HÉCTOR COBAS, MIRAMAR

RESONANCIAS MUSICALES


La vista se me nubló. El impacto del golpe fue terrible. Caí sumergido en una espesa niebla y envuelto en una sensación de caída en un interminable pozo sin fondo, mientras continuaba en mí cerebro un silbante aullido de voces entrecortadas y el ulular incesante de la música que invadía sin interrupción ese tenue espacio de conciencia que me quedaba. ¡Sí, ahora recordaba! Eran los acordes de la banda de sonido del film “La Misión”! Alex la hizo escuchar y la propuso como tema para la próxima reunión del taller literario. La proposición era sugerente y había quedado grabada en mi mente esperando el momento en que me decidiera expresarla en palabras, pero sabiendo que de ninguna manera reflejarían la magnitud sonora de la música que acompañaron al verde intenso de la selva tropical y la evocación de la expulsión de esos monjes que sólo habían querido salvar de la esclavitud a los nativos sojuzgados por una conquista cruel hecha con la espada y con una cruz, símbolo de un dios aliado a la opresión como impulso de un avasallante dominio de poder y de fuerza. La música lo invadía todo, fluctuaba de suaves acordes, a lentas cadencias y mortecinos silencios rodeados en gritos envolventes y discontinuos por una emoción que no terminaba de definirse y complementaban a las imágenes que iban acercándose al horizonte del inconsciente y borrándose lentamente. Pero la música seguía escuchándose y recordaba sutilmente lo que había escrito no hacía mucho tiempo “los demonios que nos controlan no rezan, son dominados por la música que es la esencia de todo el cosmos. A través de ella se conserva el ritmo y el enlace de todas las cosas y nos llevan a la unidad y a la verdad del ser”. Luego todo se fue fundiendo en una nada espesa y angustiosa y el sueño sin imágenes ganó la escena con un largo letargo.