Carlos Acuña de Venezuela

Instrumento musical de cuerdas percutidas mediante pequeños martillos accionados por unas…


Sigue en la máquina, sigue tecleando sin parar. El eco en la habitación reforma a la espiral, su fondo destruye poco a poco las voces de las niñas en el sótano. Al despertar, los dedos seguían allí. La melodía era una causa amarga y, además, era la presencia que las sombras refieren dentro-fuera de la pequeña distancia numerada por las teclas negras. Yo, no soy el de la máquina, él, sigue dormido. Yo, una tecla blanca.




Alexia


¿Cómo te llamas? Realmente no creo que eso tenga que ver con el asunto que nos mantiene en esta situación. De verdad, ¿cómo te llamas? Al parecer a usted le gusta burlarse de mí, creo que debemos volver a nuestra primera conversación. Lo siento, no recordé que no sabes leer.



Zoc


Era parte de toda la experiencia que nadie podía atribuir, era una batalla sin ritmo aparente. Desde su nicho lo pude ubicar. Esa noche los puntos eran el contraste que los signos prefiguran con los paréntesis que P lleva consigo. No había una condición sencilla. Tras la muerte del astro, cada pedazo de su ser iba en la misma voz que grita desde el interior de la cueva. Nadie me recordó que había que llevar linterna.



Los dos más El conjunto


El tiempo (según los entendidos) es el alzamiento que necesitan los años para aplastarnos paso a paso. Desde acá, dando vueltas, nada es seguro. La pasión nos mantiene igual que a nuestros malditos nombres. Lo peor y tal vez de alguna forma sea la verdad, es que nada es cierto, todo es una invención que no me conmueve un poco. Soy el que da pie al minutero. Los dos, más El conjunto, hacemos que todo haga, tic tac.



Marcus


Desde abrir la cáscara hasta celebrar, era el acto de mayor placer; siempre era él, su mando es una realidad que no se podía poner a prueba. Desde el minuto que todo se rompe, hasta la hermosa circunstancia de encontrar el tesoro y luego llevarlo a la boca, sin duda, era la mejor parte. Siempre me obliga hacerlo. Era su hermosa rutina de las tardes. La burla y la carcajada. Este es otro día, nada a cambiado, mi hermano me ordena comer el maní más pequeño de todos.



Viernes


Iba entre la unión que la misma vida tiene de sinónimo. Iba con las extremidades enredadas. Sin contemplación, desde el inicio, ya estaba muerto. La viscosa sustancia era mi urna. La gota baja lentamente. Se que es posible y ustedes pueden leer, ESTOY ENTRE LA SALIVA DE MI DUEÑO.


Condensación


Lo sabía, desde que ellas me hicieron caer, las imágenes mueren. El viaje era una coalición que el tiempo presume como suyo. Al parecer no tengo dueño y esto, es la culminación del punto. No soy la misma que salio del choque; una a una, fuimos soltadas. Al parecer nadie tiene la culpa. Es parte de nuestro destino. Y si es así, ¿por qué justo ahora, antes de estrellarme contra la superficie de tu ojo, no quiero ser una gota de lluvia?



El punto que liquida la hoja


El vidrio se abre en una pequeña escaramuza que da parte a los ojos que leen; las entrelíneas me obligan a ceder y al bajar por cada tono, la voz de fondo hace el eco que me mantiene en un estado de hibernación momentáneo. Luego de despertar, sigo con la misma hambre del inicio. Que mal que nunca pueda encontrar el final que las siglas marcan, mi único trabajo será, sacar punta y estropear más árboles.



Ella, Nosotros y la lectura


Ella, era la soledad de nombre, se espera que lea todo y Nosotros, los de acá, los que lamentablemente no podemos leer, vamos a estancar nuestros cuerpos en alguna silla cercana. Ella, era la de los libros, se espera que inicie dentro de un rato, los de acá, los que ahora están en las sillas, la vemos escoger uno de sus tantos ejemplares. Ella, juega a dormir, su sueño es con Nosotros, los mismos que acá soñamos con ella.

El libro cerca de su cuerpo se parte, las letras caen y empieza la caminata, una fila de hormigas negras le cruzan el pecho y, lentamente, Nosotros, lo que no podemos leer, vemos como la estrangulan. Las letras hechas insectos, le pasan el cuello y su cara la mastican cómo los hongos de su colmena. Nosotros, despertamos. Ella, reducida a una niña de unos tantos años, no puede leer más que su nombre en la habitación que le han designado, desde hace varios días, en el Hospital Central Psiquiátrico, en el cual, Nosotros, en nuestras sillas, seguimos a la espera de la lectura.



