LO NOCTURNO DE LA NOCHE
No fue el hecho en si, tampoco el momento, ni la forma. No fueron sus ojos clavados como dagas en los míos, no, hubo algo más. No fue que era de noche tarde y la desesperación me perseguía entre los pasillos gigantes de la ciudad, ni que el alcohol irrumpía en mis venas con una fuerza inhumana dando vueltas al mundo como si jugara a la ruleta rusa conmigo. No fue tampoco el ardor en mi garganta por estar abriendo la segunda caja de cigarrillos en veinticuatro horas y que su saliva pareciera seda recubriendo mis cuerdas vocales, ni siquiera creo que haya sido el viento helado y cortante de invierno enrojeciendo mi piel. No pudo haber sido, ni por casualidad, la culpa o el miedo de estar haciendo lo que estaba haciendo, ni el retumbe del inconciente resonando en mis tímpanos. No fue eso, no fue en si nada de lo que sucedía, lo que me trastornaba por dentro sin dejar lugar a ningún otro tipo de pensamiento. Fue solo el hecho de sus manos congeladas a la par del viento arrancándome las ganas de cualquier otra cosa. Fue la liberación perfecta sujetada a lo prohibido y lo nunca antes hecho. Fue, quizás, no ver la gente con sus miradas aun más hirientes que la suya. Fue el crepúsculo de lo que nunca había entendido, ni querido entender. Fue en si, la aglomeración perfecta de la suma de las partes, la dosis anterior a la sobredosis, la ráfaga intensa que avecina la catástrofe. Fue la eternidad que se consume en tres segundos.