Estaba, como acostumbraba, mascullando mi resentimiento, ese que nació conmigo cuando me parieron. Me avisaron que morirías pronto y necesitabas pedirme perdón. Un destello de sonrisa triunfal cruzó mi rostro, esperé toda mi vida ese momento. Entré a tu habitación, vivías tan pobremente que me sorprendió. Siempre dijeron que eras rico y poderoso, mi odio se reavivó. Ahora que te tenía a mi merced tendrías que escuchar, cada palabra de mi discurso largamente meditado, te escupiría al rostro: el odio que recibí, la carencia de amor de madre, la envidia a mis hermanos cuando ella los acariciaba, te pasaría la cuenta de toda mi vida amargada de hija desamada e indeseada. A ella no la culpo, ¡pobrecita! bastante hizo con no abortarme y criarme a los catorce años, siendo yo la hija de un violador. Miré hacia tu cama, no vi a un hombre poderoso sino un bulto de huesos envuelto en pellejo, encogido por el dolor. Desestructurada e incapaz de insultar a un ser humano con esa implorante suplica de perdón, en las pupilas acuosas, atiné a preguntar. ―¿Le duele algo? Me respondiste con voz temblorosa.―La conciencia hija, me duele la conciencia.
Loreto Silva, Chile
Estaba, como acostumbraba, mascullando mi resentimiento, ese que nació conmigo cuando me parieron. Me avisaron que morirías pronto y necesitabas pedirme perdón. Un destello de sonrisa triunfal cruzó mi rostro, esperé toda mi vida ese momento. Entré a tu habitación, vivías tan pobremente que me sorprendió. Siempre dijeron que eras rico y poderoso, mi odio se reavivó. Ahora que te tenía a mi merced tendrías que escuchar, cada palabra de mi discurso largamente meditado, te escupiría al rostro: el odio que recibí, la carencia de amor de madre, la envidia a mis hermanos cuando ella los acariciaba, te pasaría la cuenta de toda mi vida amargada de hija desamada e indeseada. A ella no la culpo, ¡pobrecita! bastante hizo con no abortarme y criarme a los catorce años, siendo yo la hija de un violador. Miré hacia tu cama, no vi a un hombre poderoso sino un bulto de huesos envuelto en pellejo, encogido por el dolor. Desestructurada e incapaz de insultar a un ser humano con esa implorante suplica de perdón, en las pupilas acuosas, atiné a preguntar. ―¿Le duele algo? Me respondiste con voz temblorosa.―La conciencia hija, me duele la conciencia.