Pascual Marrazzo, Río Negro, Argentina

La mancha


Querido hijo:

Yo sé que alguna vez vas a poder leer esta carta sin el enojo y los llantos de hoy. Créeme que estoy avergonzado y te confieso que yo también he llorado, de bronca, como lo hacemos los hombres.
Ahora lo entiendo, tu maestra de jardín me lo explicó: Ella te enseñó que del lápiz azul sale la letra a, que del rojo la e, y del amarillo la i. Me mostró tus trabajos, pude ver una “a“ preciosa que ocupaba toda una página y dentro de ella las tacitas con las manijitas, como ella las comparó (“Recuerden, la letra a es como una taza”) y cómo vos solito te acordaste y pusiste los dibujitos adentro.
Tal vez, lo que pasó hoy no quede grabado en tu cabecita, pero quiero pedirte perdón igual, al menos para que no te suceda lo que a mí.
Quiero disculparme por no estar más tiempo contigo, que no se refiere al tiempo que paso a tu lado.
Yo debería haber sabido de tus logros, de tus éxitos, de que eras el mejor.
La señorita Mabel me lo tuvo que decir: “Siéntase orgulloso: su hijo es mi mejor alumno”. Te juro, que me sentí tan imbécil.
Haberme enojado con vos, como un tonto, justo cuando me lo querías demostrar escribiendo en las paredes.
Quiero pedirte perdón por pensar que sólo eran manchas...
Son hermosas, sabés, y no las voy a limpiar hasta que seas bien grande, para que puedas entenderlas. Así, como yo las entiendo ahora...