JORGE REBOREDO

Después de…



Los problemas, desde el punto de vista de George Berkeley, son: primero, la existencia de los objetos que vemos alrededor nuestro dependen de nuestra percepción, ¿qué es lo que causa esas percepciones en nosotros? Segundo: las cosas siguen existiendo aunque nosotros no las percibamos. ¿Cómo puede ser esto?, se pregunta Berkeley. Para clarificar el concepto del filósofo expongo el siguiente ejemplo: si un árbol es destrozado por el rayo de una tormenta en un bosque desértico y no hay nadie en ese momento, entonces esa explosión no hace ruido.
Zafiro naufraga en mis pensamientos, entendió a la perfección al obispo irlandés y su pertinaz refutación del materialismo.
Me dijo, (le creo), que al morir estamos solos, que el último suspiro y el lamento final, no hacen ruido. Antes de morir, mi viejo amigo me explicaba que las arrugas en la piel, la desalmada vejez, el pelo blanco marfil y el andar cansino, no son causas biológicas. Zafiro, afirmaba que el paso del tiempo no era el culpable del deterioro en el cuerpo. La única razón de envejecer es el dolor; sufrimiento olvidado que juega a las escondidas, se refugia en silencio y ningún órgano inocente lo advierte.
Y ahora sé que las marcas que surcan mi piel, son por las ausencias de los besos de las mujeres que amé. La tirana vejez es por el llanto que no recuerdo al nacer. El viento detiene mi camino, porque mis amigos, ángeles guardaespaldas, ya no me empujan con su aliento. Las mutaciones en mis cabellos, son por la tortura de mis enojos reprimidos.
Sé muy bien que pronto voy a morir. La mirada de los otros ancianos anuncian el final. Vi la muerte en los ojos medrosos de Zafiro. Los viejos nos convertimos en sabios poco antes del fin. Miro cómo los marcos de la ventana forman un cuadro de un sauce llorón. Mi deceso no será por la senectud ni por tantos años inexistentes, mentirosos. No quiero que nadie me vea, y como los perros, busco un lugar sereno para morir. La enfermera no se dará cuenta y el oxígeno confundido llamará a otro paciente. Me gusta el parque del asilo, poder respirar bocanadas de aire y abrazar el árbol que me llora. Y lo abraso porque no estoy tranquilo, tengo miedo.
Al entender el razonamiento de Zafiro, comprender que el dolor me convirtió en un desecho, la lección no termina, el dolor resucita otra vez, es cíclico. Le temo al siguiente cambio, al descuento del segundo asesino. Sé que mi muerte no hará ruido.
¿En qué me convertiré después? En algo peor que simples arrugas, seré un cadáver frío, bendecido por algunas piadosas lágrimas y maquillado para una fiesta sin invitados. Escucharé caer la tierra arriba de mi nuevo caparazón y todo será oscuro. Y en ese instante estaré solo (la carne empobrecida cautivará a los gusanos famélicos. Al saciarse con el manjar, ellos se irán sin escuchar mi segunda muerte, que será el crujir de mis huesos.