MARITZA GOMEZ CRUZ

Mi viejo Chevrolet del 95 llegó renegando a una intersección de mucho tránsito, se paró y no hubo modo de que diera un solo paso adelante. Después de revisar cuidadosamente todo lo que pudiera ser reparable por mi inexperta mano y comprobar que no había solución, llamé a la grúa (el mecánico se había negado tajantemente a desplazarse hasta donde me encontraba). Una vez que ésta cargara con mi traste, comencé a llamar a familiares y amigos, en procura de un raid hasta mi casa; pero unos no podían, otros estaban trabajando, etc, etc. Desolado, constaté la vaciedad de mi bolsillo: definitivamente no tenía dinero suficiente para un taxi, y en la casa menos ( hasta el puerquito alcancía había sido alevosamente sacrificado en días de mucha agonía económica). Así que sólo me quedaba una opción, la más económica: el bus. Por suerte, tenía registrado en el celular, de épocas aún más difíciles, el número de Miami Dade Transit, que es la entidad que te brinda información acerca de los recorridos, los horarios, las tarjetas easy transit y todo lo que tenga que ver con el sistema de metrobuses de la ciudad. Así que llamé y recibí los datos que necesitaba para trasladarme hasta mi hogar en un flamante autobús de la red urbana. Qué calvario!! eran las cinco de la tarde cuando llegué a la parada, y a las 5 y 57 minutos fue que pude abordar la trepidante mole. Por suerte, siempre hay asientos vacíos y pude acomodar mis doloridos glúteos tan pronto me subí a éste. Con el sabroso airecito acondicionado, después de haberme "aterrillado' bajo el candente sol de la parada, me entró sueño y quedé medio adormilado, recostado a la ventanilla. El viaje prometía ser largo y la parada donde debía bajarme era la última, así que podía aprovechar. El chofer me despertó al rato con un "hey man, this is de last stop", y medio asustado por no saber bien dónde estaba, me bajé a trompicones. El bus se alejó demasiado rápido-me pareció. Entonces miré en derredor y no reconocí nada. Ya había comenzado a oscurecer, y el páramo donde me encontraba era súpersolitario, no veía casas, ni edificios, ni negocios, sólo árboles y muchísima vegetación rara. Comencé a caminar, buscando orientarme, pero al término de lo que me pareció una calle me di cuenta que me encontraba dentro de un cementerio y no pude evitar un desagradable erizamiento. Ya había anochecido del todo y yo me sentía cada vez peor. Ya no caminaba, sino que corría por todas las callejuelas de la necrópolis, pero estas sólo me llevaban a otras vías del camposanto, sin encontrar salida. Transpirado y anhelante por el terror que cada vez se hacía más intenso me parecía que estaba en una carrera de obstáculos, pues ya no solo corría por las calles, sino a campo traviesa, por encima de las tumbas, derribando jarrones llenos de flores. En eso vi lo que me pareció fuera un celador del lugar y corrí hacia él, esperanzado por la ayuda que podría representar, para darme cuenta, demasiado tarde que era... ! El chofer de la guagua me sacudió con fuerza y me gritó, un poco molesto: "hey boy, this is de last stop". Y yo aterricé en la acera, el bus partió demasiado rápidamente y yo me vi, de nuevo, en el comienzo del infernal recorrido.