HÉCTOR COBAS, Miramar, Argentina

DESPERTAR EN LA PLAYA

Despertó en la playa. Ladeó la cabeza de un lado al otro y se encontró solo. El murmullo de las olas llegó a sus oídos y sus ojos miraron la lejanía, contemplando el vacío del horizonte. En un instante tuvo el acertado sentimiento de que había sido abandonado y la experiencia súbita de la soledad absoluta, ante la pérdida de su entorno tan familiar hasta ese momento. El amo de siempre que había jugueteado con él innumerables veces y que tantos mimos le había ofrecido, ya no estaba a su lado; se había ido quien sabe adónde, para no regresar a buscarlo. Esa sensación de desconcierto duró algunos minutos y aunque no estaba en su esencia el contabilizar el tiempo y que tal vez, la naturaleza solamente los había dotado para merodear por el espacio, lo llevó de improviso a la experiencia, de que el sitio en que estaba, de un lugar apacible y placentero, el paisaje se le había tornado arisco, lejos de ser hospitalario y poco favorable en donde arraigarse. Se levantó, miró hacia todos lados y comenzó la ardua tarea de caminar lentamente por una de las calles centrales de la ciudad, que para él era solamente un sendero más y que no tenía un nombre, ni número, y que esa caminata tampoco significaba ahora un paseo como cuando salía a correr con su amo y recordaba el sonido con que lo llamaba y que aparentemente en el lenguaje humano significaba algo, pero que para él no era nada más que el eco de una vaga letanía, al cual respondía con gestos de obediencia y alegría con espectaculares saltos que realizaba, alrededor de piernas conocidas y de aquella mano que sujetaba una correa que terminaba en algo así como una cadena arrollada a su pescuezo. Siguió caminando, observando cada cosa que se interponía en su camino. De pronto se dio cuenta que tenía hambre y sed. ¡Qué fácil resultaba antes el tener esas sensaciones y lo rápido con qué le suministraban esos elementos cuando los necesitaba! ¿Cómo haría ahora? Miró a su alrededor y vio un charco con agua. Al principio dudó pero la sed era muy grande, así que se precipitó rápidamente en el charco, que a él le pareció un oasis y sorbió esa estancada agua con ganas, una y otra vez, hasta saciar la sequedad áspera de su garganta. También y un poco más adelante vio un bulto tirado en la calle, lo rompió y con sorpresa comprobó que contenía comida que alguien había escondido en esa bolsa. Engulló con rapidez esos restos hasta terminarlos. Los humanos dicen, que sólo ellos son capaces de rumiar cosas en su cerebro pero él evidentemente rompía con esa regla. Y se le ocurrió cavilar que aquello que le ocurría ¿no sería acaso el precio que había que pagar por no contar con un dueño que le proporcionara el alimento y cierta protección, a cambio de soportar sus cambios de humor y las quejas que a veces tenía que sufrir y por qué no algún castigo corporal, cuando algo que hacía no estaba dentro de sus planes? Se sintió anímicamente un poco mejor y se alegró de poder ir libremente por donde deseara, sin que lo condicionaran con la cadena y le indicaran con golpes de soga el camino a seguir. También sospechó que surgirían inconvenientes y nuevos peligros y que el mundo que ahora se abría ante sus ojos no sería un lecho de rosas, pero experimentar lo que era ser libre y sin ataduras, era eso lo que en estos momentos importaba. Y ese súbito despertar lo embargó de una inmensa alegría y husmeando ávidamente el sendero, se alejó calle abajo hacia otro destino para él desconocido.

EMILIO REY Rosario, Santa Fé

El rito de Ícaro
Era hora.
La luna realizaba su mejor esfuerzo por brillar más que nunca. El despejado cielo, violeta y ámbar, parecía expectante de la proeza que pronto se realizaría.
Ícaro miró a su padre, que experimentaba en su interior mezclas de ansiedad e incertidumbre. No sabía si su hijo estaba preparado.
—¿Estás seguro de que lo quieres hacer? —había cuestionado Dédalo muchas veces a su muchacho, ensimismado días y noches en su ambicioso proyecto.
-—¡Oh, padre! Estoy tan cerca de alcanzar las estrellas…
Desde la cúspide del dolmen, Ícaro extendió sus brazos hasta sentir sus propios huesos, mientras se desplegaban por primera vez las alas que con tanta emoción y paciencia había desarrollado durante semanas. Respiró profundo como si el aire inhalado lo tornase más ingrávido. Apuntó la mirada hacia la cima de la colina, cuya silueta se erguía a la distancia en la difusa luz de la noche. Era su meta y el joven alado dejó de un salto, su humanidad y alas en manos del vacío.
Dédalo, absorto e inmóvil, podía tan sólo mover sus ojos y seguir con ellos el aleteo frenético de su hijo, que de a ratos brillaba con el reflejo que sobre las alas le regalaba la luna.
Ícaro sentía correr por su sangre el vértigo que tanto había anhelado. Al principio su cuerpo vibraba descontrolado. Luego aprendió a estabilizarse.
Poco a poco empezó a animarse a girar, ascender, a hacer cabriolas. Finalmente, cuando aterrizó sobre la cima de la colina, una lágrima de satisfacción le rodó por su emplumado pecho.
Dédalo, henchido de orgullo, desplegó sus viejas alas y voló al encuentro
de su hijo, quien se había convertido en adulto.

EMILIO REY Rosario, Santa Fé

Nictálope
Desde los techos, desde la noche, todo es más claro y más fresco. Sus sentidos se exaltan y todo comienza, ahora.
Fibrosos los músculos que harán proezas. Una y otra vez, las acrobacias tan difíciles de repetir. Salto tras otro: aquí sobre las tejas, allá por las cornisas... Dueña de la gravedad, se ríe del vértigo. Es algo que ignora.
Un maullido, un llamado que araña el encanto del mero movimiento. Se escuchan otros y otros maullidos.
La noche está llena de ojos que ven lo que yo no veo. En la negra noche bien negra, ella ve mejor que antes, cuando yo la hubiera buscado, quizás, con la mirada. Pero sólo la oigo, o la huelo, o la intuyo. Ya no está donde recién estaba. Allá va, creo...
Más maullidos y pequeños cuerpos que brotan de otros mundos: chimeneas, paredes, canaletas. Espectros peludos de cuatro patas, con potentes miradas en el oscuro sólido de la oscuridad.
Mi mundo está aquí abajo, no es ese. Debajo de las azoteas, donde se acatan las reglas nocturnas del letargo. Allí está mi rincón y me espera. Cuando mañana yo haya descansado, ella se acurrucará recién entonces, en el suave almohadón (querido almohadón) que antes era mío.
Pasos sigilosos, lomos tensos.
Aullidos. Carreras frenéticas. Encuentros, gruñidos, encuentros, alaridos, encuentros, zarpazos. Desgarros de un silencio que no se impone.
Jugar a cazar, acechar y ser acechado. Contraer tendones y luego saltar en saltos imposibles, ensayando incansablemente el acto noctámbulo y felino. El rito ancestral está en marcha.
Yo ya casi duermo, a pesar del ruido y el retumbar sobre mi cabeza de los galopes en miniatura. Estoy acostumbrado a esto, aunque quisiera correr por los techos y callarlos, asustarlos. Ella y los demás saben que no iré, que no podría. Lo que sí haré será ladrarles, de tanto en tanto, entre sueño y sueño; para que recuerden que estoy aquí, debajo de ellos, vigilante.
Sí, eso es lo que haré.

Pascual Marrazzo

En la arena

Escribí en la arena para que se lean, en tus pechos para que se graben y en tus pies para que caminen, todos los te amo que tenía en mis labios.
En la arena blanda que guarda mi mente modelé tu imagen para retenerla y cuando la marea subió amenazante espumé mis manos, las convertí en puntillas para acariciarte.
Los pilares de tu indiferencia fueron escapando detrás de tu puerta, dejando el vacío con ese perfume que atrapó mi cuerpo… Sin poder besarnos.
Muchos días enteros sin poder tocarnos, pude conformarme con unas miradas, mas quiero que sepas, debo confesar, muchos días crueles… Sin poder amarte.

Eduardo Francisco Coiro

Cumpleaños



Ahí va el hombre caminando por su barrio con las manos en los bolsillos. La cabeza en nada o pensando en que se acerca la fecha inexorable de su cumpleaños.
Y no cualquier cumpleaños, sino uno con decimales, el número 50. Camina y camina sin destino fijo, es la terapia del caminante que aplica cuando las cosas lo abruman y estar adentro de su casa lo angustia.
El hombre vive con su madre y el gato en una humilde casa suburbana. A pesar de sus esfuerzos en algunos arreglos de mantenimiento, la casa no esta presentable para festejar allí su cumpleaños.
Su madre actualiza una sensación antigua que el hombre seguramente ha heredado: "mira esos sillones rotos y las paredes sin pintar"
-Somos los pobres de la familia. Se lamenta una y otra vez. Actualiza a sus casi 80 la sensación que vivió en su infancia, sin casa propia, sin padre y con parientes de buen pasar económico. Una desvalorización antigua que se proyecta como una sombra perenne cuando cada ocasión lo demanda.

Así va el hombre remontando sus pensamientos como si escalara montañas. Camina ahora bordeando las paredes del enorme hospital que ocupa un cuadrado de tres manzanas por tres.

Hasta que llega a la puerta y lee el pasacalle tendido por los aires y los afiches pegados por todas partes.
"El 27 de septiembre cumplimos 100 años" "venga a festejar en familia con nosotros esta fecha única para la institución de su barrio"
"con baile de disfraces y música hasta el amanecer" "Entrada: un alimento no perecedero para ser distribuido en los comedores populares". Estaba la lista de conjuntos que amenizaran el baile: y hay los de cumbia, y los de rock, y hasta Los Auténticos Decadentes dijeron que allí estarían.
El hombre se queda ahí parado asombrado, no sabe si reír o llorar:
Justo el día de su cumpleaños 50 el hospital de su barrio cumple 100, dos veces su edad y lo festeja... con música, baile y hasta con disfraces.

El hombre sigue caminando, aunque la idea ya esta germinando en su cabeza.
Es una audacia. El es un hombre mediocre, sin iniciativas, posiblemente sin ilusiones en la vida.
Y festejar su cumpleaños adentro del cumpleaños del hospital e invitar a sus pocos amigos allí "Y que vengan disfrazados" es una audacia suprema, que lo supera.
¿Pero por que no?
Por que no darse un ratito de alegría, confundirse en ese pequeño carnaval de disfraces, sólo avisar a último momento de que esta disfrazado y que quien quiera festejar con él y saludarlo que lo busque allí en ese festejo que no le pertenece, que él tomara como propio por unas horas, casi viendo desde un rinconcito. De última, cuantas historias ajenas que no nos pertenecen nos son arrojadas por la cabeza en el transcurso de una vida. Cuantas frases que no eran para uno fueron escuchadas y dolieron como suele doler la injusticia.

