Hoy me he despertado temprano y llovía. Me gusta ver llover tras los cristales y seguir las gotas con los dedos como sigues las lágrimas en un rostro querido. Pero esta mañana no me he acercado a la ventana, he dado media vuelta en la cama y he cerrado los ojos para oír a la lluvia caer.
Estoy sola, aún es muy temprano, el sueño aprisiona mis ojos, invade mi cuerpo. No quiero dormir, me asusta que la lluvia se detenga, no volver a oír su repiqueteo en los cristales, no verla deslizarse perezosamente, con la misma desgana que me estiro debajo de las sábanas antes de incorporarme para iniciar el rito acostumbrado. Primero a la cocina, a preparar el café bien cargado que me permita empezar a funcionar, mientras se calienta, al baño a lavarme los dientes, a mojarme la cara frente a ese espejo que se empeña en regalarme cada día una nueva arruga. Hoy no estoy para hacerle caso.
Llueve, es una lluvia suave, melancólica, que me trae recuerdos… no, que me regala sueños. Sueños de otros días lluviosos no vividos; de paseos compartidos mojándome, mojándonos; de chapoteos en los charcos y de risas, y de caras extrañadas de la gente que pasa a nuestro lado, y más risas. Esta pertinaz lluvia quiere traer nostálgicos recuerdos, quiere asentar en mí la melancolía de los tiempos pasados sin darse cuenta que el pasado no existe. Cojo el tazón humeante de café y voy de nuevo hacia el baño, pasando por delante del despacho. Sin quererlo miro el escritorio, el libro que quedó anoche abierto, el cuadernillo con las anotaciones, los bolígrafos de colores con los que garabateo según leo, el portatil… el portatil. Y otra vez viene a mi cabeza la conversación de anoche, y la despedida de esas que no me gustan y que por eso nunca haces pero que fue tan triste como si estuviese escrita, y tu canción, aquella que nunca te dejo terminar “All my bags are packed, I'm ready to go I'm standing here outside your door I hate to wake you up to say goodbye. So kiss me and smile for me, tell me that you'll wait for me, hold me like you'll never let me go. I'm leavin' on a jet plane, I don't know when I'll be back again. Oh, babe, I hate to go.” Y para qué voy a encender el ordenador, seguiré estando sola, y le doy al botón sin pensar, y sigo tocando las teclas mecánicamente porque aún no me he tomado el café que se está enfriando en una esquina de la mesa. Y los mensajes saltan a la pantalla, breves, noctámbulos, casi desde la escalerilla de ese avión que te aleja de mí.
Llueve, y las gotas resbalan plácidamente por el cristal como si fueran lágrimas de alegría en un rostro amado, y no las seco, las sigo con los dedos. Y apuro el café que se ha quedado frío. Y me dirijo al baño a encararme al espejo que me regala una nueva arruga. Y le acepto el regalo agradecida porque es un nuevo signo de vida. Y dibujo esas marcas con los dedos como si fueran surcos dejados por esa lluvia que no me trae recuerdos del pasado. Porque el ayer no existe simplemente porque no estabas tú.
Estoy sola, aún es muy temprano, el sueño aprisiona mis ojos, invade mi cuerpo. No quiero dormir, me asusta que la lluvia se detenga, no volver a oír su repiqueteo en los cristales, no verla deslizarse perezosamente, con la misma desgana que me estiro debajo de las sábanas antes de incorporarme para iniciar el rito acostumbrado. Primero a la cocina, a preparar el café bien cargado que me permita empezar a funcionar, mientras se calienta, al baño a lavarme los dientes, a mojarme la cara frente a ese espejo que se empeña en regalarme cada día una nueva arruga. Hoy no estoy para hacerle caso.
Llueve, es una lluvia suave, melancólica, que me trae recuerdos… no, que me regala sueños. Sueños de otros días lluviosos no vividos; de paseos compartidos mojándome, mojándonos; de chapoteos en los charcos y de risas, y de caras extrañadas de la gente que pasa a nuestro lado, y más risas. Esta pertinaz lluvia quiere traer nostálgicos recuerdos, quiere asentar en mí la melancolía de los tiempos pasados sin darse cuenta que el pasado no existe. Cojo el tazón humeante de café y voy de nuevo hacia el baño, pasando por delante del despacho. Sin quererlo miro el escritorio, el libro que quedó anoche abierto, el cuadernillo con las anotaciones, los bolígrafos de colores con los que garabateo según leo, el portatil… el portatil. Y otra vez viene a mi cabeza la conversación de anoche, y la despedida de esas que no me gustan y que por eso nunca haces pero que fue tan triste como si estuviese escrita, y tu canción, aquella que nunca te dejo terminar “All my bags are packed, I'm ready to go I'm standing here outside your door I hate to wake you up to say goodbye. So kiss me and smile for me, tell me that you'll wait for me, hold me like you'll never let me go. I'm leavin' on a jet plane, I don't know when I'll be back again. Oh, babe, I hate to go.” Y para qué voy a encender el ordenador, seguiré estando sola, y le doy al botón sin pensar, y sigo tocando las teclas mecánicamente porque aún no me he tomado el café que se está enfriando en una esquina de la mesa. Y los mensajes saltan a la pantalla, breves, noctámbulos, casi desde la escalerilla de ese avión que te aleja de mí.
Llueve, y las gotas resbalan plácidamente por el cristal como si fueran lágrimas de alegría en un rostro amado, y no las seco, las sigo con los dedos. Y apuro el café que se ha quedado frío. Y me dirijo al baño a encararme al espejo que me regala una nueva arruga. Y le acepto el regalo agradecida porque es un nuevo signo de vida. Y dibujo esas marcas con los dedos como si fueran surcos dejados por esa lluvia que no me trae recuerdos del pasado. Porque el ayer no existe simplemente porque no estabas tú.