MAGDALENA PIZZIO

mujer mujer

El carruaje se había detenido antes del recodo. Un robusto tronco impedía el paso en el camino y los pasajeros, somnolientos aún, no se percataron del propósito hasta que se abrieron las puertas.
Un gigantesco truhán, al frente de los forajidos, de espesos bigotes y barba oscura, con una pistola en cada mano, los apuntaba. El cochero, acostumbrado a los asaltos se había sometido sin vacilar, pues uno de sus principios elementales era sobrevivir. Entre injurias y lamentos, la pintoresca colección de viajeros, descendió y esperó con ansiedad.
-Las joyas y el dinero- ordenó con agria actitud uno de los bandidos. Pusieron todo en la bolsa que les tendía, entre débiles protestas. Casi escondida, atrás del grupo, la muchacha no tenía más riqueza que su virtud y un anillo con veneno.
El jefe, de un vistazo aprobó el botín, la observó y guiando su escuálido caballo, en una jerga desconocida para los suyos, le dijo:
-¿Es de esperar bella mujer que me hagáis el honor de venir conmigo? por voluntad vuestra y mía y del Señor que os puso en mi camino. Que queridas he tenido; también amantes, pero mujer mujer ninguna- Y mirándola fijamente calló.
Sus ojos se encontraron. Ella lo miró y miró en su dedo el anillo.
Que la fortuna, que las virtudes, el propósito de la vida decente y abnegada, tantas enseñanzas del internado, acumuladas para quebrar el espíritu libre y ahora…
Dio un paso adelante con determinación y mirando con desdén a los atribulados compañeros de aventura, se escuchó decir:
-Que si os bañáis de vez en cuando por mí está bien. ¿Cuánto me toca? Que mujer mujer debe tener fortuna.



**letra en bastardilla con acento castizo.