Senén Rodríguez Perini

La decisión de Arrecho Abreu



Llegó al Bar con muchas copas dentro, y a él el alcohól lo ponía agresivo.

El cuerpo le pesaba. Se detuvo en la puerta, mojó los labios con la lengua, afirmó el cinto.

Pestañando en camara lenta, a través del vidrio sucio vio cantidad de gente y abrió la puerta con fuerza, decidido.

Se hizo un silencio.

Todos lo miraron, algunos con odio, otros con miedo, ninguno con alegría.

Pese al alcohol, desde esa posición pudo ver al turco Abdul apoyado en el mostrador, de copas con el brasilero Carvalho, los dos contrabandistas de ganado. (Él sabía bastantes cosas de esos dos y tenían cuentas pendientes)

En la mesa contra la ventana estaba al judio Brunstein haciendo numeros con el pelusa Contreras, gaucho de casi dos metros y 130 kilos, su empleado y “cobrador personal” en casos de insolvencia del deudor, finiquitando entre ellos quien sabe cual de sus tantos negocios turbios.

Por las mesas del medio junó a la parda Manuela - “su” parda - subida en la falda del malevo Rosales – esto era demasiado - y solo con la mirada de furia que les tiró, casi le hace un barbijo en la frente. Ella sintió el odio clarito, y quedó temblando.

Lleno de bronca espesa, apretó los puños.

Para la izquierda del cafetín vio cantidad de gente y entre ellos bastantes elementos - figuritas conocidas - con los que tenia otros asuntos. “Tiempo al tiempo”, pensó.

Se palpó el facón con la derecha y acarició la Beretta en el sobaco, porque venía dispuesto a cualquier cosa y todos lo sabían.

Fueron vivencias lentas, degustadas, esperadas, fatales, que parecían horas pero duraron segundos.

Con dificultád comenzó a entrar al tugurio.

Al ver el movimiento Rosales se paró de golpe llevandose la mano a la cintura – utilizaba la faca agarrada en la espalda con el cinto - dejando a la parda desparramada en el piso. Brustein desesperado juntaba el dinero ayudado por Contreras que ponia los inmensos brazos en los bordes de la mesa controlando no se cayera ningun recibo. El gallego Manuel y el turco Abdul se dieron vuelta mirándolo de frente con desprecio. Manuel metió mano en la cintura y agarro el mango del facón. Abdul – zurdo perdido - coloco la mano izquierda en su sobaco derecho y la dejo apoyada en el Smith & Wesson 38.

Todo quedó en silencio.

El dueño del cafetín, el vazco Iñaky, se tiró de cabeza atrás del mostrador, jalando de abajo la poyera a su mujer para que hiciera lo mismo, pero ella estaba paralizada por el miedo, como estatua.

Arrecho Abreu tenia problemas personales con varios de los presentes y esa noche los iba a arreglar por las malas o por las peores tambien. (Se acordó por un instante de unos cantores del pueblo y casi penso la frase con el mismo tono y ritmo de la canción)

Todos los músculos de todos se tensaron.

Avanzó.

Tropezó en una rebarba de la madera de piso, quiso recuperar el equilibrio pero el alcohol no lo dejó, trastabilló dos pasos y cayó pesadamente hacia adelante haciendo el cuerpo una pirueta extraña partiéndose la frente contra la mesa del malevo Rosales, quedando difunto ipso facto con la sangrante cabeza abierta apoyada en la falda de la parda Manuela que se desmayó con un suspiro.

En cierta manera, logró lo que quería, aunque debemos reconocer que no en una forma convencional. Ya no le afectarían más sus malas relaciones con todos esos malandros despreciables.

Sus problemas quedaron resueltos.