Juan José Mestre, Argentina

LA IRA

No se aguantó más. Decidió vomitarle todo lo que tenía acumulado en las entrañas durante todos estos años. Sintió cómo el odio, la sed de venganza, el deseo primario de matar la lujuriosa fantasía de torturar hasta el final, de despellejar cada centímetro de su piel, de arrancarle las uñas lenta, muy lentamente, de aguardar sus sollozos después a cada aullido con la parsimoniosa flema que sólo se permite un dios griego. Estuvo así durante horas; al acecho, sintiéndose cada vez más pequeño; un globo que se desinfla con el paso del tiempo –pringoso, pueril, ignoto, casi una alimaña que en cualquier momento aplastaría un zapato anónimo, sin saberlo siquiera.
Cuando finalmente vio que entraba a la casa, la única frase que pudo pronunciar fue un simple y repetido latiguillo: ¨ Querida, ¿te fue bien en el club?¨