Planta


Al romper el concreto, un momento antes, todo era un pequeño cotiledón que los críticos y sus innumerables caminatas, hacen sobre el set de grabación. El director dice corte y todos aplauden; la actriz principal muere y la sangre llega al orificio fracturado por las raíces; la seriedad del acto bifurca los rayos del sol y presionan a Martín por la comida. Una voz en off sugiere una segunda toma, todos corren a sus posiciones y sin que nadie escuche, la primera figura hace sombra sobre el cemento. Días después, el primer pecíolo se estira sin contemplación tras el silencio mandado por la producción. César viene corriendo y todos, absortos con sus indicaciones, pierden a la denominación dada a todo vegetal.



Suma


Una parte de la expectación era encarnada por la voz del carbón, su tenue extrañeza era una sutil protuberancia nacida para arrancar del silencio, el eco que esconde su centro. Nunca encontré la manera que los números de alguna forma, corrieran desde mi lado crítico hasta la pulpa que se acumula entre mi ácido. En circunstancias alternas, los días sueltan esa entrañable nobleza con que mis manos, desde niño, suman peras y manzanas.



Último Acto


El Tendón se acomoda a su nueva misión, el ajuste ocurre cerca del final del Último Acto. Antes, en el preciso instante en que la mano quiso pensar, los pasos vienen a darle una segunda oportunidad. Una excusa de cierto tipo, recurre a silenciar una pequeña visita de los soplos; el paréntesis que las venas llenan de repente, suprime al órgano motor, el pecho se ensancha y la camisa de estampados vinotinto, sugiere una nueva capacidad de horas. El porcentaje de segmentos y pausas, perfecciona de una vez y para siempre, la clausura que las tablas enganchan sobre los pies de los usuarios y sus asientos. El abecedario incurre en las vía de escape, la puertas están abiertas. Cuando los aplausos inician, el Tendón se sobreexpone a una lluvia de mensajes mandados por el cerebro y de una, aprieta el encendedor de las luces del teatro.



Influjo sintético


Ella me persigue por toda la estancia. Jugamos al gato y al ratón. En un momento me entrego, caigo rendido a sus pies. A-T sigue su plan, yo era un recurso, esa es la parte buena del asunto, sin embargo, las situaciones más exigentes vienen dadas desde la misma iniciación del fin. Nunca he podido escapar, dando golpes por varios flancos, ella me coge entre sus manos, me lleva justo a su boca. Que mal es ser una esfera sintética.



Punks


Me visita el Gamin de apartamento, los tiíllos siguen en sus bolsillos, con él, El Payaso de Hospital, detrás, Wacho y Demen, paralelo a ellos viene DAES, todos, antes del alba. Las metáforas sortean las botellas y cada cigarrillo ríe lentamente sentado en los labios de los nombres ya dichos. Luego de los puntos, nada sigue con la paciencia de siempre, ellos, acumulados dentro, explotan con la canción Hardcore de la radio. Al terminar la repetición de guiones, todos, vuelven a las sus respectivas fotografías.



El juguete


El auto se desplaza de mano en mano seduciendo la superficie hasta chocar con sus partes de un lado y del otro. La peculiar numeración de veces, es la característica única que los kilómetros no afrontan en su mal llamada nevus. El aire se corta con la curvatura del carro; el piso piensa en neutralizar la fricción, afligido y sin nadie a quién acudir, llora por la presión de ser el estruendo que las fisuras encuentran en las raíces de la planta de eucalipto, al fondo y a la izquierda de las cepas que el conjunto compone, dando de comer a las lombrices, ellas, insatisfechas, buscan una buena formula para que las pizcas de tierra no interrumpan el bienestar de los microorganismo, ellos están embelesados con el ir y venir del juguete en las manos de los infantes.



Luisa, La Mujer y La Vecina


Cuando el rumor del último momento llegó a la hora en que cada hongo era bien masticado, la pasión derrumba a las sales que la paz interrumpe dentro y fuera de la olla de presión que la mano de Luisa iba lavando. El agua juega a ser parte del mismo fin, deduciendo que la pesadilla del jabón no era una ruptura inaudita que la llama tenía que escuchar. La Mujer que no era La Vecina, encontró un formula correcta para incorporarse a las partes que la mano lava. Su unión, hace de peso a los ojos de los leyentes y estos a su vez, hacen de fardo a sus mismas manos. Todo ese montón de lastre, es una cualidad inesperada a la hora en que Luisa sirve la cena.

Mientras que la última parte llega al inicio, la primera, come lentamente y la luna acaricia el mango de la olla de presión. La Vecina llama, su voz era como las luciérnagas en la noche muda, su eco dentro de la cocina, parecía aumentar según su tono iba tomando el ritmo que la luz esconde y que yo, desde el teclado, no puedo describir.