¿Por que no? dice el hombre, que ya camino mas de 20 cuadras y comienza a emprender el regreso a su casa. No lo piensa más. Entra a su casa, prende la computadora y redacta la invitación:

"Queridos amigos, el 27 de septiembre cumplo los cincuenta ( ¿ya tengo que empezar a escribirlo como los sincuenta? )
Pensé un modo original y espero que les guste: ese mismo día una institución barrial cumple 100 años y organiza un baile de disfraces, la entrada es llevar un alimento no perecedero, el lugar queda en la calle Boulevard De La Armonía Nº 1836 entre San Jorge y Querandíes. Temperley Oeste. -Allí mismo hay una playa de estacionamiento- La cosa arranca a las 21.00 hs pero yo estaré a las 22.00 cerca de la entrada, todavía no pensé en el disfraz, confirmen que pueden venir antes del viernes y les cuento cual será mi disfraz -se supone que no me van a reconocer si no les aviso¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

El hombre obedeció por una vez en la vida a la idea que le surgió como primer impulso.
Hacer un festejo , aun sea en un festejo de prestado, que la melancolía le haya permitido este año invitar amigos era de por si un gran paso. Pero esto le planteaba nuevos problemas, como el disfraz debería afrontar en menos de una semana.

También empezó a sentir alguna incomodidad por un detalle que omitió decir en la invitación.

Pues la institución que cumple 100 años el mismo día en que él cumple los 50. Es un Hospital Psiquiátrico.

-Será un día de locos¡¡¡¡.



MAGDALENA PIZZIO

mujer mujer

El carruaje se había detenido antes del recodo. Un robusto tronco impedía el paso en el camino y los pasajeros, somnolientos aún, no se percataron del propósito hasta que se abrieron las puertas.
Un gigantesco truhán, al frente de los forajidos, de espesos bigotes y barba oscura, con una pistola en cada mano, los apuntaba. El cochero, acostumbrado a los asaltos se había sometido sin vacilar, pues uno de sus principios elementales era sobrevivir. Entre injurias y lamentos, la pintoresca colección de viajeros, descendió y esperó con ansiedad.
-Las joyas y el dinero- ordenó con agria actitud uno de los bandidos. Pusieron todo en la bolsa que les tendía, entre débiles protestas. Casi escondida, atrás del grupo, la muchacha no tenía más riqueza que su virtud y un anillo con veneno.
El jefe, de un vistazo aprobó el botín, la observó y guiando su escuálido caballo, en una jerga desconocida para los suyos, le dijo:
-¿Es de esperar bella mujer que me hagáis el honor de venir conmigo? por voluntad vuestra y mía y del Señor que os puso en mi camino. Que queridas he tenido; también amantes, pero mujer mujer ninguna- Y mirándola fijamente calló.
Sus ojos se encontraron. Ella lo miró y miró en su dedo el anillo.
Que la fortuna, que las virtudes, el propósito de la vida decente y abnegada, tantas enseñanzas del internado, acumuladas para quebrar el espíritu libre y ahora…
Dio un paso adelante con determinación y mirando con desdén a los atribulados compañeros de aventura, se escuchó decir:
-Que si os bañáis de vez en cuando por mí está bien. ¿Cuánto me toca? Que mujer mujer debe tener fortuna.



**letra en bastardilla con acento castizo.

SILVIA PAVIA


BOSTEZO DE HIPOPÓTAMO


MAMÁ tomó la peor de las decisiones: me envió a un colegio religioso de monjas de semiclausura. En ese antro, debíamos lidiar con una superiora psicópata, que parecía considerar el género masculino como al mismo diablo.
Mis notas eran muy buenas pero yo no encajaba con las buenas alumnas. Me parecían sosas y  aburridas. En cambio, me identifiqué inmediatamente con las peores.  Nos sentábamos siempre en los últimos bancos y sabotéabamos la clase como podíamos, charlando, haciendo ruido con los bancos,  murmurando con la boca cerrada, fingiendo repentinos accesos de tos  que no lograban  alterar los nervios a toda prueba de nuestra  maestra, sin duda muy preparada para todo tipo de ataques, inclusive el nuclear.

La madre Superiora (en adelante La Monja, como le decíamos entre nosotras) me miraba como un insecto al que quisiera aplastar con el pie, cada vez que se cruzaba conmigo en aquellos corredores oscuros y lóbregos. Yo creía que tenía ciertos poderes, por medio de los cuales sabía cuáles eran mis más recónditos pensamientos y de ahí sus miradas cargadas de rencor y ansias de vengarse.
Una vez no pude reprimir un bostezo fenomenal, mientras ella nos daba una clase acerca del comportamiento correcto de una niña de colegio religioso.
Aunque yo estaba sentada en la última fila, me vio, nada escapaba a su mirada.  Su boca se transformó en una  sola línea, pero hasta para ella debía estar claro que bostezar durante sus discursos no constituía delito alguno. Por lo que me señaló con su  dedo justiciero y bramó, delante de toda la clase:
-         Señorita Peralta!!! Usted bosteza como un hipopótamo!

La cosa se empezó a poner peor cuando entramos en la adolescencia. En un alarde de progresismo, nos daban clases de educación sexual. Que se unían las células masculinas y femeninas, se formaba un huevo y ese huevo se transformaba en un hermoso bebé. Pero la pregunta del millón era cómo hacían las células masculinas para estar allí. Sería por ósmosis? Pasarían a través de la saliva, con un beso? Misterio y respuestas evasivas.  Sobre este punto fundamental, circulaban toda clase de versiones.
Una vez encontré a Andrea, una de mis mejores amigas, saltando sin parar durante el recreo. Le pregunté qué hacía y me respondió, sin dejar de saltar, que su primo le había dado un  beso en la mejilla y estaba segura que había quedado embarazada, por lo que esperaba que el bebé se muriera mientras ella saltaba y nadie se daría cuenta…
Aunque me pareció algo descabellado, no le respondí nada, porque yo sabía menos que ella. 

Finalmente descubrimos en qué consistía el tan mentado “acto” al que todos se referían pero nadie explicaba. Analía, la más fisgona de nuestro grupo,  vio  en un kiosko una revista pornográfica y la compró a escondidas. En ella, además de las consabidas fotos, había una carta escrita por una  chica a su madre, contándole con todo lujo de detalles su noche de bodas. Esa carta circuló por todo el curso, anulando todas las versiones  y fantasías sobre el hecho. A los doce años, fue como si un velo se hubiera corrido, mostrándonos con crudeza la verdad que nos habían ocultado tan tenazmente.  Todas nos prometimos que jamás haríamos algo tan asqueroso, aunque había algunas pioneras (entre las que yo no me encontraba), que comenzaban a sentir una secreta simpatía por un género tan poco agraciado y torpe como el masculino.

Cuando terminamos la secundaria,  el Colegio organizó en el teatro el acto de entrega de diplomas.  Ese día, yo estaba muy feliz, como si saliera de la cárcel, pensando que jamás volvería a ver la escuela ni  La Monja.  Aunque, fiel a mis principios de ignorar su existencia, hubiera deseado terminar el acto e irme sin mirarla siquiera,  mamá me obligó a ponerme en la cola para saludarla. Todas, muy conmovidas, contestaban a sus frases de despedida algo así como “lo mismo me pasa a mi, Madre” . Decidí hacer el gran sacrificio con altura y le dediqué mi mejor sonrisa cuando me tocó el turno, sin dejarme convencer por el barniz de amabilidad que mostraba en presencia de los padres.
-         Peralta! – me dijo con voz que sólo yo podía oír – Espero no volver a verte en mi vida!
Y por primera vez, en tantos años, me sentí feliz de poder decir  lo que decían  las demás!
-         Lo mismo me pasa a mí, Madre – contesté exactamente con la misma entonación que mis compañeras.

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Joan Mateu, España

El minuto

Era relojero, lo mismo que su padre y que su abuelo. Conocía la maquinaria de todo tipo de relojes y su experiencia, acumulada con el paso de los años, le permitía reparar cualquier avería con plenas garantías de éxito.

Estaba efectuando una reparación en un Plumkier Cronos Sportive, cuando vio que caía un minuto sobre la mesa con un "cloc" sordo. Se lo quedó mirando perplejo y sorprendido, pues nunca le había ocurrido algo semejante. Tomó el minuto con las pinzas y lo observó atentamente. Lo midió, lo pesó y le hizo una analítica constatando que se trataba de un minuto sano.

Preocupado al no entender porque un minuto sano salía del reloj, lo guardó delicadamente envuelto en una gamuza, decidiendo que era mejor esperar al día siguiente y, con el minuto descansado, ya vería que había que hacer.

No pasó muy buena noche debido al nerviosismo, así que, más temprano que de costumbre, se sentó delante de su mesa de trabajo y consultó con el minuto el motivo de su acto.

Quedó anonadado al saber que se trataba de una fuga. El minuto huía de un amor imposible con la aguja larga. La minutera le acariciaba cada hora, estando sesenta segundos con él y después le abandonaba. Al cabo de una hora volvía a su lado y se marchaba de nuevo dejándolo solo. Al cabo de tantos años de sufrir ese vaivén, ese "me acerco, pero te abandono", entendió que era un coqueteo y vio que su amor era imposible. Decidió huir en busca de algún reloj digital que le acogiera y no tuviera que sufrir nunca más las veleidades de otra minutera casquivana.

HÉCTOR COBAS, Argentina

EXPERIENCIAS SENSORIALES
El libro La Ciencia de la Lógica de Hegel, se deslizó suavemente sobre el muelle sofá que estaba a su lado. Tenía la vista cansada y sus párpados se cerraron por breves momentos para descansar un poco, luego de haber leído durante varias horas. Se paró y se asomó a una de las ventanas que daban frente a una playa con amarillas arenas cercada por grandes arbustos y que hacía un tiempo constituían su refugio del mundo. Respiró profundamente y trató de relajar su cuerpo todavía tenso de las largas horas que había insumido en la lectura de Hegel. Casi sin proponérselo una mirada sin límites trató de atrapar el mar, que tenía ante sí y que penetraba en su retina en forma de una imagen teñida de intenso azul y espumas aún amarillentas, que capturaban el mortecino sol del atardecer. Ello llamó poderosamente su atención, y su actitud varió, cuando comprobó la modificación que esa experiencia sensorial había provocado en su interior. Y ese fue el comienzo de su despertar, ahora compuesto de imágenes sonoras, de caricias imaginadas en su piel que envolvían las turbulentas aguas de las olas y esa enorme alegría de comprobar que ese instante descubierto en su conciencia estaba poblado de vida, donde danzaban un sinnúmero de sensaciones que como duendes iban devorando los conceptos abstractos de una lógica que trataba de descifrar al mundo, pero que se había olvidado de aquello más inmediato que nos regala la intuición sensible. Y advirtió en un momento la importancia de la luz que permitía ver los contornos sensibles de las cosas y que se adherían a las imágenes para poblar la interioridad de un cuerpo que las atrapaba y resplandecía de goce a sus suaves contactos. A partir de ese instante las observaciones del mundo fueron otras.

