Una preciosa criatura, caminaba por la acera de lo superfluo, mirando los envoltorios de fina seda, que se asomaban a los escaparates de la abundancia. Unos zapatos de doce centímetros, hacían equilibrios, para no derribar a tan bella portadora.
Distraídamente, vio las lágrimas del animal, reflejadas en los brillos de un carísimo bolso, mientras la indumentaria de pulido brillo blanco, envolvía la silueta de un relleno de porespan.
En la esquina, un hombre pobre, un paria, un deshecho de la sociedad, tomaba del suelo la punta de un cigarro, lo encendía con gran ceremonia, y sonreía de su buena suerte. Tenía tabaco y el Sol alumbraba. ¿Para que más?