Encontró la puerta abierta. Espió hacia afuera. Al ver que no habia nadie, salió sin mirar atrás.
Levantó la vista. El sol bañó su rostro.
Sin saber que rumbo tomar siquiera sus pasos lo llevaron lentamente hacia la plaza.
Había niños jugando en los distintos juegos. Se sentó en un banco a observarlos.
Su mirada se centró primero en la cabeza de ellos, luego en sus rostros infantiles, inocentes, ajenos de toda maldad.
Quiso en ese momento recordar su infancia. Había algo dentro de su mente que le impedía hacerlo.
De repente y sin darse cuenta de lo que hacia se paró.
Caminó hacia ellos. Lo miraron con asombro. Tendió sus manos.
Acompasadamente se movían hacia un lado y hacia otro agitando sus cabecitas.
De sus gargantas surgían distintos tipos de sonidos estridentes mientras cantaban todos juntos:
Manuelita.,,,,,Manuelita....Manuelita a dónde vas, con su traje de malaquita y su paso.....
De repente dos fuertes manos sujetaron sus brazos y lo inmobilizaron.
Déjenme jugar, déjenme jugar con los chicos... por favor
Gritaba a brazo partido, mientras los hombres lo arrastraban y le colocaban la camisa de fuerza y lo introducían en la ambulancia.
Los niños observaban atónitos sin entender lo que estaba sucediendo.
Instantes después continuaban con sus juegos, sin prestar atención siquiera del vehículo que se perdía a la distancia rumbo al hospital psiquiátrico.
Levantó la vista. El sol bañó su rostro.
Sin saber que rumbo tomar siquiera sus pasos lo llevaron lentamente hacia la plaza.
Había niños jugando en los distintos juegos. Se sentó en un banco a observarlos.
Su mirada se centró primero en la cabeza de ellos, luego en sus rostros infantiles, inocentes, ajenos de toda maldad.
Quiso en ese momento recordar su infancia. Había algo dentro de su mente que le impedía hacerlo.
De repente y sin darse cuenta de lo que hacia se paró.
Caminó hacia ellos. Lo miraron con asombro. Tendió sus manos.
Acompasadamente se movían hacia un lado y hacia otro agitando sus cabecitas.
De sus gargantas surgían distintos tipos de sonidos estridentes mientras cantaban todos juntos:
Manuelita.,,,,,Manuelita....Manuelita a dónde vas, con su traje de malaquita y su paso.....
De repente dos fuertes manos sujetaron sus brazos y lo inmobilizaron.
Déjenme jugar, déjenme jugar con los chicos... por favor
Gritaba a brazo partido, mientras los hombres lo arrastraban y le colocaban la camisa de fuerza y lo introducían en la ambulancia.
Los niños observaban atónitos sin entender lo que estaba sucediendo.
Instantes después continuaban con sus juegos, sin prestar atención siquiera del vehículo que se perdía a la distancia rumbo al hospital psiquiátrico.