Pascual Marrazzo, Río Negro, Argentina

La fuerza de su sonrisa
En la tarde silenciosa de ayer, ella me volvió a mirar y se sonrió. Mi corazón salió de la turbulencia para refugiarse en una dulce emoción. Como una vena que deja de sangrar henchida de cansancio, se me aflojó el goteo del sufrimiento. Un racimo de recuerdos acudió como una brisa sanadora y cicatrizaron las grietas de mis heridas.
Hoy todo parece comenzar de nuevo. Es como si el abismo en el que viajaba me ofreciera un piso donde pararme. El desamparo empalidecido, dejó de estar al acecho y se refugió en la soledad que fue quedando atrás.
Ella me volvió a mirar y se sonrió, provocando el nacimiento de emociones ocultas. Nuevos descubrimientos que no provienen de la razón perforaron la esencia celeste del amor. Entraron con vehemencia íntima, con sabor agridulce bajo un idilio de sabanas e irónicamente me creó un rincón de pensamientos nuevos. No encontré la decepción, sólo nostalgias heridas y pinceladas de sombras.
Nuevamente me miró y se sonrió esgrimiendo dos pulseras de acero sin llaves. Como un fantasma extraviado tratando de no convertirme en un esclavo me descorché la cabeza, quise huir, pero mi cuerpo acalorado se dejó tomar.
Inesperadamente ella me volvió a sonreír. Ahora con sus labios húmedos pegados a mi boca intentamos renacer de una manera más sencilla, con el gusto añejo del roble, sin espuma.

Pascual Marrazzo, Río Negro, Argentina

La Invitación

Él llegó y se sacó los zapatos para caminar libremente por el brillo del piso y las alfombras.
Ella lo invitó a cenar. Y él, mientras esperaba, armó un pájaro con una servilleta de papel.
El pájaro aleteó durante todo el tiempo pero no pudo volar. Apenado, lo guardó en el bolsillo.
Cuando se despidieron, ella le dio el primer beso y los zapatos recibieron unos pies ligeros y borrachos que corrieron al medio de la calle.
El hombre sacó el pájaro del bolsillo y acariciándole las alas lo echó a volar.

Cristina Villanueva


¿A quién le pregunto?

A veces me parece que anduve por la vida con una memoria vaporosa, una gasa para la red de cazarepifanías, agarrándose trocitos de sol oliendo a sol, o besando la roja ebullición de la  Santa Rita en el cielo de mi patio.Cazando con los ojos, o imaginando que lo veía, al  quetzal tan buscado entre lo àrboles altos del parque nacional.Mojada la memoria en la   lluvia que  borda un encaje   para la hoja verde.Ël se acordaría del resto, la precisión de las fechas y los itinerarios..Ahora no  puedo olvidar la llave salvo que quiera dormir a la intemperie.¿Ysi la intemperie fuera esto:no poder compartir los recuerdos ?




Juan Carlos Motta Galé

Mi Alma


Cierto día, desperté desesperado; no sabía si había soñado o si lo vivía realmente.
Era un momento de total incertidumbre.
Lo real, era que había perdido mi Alma…
Me miré al espejo y observé mis acusadoras ojeras, mi pelo revuelto por la desesperación y una sensación de vacío hacía que mi estómago languideciese y no deseara llenarse con ningún alimento. Solo me reclamaba encontrase mi Alma.
Me lo pedían mis temblorosas manos.
Me lo demandaba mi corazón latiendo agitadamente y galopando en su búsqueda.
Comencé entonces hurgando en mi conciencia: No la encontré.
Traté de hallarla entre mis objetos más queridos; mis libros, mis fotos, mis escritos, sin resultado.
Viajé imaginariamente a los lugares que la suerte me deparó conocer, para ver si en alguno de ellos había quedado recalada.
En la bellas playas de Brasil. Tras las nieves chilenas. Perdida,
quizá embelesada por las guarañas paraguayas con sus noches calurosas y estrelladas.
¿En un café de París?¿Vagando por las callejuelas de Roma?
Extasiada tal vez por las coplas andaluzas…
¿No habría quedado tras la cuna de mi nieta, acunando su belleza en la Ciudad de México, luego de mi dolida partida de regreso a esta tierra .?
Fue inútil, mi Alma no se hallaba en ninguno de esos lugares.
Entonces…se iluminó mi Mente y recurrí a mis más recónditos recuerdos.
Y allí estaba, esperando que la fuera a rescatar:
En brazos de mi pasado, jugando con mi niñez.

FEDERICO LAURENZANA

Tribales

Entre figuras y personas caben líneas, rectas o curvas para representar o ser. Se pueden reemplazar la mayoría de las veces porque llegan a ser lo mismo; ser una figura de una persona mediante líneas rectas y curvas, o una persona con las suyas.
No cabrá mencionarte mi perdón cuando pude impedir una batalla entre tribus indias. Vos lo hubieras deseado aunque ya pronto te preguntes el por qué, el motivo de tan bélico desenlace. Y supondrás que pudo haber sido evitado.
Indios guerreros eran aconsejados por un brujo para asediar durante la noche sobre la meseta a los enemigos. Indios guerreros descansaban sobre los prados hasta oír los pasos de tantos hombres sobre ellos asediando durante la última noche que iban a ver.
Cuando todo era polvo, seca tierra sangre aire, nada se diferenciaba.
Entre figuras y personas cabían líneas, rectas o curvas para poder representar ambos bandos. Reemplazaba sus contornos empleando el pincel, haciendo tribales sobre un cuero añejo y próspero. Hacía un retrato de lo que no debía estar sucediendo, ocurriendo sobre el mísero lienzo.
Rectas que se entrechocaban de menor o mayor espesor contra los límites del cuero eran los problemas. Estas líneas debían morir, terminar sin poder escapar de su fatal desenlace, debían hacerse curvas (las menos de las veces). Curvas anudadas junto a la superioridad de los gritos de cuanta victoria se alcanzara, se desanudase prohibiendo la continuación de penurias. Llantos de segmentos, de trazos estirados para no ceder desfallecían cuando el polvo, seca tierra sangre aire, desaparecía.
Donde todo podía ser visto y diferenciado, se veían ambas tribus agonizando junto a los últimos golpes dados para sobrevivir.
Esperanzados no estaban. Ya los pocos que quedaban caían exhaustos mientras me acercaba. Advertía que de lejos mejor los percibía, o al menos de otra forma, por más que esta vez necesitara acercarme. No me sentía ni observado ni esperado, como si no residiera en ese mundo de matanzas, de tanta tinta envenenada. Sentía que hacía mal en aproximarme y oler furia, oler flechas, oler papel.
Nadie ni nada se había alterado mientras volvía a mi tronco, mi silla. La representación era tan exacta que cualquiera podría confundir la realidad con el dibujo, las tribus con los tribales. Hasta yo mismo.
Quieto, quedé admirado entre figuras, entre personas.
Reemplazaba las más de las veces con líneas rectas o curvas a la realidad o a los dibujos, al campo batallado o al cuero que como papel filoso perdurará estableciendo la inmortalidad de cada grito de muerte, de arte plástica.
No cabrá mencionarte mi perdón, es que no sé el motivo.

Nedda González Núñez

Siesta.


Me mimetizo y entrevero con las hojas de revés áspero. El entramado que las sostiene sombrea un contrapiso absurdo, rodeado por la nada. Mi piel se transmuta en savia y palo. No temo a la araña gigantesca que intenta acercarse a mí, tozuda y rápida.
Mis ojos se vuelven amarillos al ver que, del otro lado de la enramada, hay un domador de frac y bigotes retorcidos que hace restallar su látigo. Puedo sentir que de un zarpazo y un mordisco, lo dejaría reducido a un amasijo de carne lacerada y huesos rotos.
Entonces ondulo como la mismísima serpiente del paraíso. Taimada y cruel, atraigo a mis enemigos, y los acerco para dejar que se aniquilen mutuamente.
Después, ya vencidos mis demonios y temores, me lanzo al vacío. La manta extendida bajo el sol y tus brazos, me reciben ilesa.

Fabricio Simeón / Rosario, Santa Fé

Nudo desatavírgenes

Ella quiere otro animal. Uno que le haga menos daño, no como el perro salchicha que se balanceaba sobre su cabeza infinita y la arrojaba después contra cualquier vértice de cualquier pared. Tal vez ni tan doméstico ni tan salvaje, no como el hámster que comía sus crías sobre la madera del ropero nuevo interfiriendo todo pacto onírico.
Un animal es como un hombre desbaratado en la superficie de un no lugar, lo más inapropiado de la especie. La misma imagen acaecida, no saberse animal, no saberse hombre. Un animal es como un hombre que no se sabe.
Algo que difiera del estereotipo en toda supervivencia, lo más apto para su insociable transición. Quiere uno que sea la panacea del eslabón perdido, la efectual lumbre entre el australopithecus y el homo sapiens sapiens. No un conejo sumiso, no un camello sangrando agua por la giba desnuda del desierto corporal. No un gato disperso, no un canario que la despierte en su jaula miedosa.
Todo lo que había conocido era parte de un ecosistema postergado. La lesión medular, su instituto de mutabilidad, el ovillo del inframundo, sus decisiones perdurables en los manuscritos.
Y más que un deseo, parece ser el único movimiento laudable sobre el selvático tablero de humanidades desprovistas de extremos. Como torres sin dirección oblicua llegando al límite, al mismo borde de buda. Desatando la contractura en la nuca, el endurecimiento capital de los codos, una cadena de oración enmudecida. Desea porque carece, quiere porque supone tener. Desea querer o quiere desear. Sólo un animal se desea, se quiere.
Pero no quiere una serpiente desfigurada que optimice el pecado original, no quiere un oso que pueda ser representado como peluche para ubicar sobre la almohada cuando la cama esté hecha. No quiere un mono imitador de desalojos, cansado de producir esquemas incontenibles, harto de ser mono y no animal. No quiere una jirafa de baja estatura que pase por la puerta trasera de la casa sin patio o un elefante blanco trampeado en la esquina donde la intermitencia del semáforo es una constante proclive al último accidente, el que nunca se produjo.
La sumisión del instinto la había provocado hasta entramar la economía de sus dedos, el tacto del vientre, su roce almidonado. Era como querer lo que invade, lo que penetra detrás de las estanterías cuando del otro lado del vidrio sólo las uñas marcan la noción del pulso, lo que no se vuelve a ver.
Ella quiere otro animal. Uno que celebre los aniversarios del pecho como se celebra la muerte de un prócer, que pierda las alianzas del anular como se pierden las voces en la manada, que invierta el mismo tiempo en ella que han invertido las capas para suscitar un plegamiento de cápsulas. Uno que no se escape ni se quede, que no se pinte ni se destiña, que no sude ni se reseque. Uno que salga de la convención del ejemplar y entre al cuello por la nuez.
El leopardo lila irrumpe ahora el pacto de la vigilia. Nada en la textura de sus ojos despacio, acurrucado en las motas de lo invisible. Muerde la guarnición inconsistente de toda sobra, desprecia el silencio. Lame cada úlcera por la hendidura de otro pezón, vuelve a comer, pero ella quiere otro animal.

