Leopoldo Sánchez Arenas

Velorio, Sepelio y Suicidio

A la espera estaban en el estudio cuando de improviso a eso de las ocho de la noche desde el asiento principal del escritorio escucharon la noticia inevitable. Entonces se vistieron de luto y de inmediato fueron al velorio.
Permanecían calladas, entristecidas no sabían cuál sería de aquí en adelante su futuro, y más por eso que por otra cosa prefirieron no ir a verlo en el féretro, pues a pesar de muchas veces ser testigos de sus sueños y fantasías nunca le observaron durmiendo.
Y les daban el pésame los familiares y amigos pero ellas no estaban para contestar tales condolencias, no lloraban, únicamente se mantenían en silencio siendo él su mejor aliado.
Un poco antes de las tres de la mañana quedaron ellas como únicas compañeras.
De la desvelada que tenían, ni se acordaron que ya era momento de tomar café americano y encender el primer cigarro del día, tampoco recordaron, que era la hora de ir al jardín a escuchar música alrededor de las flores y los árboles.

La salida al sepelio se acercaba y el velatorio ya en el último rosario dejó ver en ellas unas cuantas lágrimas.

Eran las cinco de la tarde cuando se abrió por última vez el féretro del poeta en señal de despedida, ellas, sin poder ya contener la inmensa tristeza que les tenía, lloraron como nunca lo habían hecho. Así, unas en el desmayo, otras cual si fueran flores o tierra y las demás con soga al cuello cayeron dentro del ataúd asfixiadas entre los libros escritos por él, mientras éste bajaba lentamente al sepulcro.