Dos Hojas


Una quiere ser la otra y, las dos, ninguna. Una necesita a la otra y, las dos, necesitan ser. Una requiere una inspección y, la otra, necesita el reconocimiento del inicio. La segunda sueña con que la primera es fuego y todos le temen, sin embargo, en el sueño de la segunda, el fuego odia ser fuego y quiere ser aire, acariciar las orillas de las montañas, danzar con los rayos y ser, la mágica iniciación del peligro que corre un globo en medio de la tarde. En el sueño del fuego, el aire no quiere ser el mismo, pretende ser hierba fresca, palpable, con olor, con color, con esa majestuosidad que las cosas pequeñas requieren para ser los detalles inolvidables, que las cosas grandes necesitan en momentos de suma estupidez. Así mismo, la primera hoja, presume que la segunda idealiza y alcanza su centro, lo divide en partículas y lo lanza, al mismo tiempo, fantasea para que de alguna forma, las dos, puedan morir sin que las ramas las obliguen a suicidarse.




Atril y Tornasol



Seguimos entre el mueble, cada vez que nos tocan, nos pasa igual que los signos. Entre un momento y otro, la reacción que la majestuosidad del reflejo quiere, el presunto homicida hace de voz para que todos, incluyéndote, sigan con la apariencia que las líneas quieren llegar a desconocer. En la justificada dispepsia que el gaseoso vomito requiere, todos, incluyéndote, vamos a contar hasta que el universo sea curvo y su circunferencia, se pueda medir con la misma rapidez, que las manos pasan de un lado a otro, en el Atril que la biblioteca sostiene con su Tornasol.




Abuela y su brazo


Encerré el dolor que la sangre derrama. Cerca de la mitad, pude verle y su única prenda era una vuelta cimentada en el encierro que la canción repite en la radio. Seguí en la máquina tratando de enfocar una superpie cerca del final. Al levantar el cristal, el tosco andamiaje óseo, pudo comprometer al hidrogeno y su continuación, no solía respirar muy bien. Al quebrar, el dolor me gritó al oído y justo antes que el alba limpie la punta de la casa, el brazo de mi Abuela se desprende y cae en una llama que va a seguir el camino que las hormigas han marcado. En la máquina, ensimismado con el sonido intenso, que el público de ojos me da, nunca pude ayudar a mi Abuela, el pobre vaso de agua, cayó sin contemplación, sobre la cerámica, muy cerca de sus pies.



Un párrafo


Viví en el tiempo que él mismo desecha. Fui parte de todo lo demás y ustedes los que reaniman a las letras a formar todas las oraciones que tejen estas líneas, son la mentira que yo me he inventado. Así, sin la preocupación de estar cerca del final, la magia revierte cada instante en el mayor momento del día y me liquida.



Rollos de hojas


Regresar era la clave para resucitar. Las sábanas eran las llaves perfectas y nosotros, la hemos conseguido. Al finalizar el último orgasmo la sangre se cuelga y suponemos, que realmente es verdad. No nos hemos detenido y cinco veces marcan el final que los labios requieren. Todo se atora al salir, la irritación se parece a una enfermedad terminal y nosotros, insistimos en que la realidad nos pertenece. Unos segundos luego de abrir los ojos, nosotros, seguimos en el cenicero.



P-1


Era utilizado como un objeto cualquiera. Iba de un lado y de otro, siempre cambiando de estancia. Todas sus partes eran el menos precio que los puntos imprimen en las hojas todos los días. Como objeto, era maltratado y su precaria condición sustituía a la basura. Sus partes eran de las mejores, en esta época ya no tanto. Él sabía de ciencias y de humanidades, podía repetir conceptos exactamente descritos en manuales de las áreas antes mencionadas. Antes de llegar a ser tal cual es, era rígido-imponente, era de gran ayuda para que muchos pudieran vivir. Su base era singular y su extensión majestuosa. Nadie lo utiliza y pasa las horas en el rincón. Nunca lo conocí, estoy en otra facultad y, justo ahora, me doy cuenta, que los pupitres no podemos llorar.



Ellos y Las Casualidades


A esta hora, Las Casualidades entran en la casa. Los errores agrupados en el rincón paralelo a la habitación contigua, tiemblan de miedo. Ellos, casualmente, se han enterado que Las Casualidades vienen a matarlos



Cada una de las partes que nacen…


Truena como los dedos que lo tocan, truena como al final. Era parte de una nueva numeración. Solía verla y de verdad creí que era feliz. Desde mi lugar, antes de partir, la pude observar por última vez, ella, sin duda, no es la misma rama que ayer.