SENEN RODRÍGUEZ PERINI / URUGUAY, ESPAÑA

Paleolítico

El enorme y peludo mamut dio un último resoplido intentando levantar la cabeza y terminó de morir cubierto de barro y sangre, su propia sangre brotando del cuero atravesado por incontables lanzas punta de piedra.
Logró matar a varios bípedos antes de caer, aplastándolos bajo sus patas, destrozándolos con los colmillos y quebrándolos con la trompa, pero ellos habían vencido al fin por número y por tàctica. La inmensa mole era demasiado lenta para esos animales organizados.
Seguros que la bestia estaba muerta, se escucharon sonidos guturales de satisfacción en los sobrevivientes.
El jefe se acercó a los caidos, los miro de cerca casi tocándoles la piel con su naríz, les abrió los ojos, con movimientos bruscos los empujó bucando se movieran, revisó los miembros quebrados y en algunos las vísceras tiradas en el suelo al explotar los cuerpos por el peso de las inmensas patas.
Juntaron los muertos y los cargaron sobre ramas largas para arrastrarlos a la caverna. Al llegar los enterrarían bajo el piso de sus propias estancias, para que estuviesen siempre con ellos.
Con piedras afiladas cortaron todo el cuero posible del monstruo aún caliente. Sería buena protección para el frío del invierno. Luego cortaron toda la carne que pudieron cargar en ese viaje.
El retorno a la cueva donde esperaban las hembras y los niños era muy largo y aunque volverían al día siguiente, ya sabían que el trabajo de las alimañas nocturnas les dejaría poco más que los huesos. Pero estos también les servirían para preparar armas y herramientas.
Antes de partir el jefe gesticuló levantando la lanza en señal de mando.
Ayudaron a caminar a los heridos. Comenzaron el retorno.
La tarde se volvía noche, el camino era largo y peligroso.