El amor en la ferretería
Hay una tenaza que sujeta mi corazón y no lo puedo liberar con una pinza; tampoco me sirve una llave francesa o un destornillador, porque está libre de bulones y tornillos. La herramienta la maneja una mujer de hábiles manos que lima sus uñas. Es la misma que con un martillo clavó los clavos del amor en mis pies. La que le da a mis latidos el ruido de un viejo compresor. La que serrucho con mi aliento y mis desalientos. La que ilumina mis sueños con su lámpara de acetileno. Cuando taladro mis pensamientos encuentro los alambres que me atan a la piedra esmeril buscando afilar la mecha de mis pesares. Tropiezo con las nuevas soldaduras de mis huesos envueltas con cinta aisladora y me conecto la manguera del oxígeno para poder respirar. Mis pesados ojos viajan en carretilla. Las miradas indiscretas pesan, se cargan con la pala y una cuchara en un balde de plástico. Quisiera subir por una escalera y desde arriba gritar como un macho enamorado, decir cuánto la quiero, para que un pájaro con pico de loro desatenace mi corazón y me vuelva la calma.