Al borde de la palabra
Para Patricia Ortiz y Liliana Varela
Nada queda de entonces. Sólo un descolorido recuerdo; una niebla lejana hecha de lágrimas rotas y de sedas ajadas. Nada, más que el silencio. Un silencio vacío, sin rostro, sin esperanzas.
Y una noche hablaste con las musas para ahogarlas en lágrimas, para filtrar esa herida sobre el tamiz de tu alma. Te despeñaron el sueño, te desnudaron con rabia, y finalmente te hirieron. ¡Malditas musas sin alma!
Arropadas de veneno, como serpientes aladas, se arrojaron sobre el velo triste, de tu prosa helada, y diezmando tu entereza provocaron con su magia hasta que escupiste versos de tinta ceniza y malva.
-¿qué pude hacer con mi vida?- preguntaste a la mañana. Y ella sonrió diciendo: deja que el alba se vaya, deja que los malos sueños que atormentan tus entrañas, se desvanezcan y mueran, deja que la luz renazca.
Y cambiaste esa cuchilla, terriblemente afilada, por el papel y la pluma al borde de la palabra. Y diste paz a tu vida: ¡Viviste!, como esperaba, para inundar con tus versos los campos y las montañas; para embellecer el mundo, para romper la baraja…y cada noche que vuelven las musas envenenadas, sonríes, y dulcemente, poco a poco las engañas. Les cantas nanas que duermen y dibujas en palabras…porque los poetas mueren… y nacen de nuevo al alba.