Fotografía/ Luciano Ribero-Córdoba. Argentina


Quiso tomar la foto de la mesita de luz, esa donde estaban él y su esposa, en el parque, sonrientes. Cerró los ojos con fuerza, intentó alzar la mano. Movéte, carajo, movéte. Contorsionó los dedos como lombrices rabiosas y la hizo temblar levemente. ¡Ana, vení, me cago en Dio’! ¡Vieja inútil, ponéme de costado, ponéme de costado te digo! Ahora tenía la imagen enfrente.


El parque, las hojas de primavera. Niños corriendo en el fondo como para ambientar el paisaje. Un Edén, barriletes. Sol radiante y vivo, el pasto verde. Movéme más para este lado, Ana. Pegó la nariz contra la foto. Casi podía oler el perfume francés que le regaló alguna vez a su mujer, escuchar el sonido del agua bailando en la fuente mientras reposaba sobre el mantel a cuadros. Las palomas picoteaban migajas de pan en el suelo. El pelo le flameó casi tanto como la bandera que sostenía San Martín. El viento le acariciaba el rostro.



Y miró delante, con su mujer entre los brazos. Una señora sacudía inútilmente a un viejo postrado en la cama, mientras observaba asustada su sonrisa congelada de oreja a oreja.