo en acción, por eso la inesperada alucinación le recuerda su oprobiosa vida de celda. Y entonces sus manos se convierten en pájaros extraviados, desertores del presente, soñadores del mañana que no llega. Y se da en añorar el hueco de su grácil espalda ondulando al ritmo de un tango por madrugada.

Lobo Cruz, Argentina

Amo a quien nunca me quiso porque nunca deje de amarla, amo las revoluciones porque son libertarias, amo las flores, los animales, las canciones, amo el rebaño que enfrenta a la manada. Amo el otro lado de la luna, el marco de los cuadros, las macetas, las patas de mi mesa, las hojas del rosal, los ignorados.
Amo las transgresoras, las rebeldes, los valientes, la ternura y la fuerza de la palabra, la originalidad, la transparencia; los auténticos, las lesbianas y los gays porque no se mienten; los swingers porque no se engañan; las putas y las prostitutas porque sé que no roban, los poetas porque sé que no mienten, los poemas sociales comprometidos porque son poemas de amor. Amo a los agnósticos y ateos porque creen en el bien, a Dios porque es amor y cree en mi; amo a los que aman el amor sobre todas las cosas.

Amankay Appezzatto Scropanich

Kafka

No era tan extraño ver a la cucaracha en la cocina. Nunca la pisamos o le pusimos trampas; los venenos y otros químicos jamás pasaron por la casa.
Ella era agradable a la vista, aunque no a la nuestra.
No debió sorprendernos cuando desaparecieron algunos libros de la biblioteca, estábamos acostumbrados a ver agujeros pequeños en algunas orillas del papel, pero una cucaracha devoradora de libros del día a la noche era algo increíble.
Quedamos sobresaltados aquella noche en la que la vimos.
Fuimos a buscarla para poder acabar con sus hurtos, la biblioteca era nuestro terreno. Sabíamos donde se escondía, detrás de la cocina. Abrimos un hueco tratando de no asustarla.
Incrédulos permanecimos al encontrarla con un velador encendido y un sillón de la marca Barbie, ella sentada fumando un cigarrillo, leyendo La Metamorfosis.

Augusto Monterroso

El paraíso imperfecto -


-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

Leopoldo Sánchez Arenas

Velorio, Sepelio y Suicidio

A la espera estaban en el estudio cuando de improviso a eso de las ocho de la noche desde el asiento principal del escritorio escucharon la noticia inevitable. Entonces se vistieron de luto y de inmediato fueron al velorio.
Permanecían calladas, entristecidas no sabían cuál sería de aquí en adelante su futuro, y más por eso que por otra cosa prefirieron no ir a verlo en el féretro, pues a pesar de muchas veces ser testigos de sus sueños y fantasías nunca le observaron durmiendo.
Y les daban el pésame los familiares y amigos pero ellas no estaban para contestar tales condolencias, no lloraban, únicamente se mantenían en silencio siendo él su mejor aliado.
Un poco antes de las tres de la mañana quedaron ellas como únicas compañeras.
De la desvelada que tenían, ni se acordaron que ya era momento de tomar café americano y encender el primer cigarro del día, tampoco recordaron, que era la hora de ir al jardín a escuchar música alrededor de las flores y los árboles.

La salida al sepelio se acercaba y el velatorio ya en el último rosario dejó ver en ellas unas cuantas lágrimas.

Eran las cinco de la tarde cuando se abrió por última vez el féretro del poeta en señal de despedida, ellas, sin poder ya contener la inmensa tristeza que les tenía, lloraron como nunca lo habían hecho. Así, unas en el desmayo, otras cual si fueran flores o tierra y las demás con soga al cuello cayeron dentro del ataúd asfixiadas entre los libros escritos por él, mientras éste bajaba lentamente al sepulcro.

Julia del Prado, Perú

El ego de José

José se puso de cabeza frente a un espejo -hace muchos años-, para probar su destreza en la acrobacia y así su figura quedaría plasmada, él por entonces se quería demasiado.

No se dio cuenta que sus manos quedarían pegadas en una cómoda antigua, donde alguién fortuitamente había rociado cola. Así trataba de despegarse, pero no pudo, se quedó tieso y sin respiración. En estado catatónico.

Horas más tarde se acerca a su domicilio: Juan, su amigo escultor vecino. Toca la puerta nadie le abre, menos mal está entreabierta. Ingresa, trata de ayudar a José para sacarlo de su casi agonía y no puede. Vuelve al otro día con cera, se la coloca en su cuerpo bello y bien tratado y queda toda una figura atractiva. Ahora el ego de José se luce en los museos de figulines y la gente, sobre todo las damas lo acarician.

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José, el francés

Sosegado estaba con sus pensamientos, después de hacer meditaciones en las que repetía una y otra vez: -Om Om Om ... José, el francés. Decide de pronto porque el espejo de su sala vetusta lo seduce, ponerse de cabeza frente a éste. Prueba su musculatura, se sabe atractivo. Respira profundamente, inhala, exhala. Absorto se contempla . Reconoce que puede explotar la belleza de su cuerpo.

Ahora -en este momento- su figura se luce en las vitrinas de Amsterdam y Hamburgo para placer de las féminas que cautivadas, lo aplauden.

Eduardo Mancilla, Rosario, Argentina

Amor adolescente.

Ellos habían consensuado hacer el amor por primera vez tras un fogoso debate sobre intereses y prejuicios. Inmediatamente, el joven se sumerge en el mundo instantáneo de la pornografía. Su desvelo era ofrendarle una maestría de amor. Ella lo consultó con su madre. La lluvia de la siesta los acompaño hacia el lugar oportuno. El dejó evidencias de su remolino de pasión. Ella le cobro doscientos pesos.

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La fe mueve montañas.

En la tierra del sol naciente, dos monjes ya ancianos presumían al borde de un acantilado.
-¿Recuerdas el monte que se elevaba en aquel valle? Pregunto uno de ellos mientras señalaba a sus espaldas, y sin esperar respuesta, dijo:
-Ese monte lo he desmenuzado con la ayuda de la fe.-
-¿Ha sí? ¿Has hecho eso? Preguntó el otro. ¿Y como has logrado semejante milagro?
-Con 9 puntos en la escala de Richter.