MADRUGADA TANGO
Son las cuatro de la mañana.
El tabletear del teclado, una copa de cristal de Bohemia rebosante de un cabernet franc de 10 años y un sahumerio de patchouli hindú (que resulta culto propicio a las deidades que moran en las madrugadas insomnes) lo acompañan en su irredenta soledad. La banda de sonido la provee la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, haciendo en el Teatro Colón una versión de "Ojos Negros".
Y quizás sea el vino, quizás el aroma intercesor; tal vez sea la triste historia de amor en la que se ocupa, tal vez sea el melancólico llanto del bandoneón con el violín; pero de repente se encuentra asaltado por la silente presencia de su rostro. Y con los dedos índices oficiando de improvisados títeres, se pone a dibujar sobre el escritorio coreografías plagadas de sensuales cortes y quebradas, mientras se imagina su rostro perlado por el esfuerzo de sacarle viruta al piso. Un poco más y se pregunta cómo será el sabor de sus labios. Otro poco y las gotitas de sudor resbalan ya por las laderas de su cuello, anticipando el éxtasis de una cabalgata conmemorativa de la danza nocturna.
La libertad es deseo en acción, por eso la inesperada alucinación le recuerda su oprobiosa vida de celda. Y entonces sus manos se convierten en pájaros extraviados, desertores del presente, soñadores del mañana que no llega. Y se da en añorar el hueco de su grácil espalda ondulando al ritmo de un tango por madrugada.