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Dispersión

"... nunca has visto un robot caminar para atrás, yo tenía otro concepto de vos..."
Luchi Camorra

-me das tu password?
-tengo el núcleo del techo fuera de la contraseña por sí las maquinas del ruido trazan la línea divisoria entre tu oligofrenia y mi taco aguja.
-Sólo quería incursionar tu lado entrañable, el más acongojado, el cursi.
-No entendiste qué eslabón se ha perdido desde el coincidente momento que pasaste junto al inodoro, vomitando el cuarto creciente, hasta este descenso de traqueas.
-Hace frío afuera y no estaría nada mal dormir con alguien.
-Se piensa en él como un electrón acomplejado bajo la estirpe anoréxica del nesquik caliente.
-Que estás leyendo?
-física cuántica, una nueva versión del mundo femenino o mecánica ondulatoria del pecho materno como materia, su dualidad onda-partícula. En definitiva tu percepción puede no ser la mía.
-Y por qué estás trabajando en una barra sirviendo tragos que seguramente no preparas con la misma intensidad con la que mueves las tetas?
-pues porque resulta ilógico resolver la ecuación desde la radiación térmica clásica que emana cualquier objeto en equilibrio, en realidad si se suman las frecuencias que los mismos emiten, todo da infinito, hasta el borde del vaso infectado, mamado en situación electromagnética, lo que está sitiado en el cuerpo del sorbete, lo que pasa de la mirada a la boca.
-Estás resfriada? pareciera que tus fosas nasales se precipitan ante la comunión que indica una respuesta, o será que mis preguntas son inapropiadas.
-Nada de lo que la ley de gravitación universal prescinda estaría fuera de mi, si la nariz y su respuesta fuesen menos unívocas y deterministas, la luz siempre entra, quieras o no siempre entra, un momentum por favor, me llama la encargada.
-Si no te hubieses acariciado tanto el pelo tal vez querría que algo se quede en mi, pero es sólo tu segundo nombre lo que me moviliza, ni siquiera el primero, es exactamente el segundo y lamento haberlo averiguado, me recuerda a una ex y este espejo siempre aparece en mi cuando la noche trasciende y algún nombre de mujer me consume como esta química oscura que está del otro lado de la madera gruesa.
-No te entiendo pero igual debo irme.
-No importa tanto si en definitiva apenas soy un cuerpo negro que absorber toda la energía que hay en mi como un objeto ideal que se superpone al mundo obtuso de las manos en estas palancas desbordantes que apenas palpan lo inevitable como resquicio o ponderación del vacío.
-Está bueno lo que dices! Aquí te dejo mi número.
-Es que no quisiera confundirte, a mi me gusta tu hermano y no tenía dinero para comprar un trago.

Fernando Gonzalez Carey / Gral Roca, Río Negro / ARGENTINA

HISTORIAS REALES DE ROCA

Estos textos no son ficcionales. Son historias mínimas de nuestra ciudad, que tienen ese sabor de la cotidianeidad y no hacen más que reflejar por qué carriles transita la vida, un día cualquiera. Y entonces sonreímos de nuestras limitaciones, del mundo chico en que vivimos.


La anciana distraída


La viejita ingresó sin mayores preámbulos en la óptica, con su bastón y enorme bolsón colgando de sus hombros. Buenos días, saludó, y quedó esperando que la atendieran. Alejandro salió de su cabina y se sorprendió de la jovialidad de la anciana, de sus ojos alegres, así que inmediatamente entró en sintonía con la nueva clienta.
Después de hablar del aire y del Sol, el óptico le preguntó qué la traía por el negocio. Ah, usted busca anteojos de uso permanente para ver de lejos, trajo la receta, muy bien, bueno aquí el médico le propone utilizar anteojos con un aumento importante, vaya mirando el mostrador para ver si encuentra algún armazón en particular, no, señor, no, yo quiero esos anteojos que no se salen y que se ponen dentro del ojo, ah, los lentes que llamamos de contacto, ésos, ésos.
Alejandro sonrió para sus adentros y espió a la anciana. Se la veía muy concentrada, independiente y le llamó la atención que viniera sola. ¿Viene sola, es que no la quieren acompañar? No, sí quieren pero yo no, porque después debo comprar lo que ellos deciden…
La hizo pasar a la sala de pruebas y la invitó a sentarse en el amplio sofá que allí tiene para los clientes. Bueno, cómo es su nombre, Elena, ah, Elena, le voy a explicar, esto tarda un par de días , yo los encargo y cuando llegan le aviso. Mientras tanto vamos controlando los papeles y fijando el precio. No hubo dificultades, Elena lo saludó cordialmente y se fue.
A la semana siguiente allí estaba la abuela, firme con su bastón y sus ojos alegres. Pasó a la sala, se sentó, probó sus nuevos lentes y escuchó atentamente las recomendaciones de Alejandro, quien con infinita paciencia le fue explicando cómo debía utilizarlos, el cuidado que debía tener y le dio precisas indicaciones para el mantenimiento. A todo prestaba atención la anciana.
Alejandro le recomendó especial cuidado por la limpieza diaria y le entregó una cajita de pastillas limpiadoras para eliminar los residuos de las proteínas que solían quedar adheridas en la lente. Debía disolverlas en solución fisiológica y dejarlas actuar toda la noche. Una pastilla es suficiente por vez, abuela, son potentes limpiadoras del material que le entrego. Nada más, y verá cómo mejora notablemente la visión con este procedimiento.
No se haga problemas, le contestó Elena, es muy fácil, cualquier cosa paso por aquí y le pregunto. Dijo esto, tomó su bastón y se encaminó hacia la puerta, contenta y orgullosa, sabedora de que ya no debía ostentar los horribles marcos con los gruesos vidrios que tantos años le cargaban. No desestimó una ojeada veloz al espejo de la óptica y sonrió agradecida.
Cuando ya casi tocaba la vereda, y sosteniendo la puerta, le dijo a Alejandro con la mejor de las inocencias, ah, señor, a las pastillas, ¿cada cuántas horas tengo que tomarlas?


fgcarey@speedy.com.ar
Este testimonio fue escuchado en una óptica local.

******************


El barquero


Me sorprendí cuando me dijo que no. Después, observando el Oeste, donde se calcaban las montañas en el lago, insistí.
- Tenga en cuenta que vengo de lejos y que la noche se arrima...
No dejaba de mirarme, pero por más que indagué sus intenciones en la mínimas marcas de su rostro, sólo encontré la misma negativa, pertinaz. Sin embargo, una fina línea floreció en la comisura de sus labios cuando metí la mano en mi bolsillo y le mostré el vintén oriental. Lo tomó con ceremonia infinita y entonces me ayudó a subir a la barca.
Mientras los remos marcaban el paso de ñires y cohiues que se acomodaban en la orilla, volví a sentir muy cerca de mí, adentro, a los costados y con el alma apretada al mismo pasajero solitario y temeroso que llevaba yo adentro. El barquero persistía en observarme.
- ¿De dónde viene? – me preguntó de repente.
- Pues caminaba por el bosque y me di cuenta bastante tarde de que no tenía tiempo de orillar el lago para regresar a casa.
- Parece asustado.
- Hay algo de eso –respondí sin resistencia.
El barquero tenía un rostro de nadie, pero invitaba a conversar. Hablaba con voz profunda.
- Hay en la vida sensaciones raras, que en el bosque se magnifican- deslicé cuando la proa buscaba la orilla opuesta.
- Es que las sombras de la vida surgen recién al atardecer. Fíjese en el pinar espeso que llega hasta la playa, cómo se abalanza sobre el espejo de agua y lo cubre. De día, es una fortaleza verde, que sostiene el cielo. Vamos construyendo temores en el camino de la vida y cuando éste se angosta, aquéllos recorren el mínimo espacio en loca carrera, mordiendo y acorralando.
Y entonces, mientras el barquero trabajaba su remo, de mi bolsillo fueron saliendo muy despacio las penas y las mentiras, las traiciones y desencantos, las soledades y miserias. Los iba liberando y arrojando al lago, en pequeños envoltorios que prontamente desaparecían. La conversación avanzaba sin miramientos. Hasta que aparecieron los recuerdos El barquero extrajo de la nada una bolsa grande de arpillera y la abrió en silencio, incrustando sus negros ojos en los míos. Resultó inútil resistirse. Allí debían ir las cosas nunca más vistas y queridas del pasado.
- Si Ud. quiere vivir, arrójelas y nunca más pida por ellas- y cerrando la bolsa con la nostalgia que pesaba como jamás imaginé, la tiré al lago. La estela de un pez muy grande se abrió surco desde la quilla de la barca y se alejó tumultuosamente.
Un silencio incómodo se apoderó de mí, pero cuando arribamos sentí el vacío que las penas habían dejado. Me alejé sin volver el rostro, convencido de que nada valió más que ese día.


**********************


Adulador



Una de las tácticas más comunes para obtener lo deseado es adular a quien detenta el poder de satisfacernos. Es una práctica universal que casi siempre tiene buen resultado. También es cierto que hay personas atentas a esta humana inclinación y pueden escapar de los resultados del halago interesado.
Esa mañana Mickey salió decididamente a comprar una camisa que ya había visto en una vidriera céntrica. Siempre que pasaba le echaba una ojeada, y repetidamente se decía ya voy a venir a comprarla…. Hasta que se decidió. Antes de ingresar al negocio, volvió a mirarla y admirarla. Se la imaginó con distintas combinaciones y aprobó su decisión. Una vez adentro, se acercó presurosamente el empleado, lo saludó y no le dio chances a Mickey de rumbear por otros rincones de las ofertas de la casa. No te dejan respirar, se dijo enfadado.
Qué anda buscando, por favor quiero ver esa camisa que está allí, sí, cómo no, ya se la alcanzo, qué día hoy, no, este calor no se va más, aquí tiene, sírvase pasar por el probador. Mickey se la puso, se miró diez veces en el espejo, pero no lo convencía, así que cometió el error de consultar la opinión del vendedor… pero si le queda perfecta la camisa, está hecha para usted, yo días pasados compré una también, pero mire que la veo que me tira un poco de aquí, no, no es eso, le falta un lavado y ya verá usted cómo todo se arregla y se acomoda, llévela con total confianza, quedará como un duque…
A Mickey no lo convencían así nomás, así que pidió ver otras camisas, revolvió la tienda y finalmente encontró lo que deseaba, se la probó frente al espejo y sonrió. Esta es, se dijo, y luego al empleado, ésta me gusta más, creo que me cae mejor, la siento más cómoda. La llevo. Y cuando el vendedor estaba envolviendo la prenda, muy satisfecho por la operación concretada con el cliente, le comentó en voz baja a Mickey como quien no quiere la cosa, hizo una buena compra, porque a decir verdad la otra le quedaba como la mona…

Fernando Gonzalez Carey / Gral Roca, Río Negro / ARGENTINA

HISTORIAS REALES DE ROCA

Estos textos no son ficcionales. Son historias mínimas de nuestra ciudad, que tienen ese sabor de la cotidianeidad y no hacen más que reflejar por qué carriles transita la vida, un día cualquiera. Y entonces sonreímos de nuestras limitaciones, del mundo chico en que vivimos.


