Pascual Marrazzo

La Ventana



Las ventanas de mi barrio no sólo se adornaban con glicinas y malvones. Algunas, eran verdaderos marcos del arte cotidiano. Otras, famosas por las bellezas de las muchachas, aumentaban el tránsito por sus veredas y la barra de las esquinas.
Yo solía frecuentar una de balconcito bajo y barandas de bronce, donde brillaban las caritas traviesas de las hijas de Casimiro.
Era tan joven que no puedo precisar ahora, si a mi paso lo obligaba el amor o la vanidad de mi cabecita engominada.
Lo que sí recuerdo bien, es que a pesar de los rumores de la época, podía recibir esas muecas cómplices que duraban por días dentro de mi corazón.
Un día el viejo Casimiro aprisionó la ventana con una pesada reja y no contento con ello, la enlutó con unas cortinas negras. Había inutilizado la ventana y por ende, despoblado de muchachos la vereda y la esquina.
Tal vez, si se hubieran medido las consecuencias, nadie hubiese osado robar. Lo cierto es, que la macana estaba hecha y a una de las hijas de Casimiro, le faltaba un beso.