Susy Quinteros

El ángel de mi abuela me visita.


Me habla de semillas, pájaros, aleros, cascaritas de pan, pañoletas negras, vasos licoreros en estaños de invierno.
Escucho sus pasos, el tropel de trenes en paraderos destinados, las trancas de la noche, escándalos de pluma y sembradío en las mañanas.
El ángel de mi abuela me visita.
Trae ojos de agua con luces del arroyo, parcelas con vertiente, perfume de duraznos y rosales que aquietan sus pétalos, cunas con hijos, sabores de frutilla y de canela.
Escribe secretos en todos mis papeles, dice lo que no debe, abre las puertas de su corazón, deja cartas de seda en mis almohadas.
El ángel de mi abuela me visita.
Llega cuando la tarde cambia su amarillo por los rojos y se columpia en los gajos del aromo. Descuelga vestidos solitarios, la copita de anís, un rayo de sol guardado en el rodete, el tapado que llora en el ropero y una gargantilla de rosas deshojadas.
Y vamos él y yo, el ángel y mi abuela, hacia el puño cerrado de sus días en la casa grande de los techos altos, donde ella, la hija de los campos, vivió entre jardines, las lluvias, los caballos, las mirillas verdes del Gená.



(Gená: arroyo de Entre Ríos, cercano al campo en donde nacimos mi abuela y yo)