El hombre abrió su cuaderno y volvió a ver al renglón vacío que lo esperaba con su típica actitud arrogante.
Se miraron. Se midieron uno al otro.
El hombre odió al renglón por su mutismo y lo cambió por un cursor titilante.
Se midieron. Se ignoraron uno al otro.
El cursor se aburrió y todo se volvió negro. Las ventanas comenzaron a volar en el vacío y el hombre las envidió porque podían volar.
Pero ellas también lo ignoraron.
El hombre, indignado, buscó su cuaderno, lo llenó de miradas y de envidia y asesinó al renglón vacío clavándole en el pecho una ventana.