Senén Rodríguez Perini

En ese hueco oculto a todos, detrás de la pequeña y gruesa puerta de madera maciza, el cuerpo mantenía una postura encorvada con la piel negruzca pegada a los huesos formando arrugas lineales irregulares que lo hacían especialmente dantesco. El cráneo aún se mantenía en su sitio sostenido por restos de cuero cabelludo con algo de pelo blanco en las sienes y la nuca. Las cuencas vacías parecían morbosamente decoradas con algo de cejas y piel putrefacta mientras la desencajada quijada estaba a punto de caerse.

Llamaban la atención esas manos como garras negruzcas sin uñas – se notaban arañazos en las paredes del cubículo que sugerían intentos desesperados de libertad - seguramente se las había arrancado rascando la madera y el cemento al quedar atrapado.

La luz de la linterna apenas lograba ver esa momia, no había sido fácil llegar hasta ese alejado rincón en medio de infinidad de otros objetos abandonados en el pequeño cubículo. Era fácil ver que hacía mucho que nadie pasaba por el sitio. Un típico aroma de humedad acompañaba cada movimiento. Más allá de la sorpresa, el hallazgo revivió en cierta forma su pasión por lo antiguo que de joven lo había llevado a estudiar arqueología.

Asombrado miraba el descubrimiento que jamás hubiese pensado encontrar en esa zona, mirando todo lentamente, intentando guardar en la retina cada detalle, cada pequeño signo.

Increíblemente por fin vio ese anillo grueso de oro en el anular de la mano izquierda junto con otro de plata, más grueso, coronado por una piedra de obsidiana blancopálida en el meñique de la misma mano.

Fue el dato fundamental que permitió datar el hallazgo con total seguridad, incluso ahora podría definir la identidad de la momia.

Solo para confirmar las sospechas dio vuelta el cuerpo momificado y en lo que había sido la cintura pudo ver restos de ropa atados con una simple cuerda anudada con triple nudo, lo que era una típica costumbre de ese sujeto en su tiempo.

Lo que intuía, contra todo pronóstico, estaba confirmado.

Con gran dificultad retrocedió por donde había venido, buscando aire fresco.

Se detuvo y respiró profundamente.

Ya repuesto de tanta emoción gritó a su compañera con toda la fuerza de sus pulmones:

-¡Martaaaaa! ¡Martaaaa! ¿Dónde estás? – la voz rebotando en las paredes generaba un eco lúgubre –

- ¡Estoy aquí afuera, de donde me estas gritando, apenas te escucho!

- ¡Arriba, aquí arriba, en el galpón viejo, en la buhardilla!.

- ¿Qué querés?

- Fijate que siempre estuvo aquí, no se había ido de vacaciones ni salió con nadie… ¡con razón la policía nunca supo nada!

De abajo la mujer le preguntaba a los gritos porque no entendía demasiado:

- ¿De que hablas... qué me estas diciendo?

- ¡Que tenemos que limpiar más seguido... ¡encontré al abuelo carajo, encontré al abuelo!