EMILIO REY Rosario, Santa Fé

Nictálope
Desde los techos, desde la noche, todo es más claro y más fresco. Sus sentidos se exaltan y todo comienza, ahora.
Fibrosos los músculos que harán proezas. Una y otra vez, las acrobacias tan difíciles de repetir. Salto tras otro: aquí sobre las tejas, allá por las cornisas... Dueña de la gravedad, se ríe del vértigo. Es algo que ignora.
Un maullido, un llamado que araña el encanto del mero movimiento. Se escuchan otros y otros maullidos.
La noche está llena de ojos que ven lo que yo no veo. En la negra noche bien negra, ella ve mejor que antes, cuando yo la hubiera buscado, quizás, con la mirada. Pero sólo la oigo, o la huelo, o la intuyo. Ya no está donde recién estaba. Allá va, creo...
Más maullidos y pequeños cuerpos que brotan de otros mundos: chimeneas, paredes, canaletas. Espectros peludos de cuatro patas, con potentes miradas en el oscuro sólido de la oscuridad.
Mi mundo está aquí abajo, no es ese. Debajo de las azoteas, donde se acatan las reglas nocturnas del letargo. Allí está mi rincón y me espera. Cuando mañana yo haya descansado, ella se acurrucará recién entonces, en el suave almohadón (querido almohadón) que antes era mío.
Pasos sigilosos, lomos tensos.
Aullidos. Carreras frenéticas. Encuentros, gruñidos, encuentros, alaridos, encuentros, zarpazos. Desgarros de un silencio que no se impone.
Jugar a cazar, acechar y ser acechado. Contraer tendones y luego saltar en saltos imposibles, ensayando incansablemente el acto noctámbulo y felino. El rito ancestral está en marcha.
Yo ya casi duermo, a pesar del ruido y el retumbar sobre mi cabeza de los galopes en miniatura. Estoy acostumbrado a esto, aunque quisiera correr por los techos y callarlos, asustarlos. Ella y los demás saben que no iré, que no podría. Lo que sí haré será ladrarles, de tanto en tanto, entre sueño y sueño; para que recuerden que estoy aquí, debajo de ellos, vigilante.
Sí, eso es lo que haré.