Nedda González Núñez

Guerra




La guerra nos ha golpeado, y no por previsible es más fácil de enfrentar. No importan la fecha ni la hora; para mantener la cordura, me aferro a mi nombre. El sol parece irreal a través del humo, y el olor a muerte es penetrante.
A pocos pasos, entre cadáveres, yace un soldado herido. Lleva el uniforme del enemigo, y distingo su cara perfectamente.
“Maldita guerra” ––pienso–– “Es casi un niño”
Me acerco, y arranco tiras de mi camisa para taponar la fea herida de su costado. Le tomo la mano y, aunque nunca fui devoto, rezo para pedir que termine esta locura.
Se escuchan sirenas. Aún no sabemos quien fue el vencedor, ni quién el vencido. Pero... ¡a quien le importa! Si solamente somos dos puntos insignificantes, a la orilla de un pueblo destruido.
Sin embargo, a un lado del camino, y como símbolo insolente de la esperanza, unas flores amarillas se mecen intactas.