Senén Rodríguez Perini

Una madrugada, un carbonero


En una madrugada fresca - no fria, apenas fresca - la primavera de 2011 en Calella, pequeño pueblo costero de Catalunya, Nación ocupada por España hace mas de 500 años, me despertó una voz juvenil, carrasposa, una voz “de vino”, que rebotaba en los techos de todas las casas, en los edificios, en los muros de los apartamentos, en los árboles, en todo, y se agotaba en el infinito, una voz que yo conocía por su tono, por la pronunciación de determinadas letras, por el dolor y la soledad que contenía su canto, una voz claramente uruguaya que cantaba-gritaba-reclamaba: “Peñaroooooolllllll Peñarooooolllll... que grande sossssss, como te quieroooooo, co-mo-te-quie-ro.... Peñaroooooolllll” y repetía el canto aurinegro por las calles vacías esa madrugada fresca cuando el reloj marcaba cinco menos cinco y alli recordé que el aurinegro jugaba un partido importante por la Libertadores y como teníamos una diferencia horaria de cinco horas, en Montevideo era casi media noche y seguramente el viejo Peñarol había ganado y la mitad del pais oriental estaria festejando en la propia tierra o desparramados por el mundo como estornudo de mellado - que asi estamos desde hace tantos años - y este paisano era uno de esos del medio pais desparramado que venía de festejarlo en la casa de algun otro uruguayo o argentino o boliviano, que en el exilio la patria latinoaméricana es una sola, se puede sentir en las tripas sin necesidad de ningún discurso, porque los “sudacas” de todos los colores somos uno, nos sentimos naturalmente uno en la vida del exilio y él lo seguía festejando por el medio de esa calle catalana solitaria, fresca, absolutamente silenciosa, atronando con su canto a capela “Peñarolllllll, Peñarooooolllll que grande sosssssss, como te quiero, como te quiero Peñaroooooollll Peñaroooooolll” subiendo y bajando los decibelios y afirmando la voz con cada pisada - porque se sentían claramente las pisadas de este solitario cantor de la noche al que no precisaba ver para saberlo con altos niveles de alguna bebida espirituosa en sus entrañas - y asi llegaron la voz y las pisadas hasta la esquina y pasaron y siguieron y se fueron alejando y alejando y “Peñaroool, Peñaroool, Peñarooooollll como te quiero Pe-ña-rooolll” quedó resonando en las calles vacías de la pequeña ciudad mediterranea en la costa catalana donde la mayoría de los vecinos no podia saber cual era el motivo para que ese hombre fuera despertando a todos con sus cantos y gritos de alegria, más aún, seguramente muchísimos ni siquiera entendieran el castellano, solo escuchaban a otro ser humano alegre y pasado de alcohol que vociferaba sus asuntos mientras cataratas de puteadas y maldiciones en catalan, en castellano, en dialecto mandinga y otros idiomas africanos, en voces latinoamericanas variadas, en voces europeas variadas, en voces asiáticas variadas – que Catalunya es un crisol de nacionalidades - una lluvia inmensa de groserias salia de todas las casas, de todos los edificios, de todos los balcones, maldiciones que yo imaginaba como invisibles papelitos de colores dando vida a las calles solas, acompañando el paso del solitario hincha en su festejo, algo dificil de entender para los otros humanos mal dormidos, algo inesperado, realmente surrealista, un imbecil despertando a todo el mundo en plena madrugada con ese grito que para mi sí era descifrable, porque era el sonido del dolor que conocemos los que por este o aquel motivo tuvimos que exilarnos de nuestra tierra, ese grito de “Peñaroooooollll Peñaroooollll, que grandee sooooossss, que grande sooooooss, Peñaroooool Peñarooooll co-mo-te-quie-ro Peñaroooollll”, que podia ser Nacional o Defensor o cualquier otro equipo latinoamericano, pero esa noche era Peñarol, ese grito de alegría mentirosa, porque en realidad es un inmenso aullido de soledad, un himno al desarraigo, al dolor que se lleva muy adentro, a la rabia contenida, a la soledad impresionante que no se puede trasmitir ni transferir ni abandonar y que nos tiene siempre abrazados casi hasta la asfixia y por eso el grito de “Peñaroool que grande sos como te quiero Peñaroool”, ese lamento disfrazado nace en las vísceras del hombre y retumba al salir por la garganta rompiendo misteriosamente por unos instantes esas inexistentes cadenas que nos parece sentir en el tobillo anclándonos a una tierra que aunque podemos quererla muchísimo, no es aquella y con esa misteriosa magia tambien transforma la realidad mientras dura el canto y la euforia y nos permite sentir en el alma casi como si estuvieramos entre todos, con los nuestros, en la Plaza del Entrevero, en pleno centro de Montevideo, en el frio del otoño del sur, entre la niebla que oculta los plátanos que pierden sus hojas, sintiendo el revolotear de las palomas asustadas por el bullicio, empujadas por el viento salitroso, fresco, con ese inconfundible olor a puerto tan integrado a nuestro Ser, mientras la nostalgia y los recuerdos nos invaden y el “Peñaroooll, Peñarooooll, como te quieroooo Peñarooooll” se va haciendo cada vez mas inaudible a la distancia, pero no cesa, jamás cesa porque sigue resonando en nuestra cabeza como toda la vida lo ha hecho, como lo hace hoy y lo hará con toda seguridad mañana.