La anciana distraída


La viejita ingresó sin mayores preámbulos en la óptica, con su bastón y enorme bolsón colgando de sus hombros. Buenos días, saludó, y quedó esperando que la atendieran. Alejandro salió de su cabina y se sorprendió de la jovialidad de la anciana, de sus ojos alegres, así que inmediatamente entró en sintonía con la nueva clienta.
Después de hablar del aire y del Sol, el óptico le preguntó qué la traía por el negocio. Ah, usted busca anteojos de uso permanente para ver de lejos, trajo la receta, muy bien, bueno aquí el médico le propone utilizar anteojos con un aumento importante, vaya mirando el mostrador para ver si encuentra algún armazón en particular, no, señor, no, yo quiero esos anteojos que no se salen y que se ponen dentro del ojo, ah, los lentes que llamamos de contacto, ésos, ésos.
Alejandro sonrió para sus adentros y espió a la anciana. Se la veía muy concentrada, independiente y le llamó la atención que viniera sola. ¿Viene sola, es que no la quieren acompañar? No, sí quieren pero yo no, porque después debo comprar lo que ellos deciden…
La hizo pasar a la sala de pruebas y la invitó a sentarse en el amplio sofá que allí tiene para los clientes. Bueno, cómo es su nombre, Elena, ah, Elena, le voy a explicar, esto tarda un par de días , yo los encargo y cuando llegan le aviso. Mientras tanto vamos controlando los papeles y fijando el precio. No hubo dificultades, Elena lo saludó cordialmente y se fue.
A la semana siguiente allí estaba la abuela, firme con su bastón y sus ojos alegres. Pasó a la sala, se sentó, probó sus nuevos lentes y escuchó atentamente las recomendaciones de Alejandro, quien con infinita paciencia le fue explicando cómo debía utilizarlos, el cuidado que debía tener y le dio precisas indicaciones para el mantenimiento. A todo prestaba atención la anciana.
Alejandro le recomendó especial cuidado por la limpieza diaria y le entregó una cajita de pastillas limpiadoras para eliminar los residuos de las proteínas que solían quedar adheridas en la lente. Debía disolverlas en solución fisiológica y dejarlas actuar toda la noche. Una pastilla es suficiente por vez, abuela, son potentes limpiadoras del material que le entrego. Nada más, y verá cómo mejora notablemente la visión con este procedimiento.
No se haga problemas, le contestó Elena, es muy fácil, cualquier cosa paso por aquí y le pregunto. Dijo esto, tomó su bastón y se encaminó hacia la puerta, contenta y orgullosa, sabedora de que ya no debía ostentar los horribles marcos con los gruesos vidrios que tantos años le cargaban. No desestimó una ojeada veloz al espejo de la óptica y sonrió agradecida.
Cuando ya casi tocaba la vereda, y sosteniendo la puerta, le dijo a Alejandro con la mejor de las inocencias, ah, señor, a las pastillas, ¿cada cuántas horas tengo que tomarlas?


fgcarey@speedy.com.ar
Este testimonio fue escuchado en una óptica local.

******************


El barquero


Me sorprendí cuando me dijo que no. Después, observando el Oeste, donde se calcaban las montañas en el lago, insistí.
- Tenga en cuenta que vengo de lejos y que la noche se arrima...
No dejaba de mirarme, pero por más que indagué sus intenciones en la mínimas marcas de su rostro, sólo encontré la misma negativa, pertinaz. Sin embargo, una fina línea floreció en la comisura de sus labios cuando metí la mano en mi bolsillo y le mostré el vintén oriental. Lo tomó con ceremonia infinita y entonces me ayudó a subir a la barca.
Mientras los remos marcaban el paso de ñires y cohiues que se acomodaban en la orilla, volví a sentir muy cerca de mí, adentro, a los costados y con el alma apretada al mismo pasajero solitario y temeroso que llevaba yo adentro. El barquero persistía en observarme.
- ¿De dónde viene? – me preguntó de repente.
- Pues caminaba por el bosque y me di cuenta bastante tarde de que no tenía tiempo de orillar el lago para regresar a casa.
- Parece asustado.
- Hay algo de eso –respondí sin resistencia.
El barquero tenía un rostro de nadie, pero invitaba a conversar. Hablaba con voz profunda.
- Hay en la vida sensaciones raras, que en el bosque se magnifican- deslicé cuando la proa buscaba la orilla opuesta.
- Es que las sombras de la vida surgen recién al atardecer. Fíjese en el pinar espeso que llega hasta la playa, cómo se abalanza sobre el espejo de agua y lo cubre. De día, es una fortaleza verde, que sostiene el cielo. Vamos construyendo temores en el camino de la vida y cuando éste se angosta, aquéllos recorren el mínimo espacio en loca carrera, mordiendo y acorralando.
Y entonces, mientras el barquero trabajaba su remo, de mi bolsillo fueron saliendo muy despacio las penas y las mentiras, las traiciones y desencantos, las soledades y miserias. Los iba liberando y arrojando al lago, en pequeños envoltorios que prontamente desaparecían. La conversación avanzaba sin miramientos. Hasta que aparecieron los recuerdos El barquero extrajo de la nada una bolsa grande de arpillera y la abrió en silencio, incrustando sus negros ojos en los míos. Resultó inútil resistirse. Allí debían ir las cosas nunca más vistas y queridas del pasado.
- Si Ud. quiere vivir, arrójelas y nunca más pida por ellas- y cerrando la bolsa con la nostalgia que pesaba como jamás imaginé, la tiré al lago. La estela de un pez muy grande se abrió surco desde la quilla de la barca y se alejó tumultuosamente.
Un silencio incómodo se apoderó de mí, pero cuando arribamos sentí el vacío que las penas habían dejado. Me alejé sin volver el rostro, convencido de que nada valió más que ese día.


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Adulador



Una de las tácticas más comunes para obtener lo deseado es adular a quien detenta el poder de satisfacernos. Es una práctica universal que casi siempre tiene buen resultado. También es cierto que hay personas atentas a esta humana inclinación y pueden escapar de los resultados del halago interesado.
Esa mañana Mickey salió decididamente a comprar una camisa que ya había visto en una vidriera céntrica. Siempre que pasaba le echaba una ojeada, y repetidamente se decía ya voy a venir a comprarla…. Hasta que se decidió. Antes de ingresar al negocio, volvió a mirarla y admirarla. Se la imaginó con distintas combinaciones y aprobó su decisión. Una vez adentro, se acercó presurosamente el empleado, lo saludó y no le dio chances a Mickey de rumbear por otros rincones de las ofertas de la casa. No te dejan respirar, se dijo enfadado.
Qué anda buscando, por favor quiero ver esa camisa que está allí, sí, cómo no, ya se la alcanzo, qué día hoy, no, este calor no se va más, aquí tiene, sírvase pasar por el probador. Mickey se la puso, se miró diez veces en el espejo, pero no lo convencía, así que cometió el error de consultar la opinión del vendedor… pero si le queda perfecta la camisa, está hecha para usted, yo días pasados compré una también, pero mire que la veo que me tira un poco de aquí, no, no es eso, le falta un lavado y ya verá usted cómo todo se arregla y se acomoda, llévela con total confianza, quedará como un duque…
A Mickey no lo convencían así nomás, así que pidió ver otras camisas, revolvió la tienda y finalmente encontró lo que deseaba, se la probó frente al espejo y sonrió. Esta es, se dijo, y luego al empleado, ésta me gusta más, creo que me cae mejor, la siento más cómoda. La llevo. Y cuando el vendedor estaba envolviendo la prenda, muy satisfecho por la operación concretada con el cliente, le comentó en voz baja a Mickey como quien no quiere la cosa, hizo una buena compra, porque a decir verdad la otra le quedaba como la mona…

Fernando de Buenos Aires

Ocaso en Buenos Aires

"Llueve en Buenos Aires. Las imágenes se hacen borrosas a través del cristal y recuerdo días pasados, cuando esa misma lluvia caía sobre nosotros mientras caminábamos por las calles vacías, tomados de la mano, anticipando el ambiente cálido de nuestra habitación y los besos que nos íbamos a dar."
Encendió un cigarrillo y se quedó mirando por la ventana del Bar. A esa hora todavía estaba solitario y oscuro. La gente no empezaría a llegar hasta dentro de algunas horas y eso le daba tiempo para disfrutar de ese momento de tranquilidad y pensar sin interrupciones. El sol caía lentamente sobre la ciudad y las oscuras siluetas de las grúas del puerto se recortaban sobre un cielo anaranjado que con pereza infinita iba dando lugar a la noche. Siempre le había gustado ese momento del día; esa hora en que el suave amarillo de las luces de la calle comenzaba a mezclarse con los últimos vestigios de sol, como si dos realidades muy diferentes compartieran una existencia común. En esas horas él se desprendía del mundo y vivía su propia realidad interna, una realidad paralela hecha de recuerdos, delirios y pensamientos.
Miraba las luces rojas de los autos que se alejaban y pensaba en ella. Siempre lo hacía cuando se acercaba esa hora mágica y el recuerdo volvía a él fresco y nítido, como una flor de primavera. El recuerdo de todas aquellas cosas que tenían que ver con ella. Pensó en todas esas cosas que les quedaron por decirse; en todos esos lugares a dónde iban a ir algún día; en la cantidad de sueños que nunca se hicieron realidad.
Deseó poder volver atrás y tener la oportunidad de hablarle para contarle todo pero había dejado pasar mucho tiempo y ahora era tarde. Ella no le iba a escuchar.
Un viejito esperaba el colectivo en la vereda y recordó la cantidad de veces que ellos habían pasado por ese mismo lugar, tomados de la mano, hablando de cualquier cosa, cuando estaban juntos y el mundo era suyo.
Miles de pensamientos le llenaban la cabeza y una lágrima temerosa quería asomar a sus ojos. Apagó el cigarrillo y se quedó mirando hacia afuera, a la calle atestada de autos y gente. La noche se había adueñado de la ciudad y el paisaje había cambiado. Ya no era esa hora mágica que a él tanto le gustaba.
Era tarde y tenía que irse. El funeral comenzaba a las ocho y debía levantarse temprano.



