Susan Urich, Venezuela

Los escritores miran por la ventana.

Voy a sentarme a trabajar, siempre dice. Cuando me asomo a la computadora está mirando fotos de azul nube blanca. Apenas dos líneas, que no justifican la paga del día; se levanta de la silla, mira por la ventana la danza purpúrea de los buitres, la trayectoria de las hojas al caer, ese punto de luz que rebota contra la ventana de un auto rojo, la niña que regresa a casa con el pan, el olor a frío, a muerte, a diente de león dispersándose en el aire, a luz como espada que atraviesa el polvo.

Se sienta al rato, con una media sonrisa, aunque sudando frío ante la hoja en blanco y, cuando ya he descartado la posibilidad de leer algo que me licúe la sangre, cuando estoy a dos pasos de no volver, cae en mis manos una hoja encinta, apenas sonrojada, en la que hizo caber al infinito. No en vano dicen que son los mecanógrafos los que teclean todo el día, y que los escritores, en cambio, tienden a mirar por la ventana.