Al unicornio de humo lo hicimos con las manos. Una vez que el abuelo empezó a hacer anillos con su habano, los tres tomamos por asalto esas densas nubes de juguete y armamos al unicornio según la imagen que nos hicimos de él a través de los cuentos de la abuela. El resultado fue un extraño trozo de humo que ningún bestiario en sus cabales hubiera admitido. Era el animal más humano del mundo. Se parecía a un pez con la cara de mi madre pero nada que ver.