Julia del Prado, Perú

El ego de José

José se puso de cabeza frente a un espejo -hace muchos años-, para probar su destreza en la acrobacia y así su figura quedaría plasmada, él por entonces se quería demasiado.

No se dio cuenta que sus manos quedarían pegadas en una cómoda antigua, donde alguién fortuitamente había rociado cola. Así trataba de despegarse, pero no pudo, se quedó tieso y sin respiración. En estado catatónico.

Horas más tarde se acerca a su domicilio: Juan, su amigo escultor vecino. Toca la puerta nadie le abre, menos mal está entreabierta. Ingresa, trata de ayudar a José para sacarlo de su casi agonía y no puede. Vuelve al otro día con cera, se la coloca en su cuerpo bello y bien tratado y queda toda una figura atractiva. Ahora el ego de José se luce en los museos de figulines y la gente, sobre todo las damas lo acarician.

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José, el francés

Sosegado estaba con sus pensamientos, después de hacer meditaciones en las que repetía una y otra vez: -Om Om Om ... José, el francés. Decide de pronto porque el espejo de su sala vetusta lo seduce, ponerse de cabeza frente a éste. Prueba su musculatura, se sabe atractivo. Respira profundamente, inhala, exhala. Absorto se contempla . Reconoce que puede explotar la belleza de su cuerpo.

Ahora -en este momento- su figura se luce en las vitrinas de Amsterdam y Hamburgo para placer de las féminas que cautivadas, lo aplauden.