(Relato publicado en Manos que Cuentan – Editorial Dunken – Abril de 2009)

ADELFA MARTÍN, GUADALAJARA, JALISCO, MEXICO

¡VAYA… TE MATÈ!

Me aferrè a ti, lo se y me siento mal por ello. Lo veo ahora, pero cuanta falta me hacías entonces y como me parecía imposible e intolerable, la sola idea de perderte.

Creo que cuando no somos felices buscamos a quien culpar, antes de mirar hacia adentro de nosotros, de analizar que somos consecuencia de nuestros actos, sentimientos, frustraciones y traumas.

Cada vez que levantabas tu mano hacia mi, yo sabía antes de que asestaras el golpe que iba a perdonarte…otra vez…Me sentía incapaz de negarme a tus lágrimas y ruegos; aunque me ofendían los ramos de flores, las invitaciones a comer, o los vestidos nuevos.

También me molestaba que me golpeabas donde sabias que nadie lo notaría…ni mi familia…y que eras capaz de sonreírles abierta y generosamente, mirándolos a los ojos, sin el menor asomo de arrepentimiento; todo lo contrario, sabiendo que podías reírte para tus adentros por su ignorancia de los hechos.

Ahora que te veo ante mi sin la vida que yo misma te he quitado, tengo tiempo de sentarme tranquilamente a reflexionar, a darme cuenta que si no me hubiera dejado contagiar a tal extremo por tu mente enferma, si hubiera tenido el amor propio y la autoestima suficientes para marcharme o para denunciarte, tu seguramente estarías vivo, yo no iría presa, y nuestros dos hijos no quedarían completamente desamparados.

Pero…si alguien en este momento me preguntara si me arrepiento de lo que hice, le respondería con total certeza y sin que me temblara la voz: NO.

Joan Mateu, España

La Planta Carnívora




Compré una planta carnívora, una Dionaea muscipula, la "atrapamoscas", por su originalidad y colores. Orión, el galgo, cuando la vio sobre la mesita del salón fue inmediatamente a curiosear, pero no le llamó mucho la atención hasta que vio que se comía una mosca. Asombrado levantó las orejas. A la segunda mosca se acercó más con la cola muy tiesa y a la tercera fue decididamente a investigar oliendo a la planta con curiosidad.

Ahora le queda únicamente una cicatriz en el morro y pocas ganas de oler plantas.

Pablo Costa, Argentina

La habitación


Moscas y más moscas. Asco. El olor a carne podrida inunda el cuarto, solo iluminado por una vela. Una puta vela. Miro a los costados y nos veo más que la lúgubre imagen entre penumbras, que le ganan terreno al tibio círculo de luz que emite la derretida imagen de cera negra.

Me acerco agazapado con la carne contraída, convertido en un pollo desplumado del miedo. Llego a la cama, escucho su respiración, aunque las sabanas cubren el cuerpo que se pudre en sus propias heces. Descorrer su la manta sería un golpe muy fuerte a mi valentía, creo que me desmayaría. No me atrevo a levantar las sábanas, que a pesar de la oscuridad muestran mugre.

Escucho el crujido de la pesada puerta, la que dejé entreabierta para ayudar a mi visión a alimentarse de unas gotas más de luz. Al girar veo a un niño, enano, deforme. Me mira con odio. Me reconozco en él. Cierra la puerta bruscamente. Escucho sus pasos, mientras intento reacomodar la vista a la nueva luminosidad.

Un profundo ardor carcome mis pantorrillas, al enfocarme en el suelo encuentro al niño de rodillas agarrado con toda su fuerza a mis piernas. Muerde como un perro rabioso. Veo la sangre viscosa y negra fluir. Me rindo, pienso en dejarme morir devorado por ese monstruo. No soporto más el ardor, un acto reflejo propina una fuerte patada en la mandíbula que atonta al niño. Trato de revisar lo profundo de mi herida.

Escucho un grito desgarrador. Las sábanas se levantan como un fantasma impulsado por un tornado. Un olor repugnante deja ver a un viejo raquítico, desnudo. Se ve sarnoso o leproso. Los ojos llenos de lagañas. Salta sobre mi cabeza. Clava sus largas uñas en mi cráneo. Se ayuda con los dientes. Pareciera que busca devorar mi cerebro. Como no lo logra entierra sus huesudos dedos en mis globos oculares, produciendo un profundo e inesperado dolor. Lo desplazo con una sola mano al salir del estado de sorpresa. Es liviano, frágil. Lo veo tirado en el piso. No se si está muerto. También me reconozco en ese anciano.

La vela está a punto de consumirse. Debo irme de esa habitación porque aun respiran y no soy un asesino. El niño se cuelga de las patas de la mesa, empieza a incorporarse. El viejo respira, pero no tiene mucha reacción. Me acerco a la puerta. Tropiezo y caigo sobre ella. Busco el picaporte entre la ya casi oscuridad de la diminuta llama de la vela.

Se escucha un estruendo cuando logro encontrarlo. La mesa se cae, la vela revive entre las inmundas sábanas. Las llamas invaden la mesa y el colchón. Salgo de la habitación. No me voy enseguida, me quedo escuchando los lamentos de los dos cuerpos que se calcinan lentamente. Me despido. No quiero volver a verlos. Río. Me alejo.

Camino sin mirar atrás, hasta que me detengo en un recuerdo. Giro y veo la casa arder en llamas y me siento satisfecho, ese camino ya no existe. Arde en esa casa. Pero nuevas sombras vendrán, nuevos pasados y nuevos futuros. Pueden ser espantosos, pero hay que eliminarlos antes de que nos devoren.

ANA MARÍA MANCEDA , Argentina

SOLEDAD.



Seguí a mi marido, muchas situaciones confusas me llevaron a extremar los celos.

Ahí, en el medio de la ruta estaba su coche. Bajé, solo se veía el rodar de los coirones empujados por el viento sobre los pastos secos y muy a lo lejos una casa de campo. Paisaje inhóspito, vacío. Entré al auto. Nadie, pero mi cuerpo lo sintió. El perfume a nardos de mi amiga ocupó para siempre cada espacio de mi soledad.

Mariana Spagnuolo

LO NOCTURNO DE LA NOCHE

No fue el hecho en si, tampoco el momento, ni la forma. No fueron sus ojos clavados como dagas en los míos, no, hubo algo más. No fue que era de noche tarde y la desesperación me perseguía entre los pasillos gigantes de la ciudad, ni que el alcohol irrumpía en mis venas con una fuerza inhumana dando vueltas al mundo como si jugara a la ruleta rusa conmigo. No fue tampoco el ardor en mi garganta por estar abriendo la segunda caja de cigarrillos en veinticuatro horas y que su saliva pareciera seda recubriendo mis cuerdas vocales, ni siquiera creo que haya sido el viento helado y cortante de invierno enrojeciendo mi piel. No pudo haber sido, ni por casualidad, la culpa o el miedo de estar haciendo lo que estaba haciendo, ni el retumbe del inconciente resonando en mis tímpanos. No fue eso, no fue en si nada de lo que sucedía, lo que me trastornaba por dentro sin dejar lugar a ningún otro tipo de pensamiento. Fue solo el hecho de sus manos congeladas a la par del viento arrancándome las ganas de cualquier otra cosa. Fue la liberación perfecta sujetada a lo prohibido y lo nunca antes hecho. Fue, quizás, no ver la gente con sus miradas aun más hirientes que la suya. Fue el crepúsculo de lo que nunca había entendido, ni querido entender. Fue en si, la aglomeración perfecta de la suma de las partes, la dosis anterior a la sobredosis, la ráfaga intensa que avecina la catástrofe. Fue la eternidad que se consume en tres segundos.

CARMEN CARRILLO, Veracruz, México

INDECISIÓN

Abrió los ojos y no logró identificar la calle donde se encontraba. Tenía el labio roto y le faltaban al menos tres dientes. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Desde cuándo estaba tirado bajo la sombra de aquel árbol?
Se puso de pie como pudo y se percató de que no llevaba zapatos. En cuestión de segundos comenzó a sentirse un frío paralizante y una lluvia finísima le picoteó el rostro. La calle estaba completamente desierta. Hubiera jurado que el día anterior era primavera. O al menos eso recordaba.
Se miró de nuevo los pies y le sorprendió ver que ya no iba descalzo. Llevaba unas botas de cuero negro. No, al parecer eran de cuero azul. Se sintió agradecido de no sentir más la frialdad del suelo, pero el hecho alimentó su desconcierto.
Se enfiló hacia el final de la calle y dobló la esquina. Por extraño que parezca, al doblar la esquina no encontró nada. Nada de nada. Vacío. Algo parecido a la luz, pero sin volumen ni forma. Ahí lo que había era una blancura desmedida, dolorosa, como la de una hoja de papel perfectamente vacía.
Pensó que estaba volviéndose loco y volvió sobre sus pasos, pero cuando estuvo frente al árbol bajo cuya sobra había despertado, lo encontró sin una sola hoja.
Yo, desde luego, lo miraba desde mi rincón. Aunque no suelo ser compasivo, mirarlo tan aturdido me hizo sentir algo similar a la ternura. De todos modos lo dejé seguir. No es mi deber orientar a nadie.
Tardará un tiempo en darse cuenta de lo que pasa y cuando por fin despierte a la realidad, vivirá lo que los psiquiatras llaman etapa de negación, luego tratará de comprender porqué le pasa esto a él, a él que es tan bueno y no le hace mal a nadie.
Al final, cuando no encuentre a quién echarle la culpa de su desdicha, terminará por aceptar que cuando a uno le ha tocado en suerte ser el personaje de un escritor indeciso, no hay nada que pueda hacerse, sino actuar el papel que le toque y esperar a que ocurra un milagro.

ADELFA MARTÌN / México

RECOMENZAR

Era tarde, tal vez para mí que veía sin esperanza como se acercaba el viernes sin que se hubiera producido la magia que esperaba.

No quería caer en la tristeza; en la morriña por encontrarme sola, lejos de todos y de lo que hasta ese momento había significado algo en mi existencia.

¿Es el amor todo en la vida?, la pregunta aunque hecha en voz baja me hizo sentir pena de mi misma. Seguí caminando, bordeando la Laguna de Cajititlàn, sola a aquèlla hora de la tarde, deseando sentirme en sintonìa con los pescadores que a lo lejos tiraban sus redes sin muchas ilusiones quizás, pero disfrutando su duro trabajo en libertad.

¿No debía ser un poco más comprensiva, más cercana? Siempre habìa presumido diciendo que la tolerancia, como la comprensión y la empatìa, nos acercaban a los seres puros que llamamos irracionales, y ahora estaba contradiciéndome a mi misma al ser tan dura e intransigente con una persona que era tan importante en mi vida.

Al llegar a lo alto de la pequeña colina, desde donde divisaba el idílico paisaje en todo su esplendor, me invadió de pronto una inmensa alegrìa. El viernes era veinticuatro, el día de su cumpleaños. Que mejor momento para que nos sentáramos a conversar, a aclarar las cosas, a hablarnos sin dobleces, con la verdad en la mano.

