Mabel Casas- Argentina

Mea culpa colectiva




Musiquita. Como rosas del siglo pasado llovía desde algún misterio; poniéndole violines y caminos de piano a las miserias de vereda, remendada y vestida de luces por “obra y gracia” de un jacarandá. La pachamama no resta por cuánto vales.
No sale de una casa tomada, no, Cortázar hablaba de otra cosa y sin embargo una coincidencia: no es ni anónima ni mágica. Viene de unas latas debajo de la autopista, sólo un tiempo de rincón, sin dádivas como mala palabra.
Un puñado de seres sin nombre, apodos apenas, pocos años apenas y un equipo reproductor caqueado. Muchas bocas para una bolsa aspirada, para una ficha cualquiera de muerte.
Pero ahora que tampoco nadie los ve, la musiquita dulce como cuna, brota allí con sabor de chocolate.


Después un “trabajo” el miedo y el odio fumado, el riesgo que se busca cuando la vida no se festeja al nacer ni recibe mirada; parida en violencia de los que ignoran fingiendo. Mentira el trabajo, mentira la escuela, mentira la infancia. Verdad, que nacieron buena gente. Verdad los narcos y la riqueza de los que contaminan. Verdad.
Ellos los de la piedra de latas en el medio del pecho, con la musiquita de niños con el fierro temblando y el fuera de control firme.
Sangran, expiran, eran oxígeno para el mundo a pique. Nadie los vió ni de muertos.
Aún llueve la musiquita y maldice el olvido de los niños vivos.