HÉCTOR COBAS, MIRAMAR

LA SOLEDAD

Fue un despertar tal vez no buscado. Caminaba solitario por la playa y de pronto surgió en mí un anhelo de empezar a participar del mundo errante de mis pensamientos. ¡Qué raro era percibirse en ese estado de autoconciencia! Es como si el mundo interior se trastocara y ese barullo de ideas, recuerdos, imágenes, que hasta esos momentos conformaban una parte constitutiva con la propia conciencia, pasaba en un instante a ser el objeto mismo de la contemplación. Era mi mundo y yo en ese mundo. Ese espacio íntimo abierto se constituía a no dudarlo, en un profundo misterio del cual no sólo me permitía vincularme con el mundo circundante, sino también abismarme en mi propia experiencia y ser un punto de mira, donde lo otro era mi propia existencia vivida, reflejada como en una pantalla que llevaba adherida conmigo y que podía hacerla presente en el momento que me lo propusiera. Ese acto consciente me estimuló para ulteriores incursiones en esos estados de conciencia que llevaban a imaginarme la conciencia, como un infinito océano y que en sus profundas aguas navegaban como veleros, pensamientos, algunos concretados en conceptos abstractos, otros involucrados con imágenes y símbolos de cosas y hechos vividos en otros momentos y que se resolvían como recuerdos evocados en este presente con algo de cinematográfico, integrando a la par mi entorno rodeado de un renovado mar ahora real y no imaginado, que se perdía en el horizonte mientras una fina arena se resbalaba como una tenue caricia entre mis manos. En esos instantes de éxtasis me sentí transportado a un mundo del cual era partícipe y al mismo tiempo fantaseado por un yo duplicado en una ilusión pero que no dejaba de tener mi propio sello personal. Luego todo se escurrió repentinamente en un loco frenesí de ruidos que llegaron de un aparato electrónico que trastornó el ambiente. Era lo desigual de ese otro orden no buscado por mí, y que me despojaba de mi cosmos solitario en el cual estaba sumergido y habitando silenciosamente en lo más profundo de mí ser. Y en un instante llegué a comprender que en la soledad las experiencias psíquicas se funden en una totalidad armoniosa y placentera, pero pasan a ser partículas de cenizas que se incineran con el contacto de otros mundos situados en diferentes centros de conciencia disímiles del mío. Seguí caminando pero el punto de vista fue otro.