Antes de retirarme, volví la mirada hacia la laguna, donde comenzaban a reflejarse los colores del atardecer… ¡esos mágicos atardeceres que me habían fascinado desde niña!

Al llegar a casa, me reencontré con el vestido blanco perfectamente colocado al borde de mi cama, como si no hubiera sido usado nunca...y a su lado, el ramo de azahar que olvidé tirar al final de aquèlla ceremonia, que me había hecho tanta ilusión…

Mario Capasso, Buenos Aires

DEL PENSAR Y EL ABRIR

La mujer piensa en el despertador que suena y abre los ojos. Piensa en el sol y abre la ventana. Piensa en la transpiración nocturna y abre la ducha. Piensa en el calor que hace y abre el frasco de perfume. Piensa en el café y abre el tarro. Piensa en un par de tostadas y abre la alacena. Piensa en el agua fresca y abre la heladera. Piensa en las noticias del día y abre el diario. Piensa en un cigarrillo y abre el atado. Piensa en el timbre que ha sonado y abre la puerta. Piensa en el hombre que ha entrado y abre las piernas.

SARA CORDOVA, Ecuador

¿Desde qué sitio escribes? ¿Desde qué sitio escribes? desde la sangre estallándote en las manos, desde qué arteria escribes, desde qué nervio pulsátil, desde qué hueso, desde qué desangre del cuerpo, desde qué hipovolemia, desde qué goteo, desde qué niñez incurable, desde qué estigma.
¿Lo haces desde la llaga de tu costado o desde el abismo de tus ojos?
Perdona la temeridad de la pregunta, pero no es curiosidad, es solamente volcarme en un credo; cómo es la tristeza desde allí, se llama tristeza o de tanto ha mudado el nombre y se ha vuelto innombrable, dolor extenso, dolor ahogado, dolor en todas y en ninguna parte.
¿Desde qué sitio escribes? desde el reptil de veneno del dolor, desde el hematoma negro que te circula durante el insomnio.
Perdona la temeridad de la pregunta, se me ocurre que la única manera de acercarse a ti, es de puntillas o mejor aún de rodillas, a pedirte perdón por ser tan humana, tan de verdad, tan necia, tan solamente viva.
¿Desde dónde escribes? de cara a la muerte, de cara a una visión fantasmal, a tu propia visión fantasmal, niño en cuerpo de hombre, hombre en miedo de niño.
¿Desde dónde escribes, desde qué habitación de trampas, desde qué anaquel de torturas, arrastrándote de sexo por sobre qué piedras?
Perdona por tratar de hallar una explicación para lo divino. Perdóname que camine, que hable, que te pretenda y que no sepa hacerlo en silencio, que a veces olvide que eres sagrado y que solo se te puede hablar desde la intimidad de la plegaria.
Desde dónde escribes, ¿desde qué espejo roto?

Joeblisouto - Perú

Ensueños

algo tenía que decir... estaba lleno de barro por todas partes y seguía lloviendo... traté de caminar cuando sentí la mirada de todo el pueblo. me sentí como un perro a punto de ser atropellado. bajé la mirada y seguí caminando cuando escuché pasos tras de mí... son ellos, pensaba y mis pasos eran mas y mas rápidos... ya estaba por salir del pueblo cuando escuché la voz de una mujer que en vez de hablar, gemía... detuve mis pasos y esperé, esperé un buen rato... ella me alcanzó y me dio un abrazo con todas sus fuerzas y luego me dijo algo que nunca olvidaré: ¡te estuve buscando toda mi vida!... sonreí. toda mi vida estuve solo y ahora se presentaba una mujer que ya me había cogido la mano y miraba hacia adelante, siempre adelante... volví a sonreír y me dejé llevar como su fuera una ola del mar... andamos solos y nos metimos de medio de toda la oscuridad de la noche. no había nadie siguiéndonos. me sentí afortunado. tenía por la primera vez, una mujer que ya empezaba a quitarse la ropa, abrazarme y besarme todo el cuerpo... me dejé ser y tuve una noche hermosa... sin saber como, había dormido toda la noche en un bosque. la mañana estaba a mis pies y los animalillos del bosque se apiñaban sobre una piedra muy grande. quise pararme, coger a la mujer, pero, nada, la mujer había desaparecido, como un sueño... estaba desnudo, con frío y lleno de amor y desconcierto. dónde estarás, pensaba. me vestí y empecé a caminar sin rumbo. llegué a un río y quise lavarme el cuerpo. me quité las ropas y cuando iba a bañarme vi sobre el reflejo del río, el rostro de la mujer... ¿adónde te han llevado?, le pregunté. ella sonrió y dijo que estaba dentro de mí... me toqué el pecho, nada... cerré los ojos y vi una pequeñaa lumbre que oscilaba... ¿es ella?, me preguntaba, pero no, no era ella, era la belleza hecha auna luminosidad... es ella, sentí... abrí los ojos y escuché por todas partes la risa de la mujer en medio del bosque y a la orilla de un río totalmente seco...

Jorge Luis Borges

EL PUÑAL

En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano. Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina. Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre. En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres. A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.

Ricardo Rubio, Buenos Aires

EQUÍVOCO


El ronco Juan se avergonzaba de ser pobre pero no de ser analfabeto. A través del vidrio le llegaban los fantasmas de la calle. “No son míos”, pensaba. Las cosas le pasaban a él pero el mundo era de los otros. Ansiaba las monedas que podrían brindarle la feliz antifaz que los demás tenían repartida en ropa, ruedas, jardines y mujeres con pestañas. Ignoraba la herencia, la cuna, la religión y el desfalco. Nada sabía de tramoyas ni de trueques ni de trampas. Sólo limpiaba el vidrio, átono y atónito, ante el tumulto que llenaba la calle, cuando dio al traste con los trastos y cayó sobre la alfombra costosa. Al escándalo acudió una sonrisa soberbia que lo miró con el desprecio absurdo de la distancia. Él lo vio verlo de ese modo, desde tan lejos, desde tan arriba. El trapo trenzado trepó a la garganta del jefe que, a pesar de sus gravosos gestos, respiraba como todos, gemía como todos y era capaz de expirar como cualquiera. Hundido a la altura de sus deseos echó mano a la ropa del caído, a las llaves de su coche, al reloj de su apariencia y a la tentación brillante de sus monedas. Subió al Audi sintiéndose otro y partió hacia las calles llevado por el disparate de su trastorno. Hundido en la butaca, colgado de la cuerda del nuevo reloj, bebió la copa del consuelo con un estupor heroico parecido al plante de un palomo en celo. Se detuvo en un burdel, faroleó ante la matrona y pagó por la mejor. La madama notó su impronta falaz, el burdo histrionismo inútil, la vana transformación de una máscara por otra más cara, la absurda ocupación de lo inalcanzable; pero las monedas pagaron la fingida simpatía ante el que fingía ser otro. Al rato, Juan salió escurrido, satisfecho, ancho, y regresó al edificio. Trepó la escalera y terminó con el vidrio. Todo se hizo azul al llegar los agentes, ansiosos por ordenar el desorden. Los hombres de ley lo miraron con hambre de justicia, con sed de sangre, con ambiciones de ascenso. Bajó la escalera, soltó el trapo y miró al jefe que aún se restregaba la garganta. Empotrado en la gatera de su destino, al ronco Juan lo único que lo avergonzaba era la pobreza.

Eugenio Mandrini, Buenos Aires

TANGO DEL LOBO

....
Primero faltó a la cita la niña de la caperuza roja.
Después, un eclipse oscureció la luna y debió morderse el aullido.
Por último, la manada lo declaró nada feroz, por esas gotas de soledad que le apagaban los ojos, y fue desalojado del bosque.
Hoy lame zapatos en la ciudad y en invierno busca el abrigo del sol como una abuela.

Jeroh Juan Montilla - Venezuela

EL GORDO



Desde este techo puedo espiar hacia todas partes, sobre todo el batir de las palomas en el campanario, sentir el fuelle de sus pechos. Las hay albas, grises, rojo ceniciento, negras. Nada las espanta, en esa iglesia parece no haber un rincón para el demonio. La vida es un solo relamer, dejar aquí y allá rastros de baba, siempre distanciado de mis alados anhelos gástricos. Maldición. No hay opción, el único modo es cruzar el ancho portón y alcanzar la escalera de la nave central, pero allí esta ese ángel impidiendo que ponga un pie, siempre flamígero, con esa cosa en alto como un palo de escoba. Esta mañana llegó una visita a la casa, al igual que otras veces traen un alboroto por delante, de inmediato me escape y vine al frescor de las tejas; por eso me creen arisco, loco, malagradecido, si supieran que me fastidian sus manoseos, preguntas, bendiciones y recompensas, me dan asco las golosinas. Gordo anda a buscarme esto, lleva a pasear a la beba. Gordo suelta ese libro y barre el corral de las gallinas. ¿Para que lees tanto? Y más necedades. A lo mejor bajo por la noche, después que se marchen con sus mimos a otra parte. Tengo hambre, habrá un poco de sobras, a veces me provoca comerme el rabo, sorprenderlo de una dentellada. A veces cuando me duermo el ángel permite que algún pichón gordo, entero y tibio se desprenda, y allí al pie del Cristo en la Columna, o del lado de afuera, a la pata de los rosales de la Casa Parroquial, el aleteo y el pataleo de la inocencia tiñe mis barbas y colmillos, justifica este instinto alborozado ante cualquier movimiento. Las ganas de saltar en medio del sueño, y de un zarpazo atrapar otra felicidad, lunar, felina y sanguinolenta. Otra vez me dormí y la condenada pesadilla con sus boberías. Dios, ya empezaron a llamarme, no dejan que concluya este párrafo. Cuanto odio el tarrito de leche y ese viejo pisándome la cola o la beba halándome las orejas, seguro que es lo de siempre, el agua de los pericos. Tendré que cerrar el libro y que esta bandada de palomas sigan impúdicas, a salvo.

Ronny Ransenberg - Argentina

PRIMERA VEZ

LA PRIMERA VEZ QUE ME ALEJE DE MI CASA, ME SENTI, COMO UNA DE ESAS
PAGINAS QUE LEIA O VEIA EN LAS PELICULAS DE PIRATAS.
UNA MEZCLA DE DE SANDOKAN O CAPITAN BLOOD, EN UN BUQUE CORSARIO.
LA BOLSA DE LOS MANDADOS, SE HABIA TRANSFORMADO EN UNA BANDERA
NEGRA CON SU CALAVERA, ATRAVESANDO LOS MARES, Y SUS CAÑONES
PARA AFUERA;;HASTA QUE LLEGUE...A LA PANADERIA DE LA ESQUINA DE LA
ESQUINA...FIN DE MI PRIMERA AVENTURA

Héctor Cobas, Miramar

MELODÍA DE SENSACIONES.

