Colecciona literatura fractal, siempre ha sido un poco excéntrico. Pesca lagartijas por el rabo para que se muerdan la cola. Le gustan los textos que contienen referencias al propio texto, que se miran el ombligo. Textos autorreferenciales, espejos que multiplican las imágenes. Le gusta la narración tautológica, la escritura de la propia escritura, el escritor que escribe viéndose a sí mismo escribir sobre lo que escribe. El escriba Salvador Elizondo. La rosa es la rosa es la rosa es Gertrude Stein. Le gustan los ciclos, las repeticiones, esa recurrencia exasperante. Le gusta Escher. Pero un día, recibe un juego de cajas chinas. Abre el paquete y ve una caja de madera natural muy oscura, ébano seguramente. La toma en las manos, la mira. Está adornada con taraceas de marfil que hacen una especie de dibujo geométrico concéntrico. Cuando la abre no encuentra dentro otra caja que tenga otra y luego otra y otra, como esas historias que tienen dentro otras historias. Sólo encuentra un sobre cerrado con lacre. Una lágrima de lacre rojo. La rompe. Abre el sobre, pensando que será una felicitación o el agradecimiento por algo que no consigue recordar, pero no. Dentro del sobre hay una tarjeta. La lee en voz alta: «Esto no es un juego de palabras, dice. Está usted dentro de una caja china. La que tiene en las manos es la última».
La caja china - Juan Yanes, España
Colecciona literatura fractal, siempre ha sido un poco excéntrico. Pesca lagartijas por el rabo para que se muerdan la cola. Le gustan los textos que contienen referencias al propio texto, que se miran el ombligo. Textos autorreferenciales, espejos que multiplican las imágenes. Le gusta la narración tautológica, la escritura de la propia escritura, el escritor que escribe viéndose a sí mismo escribir sobre lo que escribe. El escriba Salvador Elizondo. La rosa es la rosa es la rosa es Gertrude Stein. Le gustan los ciclos, las repeticiones, esa recurrencia exasperante. Le gusta Escher. Pero un día, recibe un juego de cajas chinas. Abre el paquete y ve una caja de madera natural muy oscura, ébano seguramente. La toma en las manos, la mira. Está adornada con taraceas de marfil que hacen una especie de dibujo geométrico concéntrico. Cuando la abre no encuentra dentro otra caja que tenga otra y luego otra y otra, como esas historias que tienen dentro otras historias. Sólo encuentra un sobre cerrado con lacre. Una lágrima de lacre rojo. La rompe. Abre el sobre, pensando que será una felicitación o el agradecimiento por algo que no consigue recordar, pero no. Dentro del sobre hay una tarjeta. La lee en voz alta: «Esto no es un juego de palabras, dice. Está usted dentro de una caja china. La que tiene en las manos es la última».