Iba, como siempre, ausente; pero el roce burdo de una piel en la mía me raptó del desenlace que ya soñaba feliz.
Eran diez mil arrugas en mi mano, eran cinco antiguos dedos, era una mano vieja que en mi mano joven se apoyaba.
La mano vieja y palpitante suplicaba de la mía vida que perdía.
Yo,receloso, aparté la mano y aquel cuerpo que sujetaba la mano comenzó a temblar hasta que cayó sin fuerza, como una mancha, sobre el asfalto negro.
Miré al monstruo que yacía y cargado de ira, loco, pisoteé unay otra vez sobre el asfalto negro aquella mancha vuelta negra.
Diréis: ¿fue un crimen? No, mis queridos hermanos.
Fue un suicidio.