Las sensaciones me hunden en la tierra y desbordan en melodías de plenitud de vida!
Vista, tacto, gusto, olfato, oído, se juntan en una armoniosa danza
y me impulsan a relacionarme con el mundo que conforma mi contorno.
La mirada se posa en una rosa y rodea las formas inefables de sus pétalos,
la tomo entre mis palpitantes manos y la acaricio suavemente,
estallando en un cadencioso éxtasis cuando percibo el aroma afable de su perfume,
Y de lo más profundo del misterio del ser escucho el casi imperceptible aullido de un ulular cósmico
Que me dicta signos de un mundo que se ocultaba detrás de una rutina
Dominada de olvidos y de distracciones insensatas.

PORFIRIO MAMANI / PERÚ/ FRANCIA

De: El huerto y el Olvido

Yo no soy otro que yo mismo. No sé si este amanecer me pertenece. Sin cuidado abro la ventana para ver el tiempo que hace afuera. Apenas me siento vivir y continúo, paso a paso hacia donde debe ser posiblemente mi fin o mi destino. Hay un pensamiento que me viene, me posee y me devuelve a la real circunstancia de mis ojos. Palpo mi existencia. La amargura de los días no me cuenta cómo he de saltar, evitar los obstáculos que me esperan. ¿Qué piedra o árbol distinguiré como única señal para encontrarte? Esta sed de tiempo me devora. Estiro mis brazos para alcanzar la rama que me salve y nada. Un día me ausentaré para siempre. Correré hacia los prados, hacia las dunas, hacia los mares. Buscaré el silencio y no lo encontraré. Mirando el alba me perderé en el crepúsculo del tiempo. Me olvidarán las hojas y no me olvidarán las raíces de las hojas. Yo no espero nada, yo no espero a nadie.

Mónica Susawa

LAS MIL Y UNA NOCHES


Regreso al rato, o si no te llamo, o te mando un mail, dices mientras buscas tu ropa y me miras con nerviosismo. Lo que no sabes, amado tonto e inolvidable, es que a partir de ahora tu recuerdo y yo tendremos mil y una noches de lujuria desenfrenada.

Paola Cescón, Argentina

Escoba vieja /

Levanta de manera automática una punta de la alfombra y oculta debajo toda la basura que acumuló. Nota un montículo bastante prominente que podría revelar la mala costumbre. Cuando decide ir a buscar la pala pasa frente a un espejo y descubre otro montículo, también prominente, en su espalda. Olvida la pala. Es demasiado tarde para ciertas limpiezas.

Helios Buira

EL TRASPLANTE *


Había sufrido una miocarditis fulminante.
Lo internaron. En estado grave.
Su única salvación, era un trasplante. Pero el donante, o los donantes, no aparecían.
Los medios masivos de información emprendieron la difusión de la noticia, a la vez que solicitaban la aparición de un donante para salvarle la vida al paciente, que en gravísimo estado, esperaba en un sanatorio el órgano que le permitiera continuar su vida.
Una vida de profesional destacado, que trabajaba todos los días en bien de la comunidad. Claro es, que se advertía que no debería tomarse como motivo discriminatorio para quienes también, como él, esperaban que un donador les permitiese la continuidad de la vida. Él, estaba primero en la lista de altísimo riesgo. Según informan los periodistas a través de los noticieros, son muchas las personas que se encuentran en situación de peligro por su vida y por ello, se realizan campañas para que los ciudadanos tomen conciencia de que donar órganos, salva vidas.
Mientras, él, empeoraba hora tras hora, hasta se llegó a decir que era cuestión de días la posibilidad de salvación, si no aparecía el ansiado donante.
Su esposa, había organizado con un sacerdote amigo de la familia una cadena de oración, pidiéndole a todos los santos que intercedieran ante el Señor para que ese órgano llegase pronto, lo más pronto posible, porque el desenlace final estaba ahí, muy cercano.
Los medios informativos se hicieron eco de la cruzada solidaria, imponiéndole a la noticia cierto dictado conmovedor y los oyentes y televidentes a su vez, comentaban en las calles, en los negocios, en los transportes públicos, que si no aparecía un donante ya, él moriría inexorablemente. Adherían, muchos, a la cadena de invocación. En las iglesias, como también en los templos de distintas religiones, se imploraba por él, para que el donante apareciese pronto. Lo más pronto posible.

Y fue una noche. Desde una provincia lejana, se informó que un órgano partía en un avión privado –un acto solidario de un miembro perteneciente a un Club de Pilotos- con dos médicos que habían participado con el grupo que realizó la ablación para que se pudiese efectuar el ansiado trasplante que ya tenía a casi todo el país en cadena oratoria.
Durante la madrugada él recibió el órgano que, de continuar todo de la manera que se deseaba, le permitiría seguir vivo en el planeta.
Los reporteros esperaban en la puerta del sanatorio para recibir información de cómo se encontraba, de cómo había salido la operación. El Médico Jefe, en una breve e improvisada conferencia de prensa, les comentó que todo había salido bien, sólo que se deberían esperar las horas necesarias para poder hacer un diagnóstico referente a la evolución del paciente, si no había rechazo, cuestiones que la medicina lleva en sí.
Por la mañana, cuando vieron salir a la esposa, luego de una noche de vigilia, los periodistas se abalanzaron micrófono en punta, para hacerle una y mil preguntas acerca de su esposo, de cómo se sentía ella, si estaba feliz, si tenía esperanza y un montón de interrogaciones que suelen hacer los movileros cuando de informar se trata.
Ella agradeció a Dios, a la vez que a la familia del donante. Lágrimas en sus ojos, seguramente de felicidad y también como descarga después de tanto sufrimiento hasta la llegada del órgano bienhechor.
A los pocos días, todo volvió a ser como siempre es en una ciudad cosmopolita, podría decirse, a la normalidad. La vida continúa, las cosas pasan.
Pero una vez que el profesional trasplantado se repuso, comenzó poco a poco a realizar rutinas de rehabilitación, a mejorar día a día, recordando cómo, antes, empeoraba de manera inversamente proporcional.
Al poco tiempo, accedió a que un medio informativo le hiciese un reportaje, queriendo él, contar acerca de su salud, sobre su mejoría y la felicidad que lo embargaba por estar vivo y agregó emocionado: -nuevamente.
Habló de sus días, de sus proyectos, de las ganas que eran una compañía importante sabiendo que había tiempo por venir.
El periodista le preguntó por sus hijos y él dijo que estaban felices, que los veía disfrutar, correr, saltar, jugar sin detenimiento y comentó que para dos niños de 12 y 9 años, era algo muy doloroso y traumático ver al padre en la situación que él había estado.
Y volvió a agradecer a Dios y a la familia del donante.

La noche en que llegó el órgano que salvaría la vida del destacado profesional, en un pueblito pequeño de una provincia argentina, dos niños, en llanto irreparable, le preguntaban a su madre el por qué de la muerte de su padre. La madre, no pudo responderles. Lo hizo una vecina, tratando de mitigar tanto dolor: -Piensen, que el corazón de papá, ahora late en otra persona, como si él estuviese vivo.
Sin consuelo, el mayor de los niños, dijo: -¿Y tenía que morir papá, para que otro viva?

* Tomado de un hecho real.

MONICA LOPEZ BORDÓN, España

EL TRIANGULO DE LA AVENTURA
Vuelvo a sentarme en mi mesa de escribir. En este refugio de madera, con la espalda erguida, con algo de pesadumbre y tristeza en los hombros callados que siempre usé como escudo, como defensa en la distancia y en la cercanía.
Mis manos se escurren por el lomo de un lápiz de colores en los costados y por esta hoja.; por esas pequeñas cosas que en algún momento duelen hasta la entraña.
En esta pléyade de pensamientos asimétricos aparece el diamante en forma de historia: una piedra preciosa, en bruto.
Me desahogo equivocando el orden de las letras: primero la hache y después la “a”. Estornudo. Abrocho la cremallera de la chaqueta y me deslizo. Uno tres aristas invertidas en el orden. Me invento un trapecio. Me olvido de qué dirán cuando lean mis versos. En la aventura se atisba el fulgor de una luz en el cielo, varias estrellas entrelazadas y nuestros cuerpos gozando en paraíso de nadie.




EL ÚLTIMO BAILE
Dijo que se iba. Que esta vez se marchaba a conquistar sus sueños.
Hicieron de aquellos días algo tan inolvidable que el tiempo, les permitía todo: un abrazo lunar y unas manos contorsionadas en el delirio de verse, de estar junto a la orilla del mar viendo, cómo sus pies, de pronto, eran blancos.
Pensaron en pretérito imperfecto una despedida dulce, bella como sus mejillas sonrosadas. Se echaron sobre los hombros el tul de la despedida abierta como flores de primavera. Lloraban mientras el amarillo amanecer se escurría ante sus ojos. Lloraban su último baile al compás deshojado de unas risas. En el margen derecho de la hoja pintaron un corazón. Quisieron escribir de su amor un sol y el cielo azul. Arrancaron un beso, una estrella y bailaron, entre luces, hasta el crepúsculo del adiós.




MI CASA ESTÁ EN EL SUR
Bésame el alma partida, te digo, mientras intento descifrar un pasado aislado y devorado en la herida del vacío. Bordes abiertos sin nombre en las orillas desorbitadas del deseo. Lo inolvidable me hace esperarte cuando te alejas y tu silueta se va desdibujando en el espacio. Balbuceando busco la palabra aguda en un sueño de multitudes. Pienso que quizás mi casa está en el sur como podría estar en el norte o en océano de cualquier punto cardinal del mapa. Deletreo sílabas al viento y los mitos me llevan a Grecia. Busco mi casa en el vértice discontinuo del trapecio, veo a Homero y a Ulises inventando alguna morada.

Dardo Sebastián Dorronzoro

Declaración Jurada

No es solamente la luna ni el rocío ni la luz celeste de los pájaros, puede también ser una alpargata vieja, toda agujereada., toda casi muerta después de andar fábricas, andamios o duros y calientes caminos de noviembre. No, no necesariamente todo lo poético debe ser bello.
Yo he visto horribles chicos grises como la tierra y comiendo tierra. Yo los he visto ahí, con sus andrajos y su mugre, reptando, y los he tocado, acariciado su piel y convertido en ángeles, en mariposas, en viento de septiembre. Porque todo antes de ser poesía debe pasar por mi corazón, darlo vuelta con el grito para arriba, colocarlo para el alba, cara al cielo. Todo debe pasar por mi sangre, por mis huesos, por mi respiración, por el corazón de mi sangre.
Pues yo soy un poeta que ama a los que no tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los que a veces sonríen, a los que a veces sueñan, a los que a veces les crece un fusil en las manos y salen a morir por la vida.
En suma: yo he sido, soy y seré un poeta revolucionario.
Sobre mi tumba verán florecer un puño.