Bife, Tomate, Lechuga y Francisco
Francisco acaba de ofrecer al mundo su cerebro en plena y auténtica autodestrucción. Ese mismo cerebro, otrora analista durante horas de las letras de La Máquina de hacer Pájaros, ahora no comprende la razón exacta del por qué el bife suele ser acompañado por lechuga y, en épocas de primavera, tomate. Jura y perjura que no lo entiende. Hace unos diez años atrás hubiese dicho que eso es un “mero convencionalismo cultural más que gastronómico”. En la actualidad observa durante docenas de minutos cada pedazo de bife, tomate y cada hojita de lechuga intentando comprobar y/o descubrir:
Primero: La similitud del color del tomate con los labios de la tía Alma durante la celebración del Corpus Cristi y la parcial semejanza de la textura de la lechuga con el cuello de la tortuga Juanita y la abuela Delia.
Segundo: la posibilidad de que ese bife haya sido parte de una vaca ya harta de la vida del campo, deseosa de ir a la ciudad, al menos un par de días a la Sociedad Rural o de una vaca depresiva ansiosa por finalizar su padecer de sellos ardientes y compañeras estúpidas y sumisas.
Tercero: la exacta relación de la unión bife-tomate-lechuga con la unión De la Rúa-Álvarez-pueblo.
Cuarto: eldramaineludibledepensaryhablartodorápidoydemanerainentendiblecomomuchasfrasesdeaquellibroescritoporelirlandésescritorydueñodeuncinedeDublin.
De repente, y sin aviso, el análisis de Francisco es interrumpido por un auxiliar de enfermería que dice solemnemente:
-¡Vos siempre boludeando en vez de comer!, ¡dame eso!, ¡por gil no vas a comer hasta mañana!
Francisco vuelve al patio y mira preocupado y ansioso como el camión del proveedor trae varios kilos de lechuga, tomate y carne para los almuerzos y cenas venideras.