Helios Buira

EL TRASPLANTE *


Había sufrido una miocarditis fulminante.
Lo internaron. En estado grave.
Su única salvación, era un trasplante. Pero el donante, o los donantes, no aparecían.
Los medios masivos de información emprendieron la difusión de la noticia, a la vez que solicitaban la aparición de un donante para salvarle la vida al paciente, que en gravísimo estado, esperaba en un sanatorio el órgano que le permitiera continuar su vida.
Una vida de profesional destacado, que trabajaba todos los días en bien de la comunidad. Claro es, que se advertía que no debería tomarse como motivo discriminatorio para quienes también, como él, esperaban que un donador les permitiese la continuidad de la vida. Él, estaba primero en la lista de altísimo riesgo. Según informan los periodistas a través de los noticieros, son muchas las personas que se encuentran en situación de peligro por su vida y por ello, se realizan campañas para que los ciudadanos tomen conciencia de que donar órganos, salva vidas.
Mientras, él, empeoraba hora tras hora, hasta se llegó a decir que era cuestión de días la posibilidad de salvación, si no aparecía el ansiado donante.
Su esposa, había organizado con un sacerdote amigo de la familia una cadena de oración, pidiéndole a todos los santos que intercedieran ante el Señor para que ese órgano llegase pronto, lo más pronto posible, porque el desenlace final estaba ahí, muy cercano.
Los medios informativos se hicieron eco de la cruzada solidaria, imponiéndole a la noticia cierto dictado conmovedor y los oyentes y televidentes a su vez, comentaban en las calles, en los negocios, en los transportes públicos, que si no aparecía un donante ya, él moriría inexorablemente. Adherían, muchos, a la cadena de invocación. En las iglesias, como también en los templos de distintas religiones, se imploraba por él, para que el donante apareciese pronto. Lo más pronto posible.

Y fue una noche. Desde una provincia lejana, se informó que un órgano partía en un avión privado –un acto solidario de un miembro perteneciente a un Club de Pilotos- con dos médicos que habían participado con el grupo que realizó la ablación para que se pudiese efectuar el ansiado trasplante que ya tenía a casi todo el país en cadena oratoria.
Durante la madrugada él recibió el órgano que, de continuar todo de la manera que se deseaba, le permitiría seguir vivo en el planeta.
Los reporteros esperaban en la puerta del sanatorio para recibir información de cómo se encontraba, de cómo había salido la operación. El Médico Jefe, en una breve e improvisada conferencia de prensa, les comentó que todo había salido bien, sólo que se deberían esperar las horas necesarias para poder hacer un diagnóstico referente a la evolución del paciente, si no había rechazo, cuestiones que la medicina lleva en sí.
Por la mañana, cuando vieron salir a la esposa, luego de una noche de vigilia, los periodistas se abalanzaron micrófono en punta, para hacerle una y mil preguntas acerca de su esposo, de cómo se sentía ella, si estaba feliz, si tenía esperanza y un montón de interrogaciones que suelen hacer los movileros cuando de informar se trata.
Ella agradeció a Dios, a la vez que a la familia del donante. Lágrimas en sus ojos, seguramente de felicidad y también como descarga después de tanto sufrimiento hasta la llegada del órgano bienhechor.
A los pocos días, todo volvió a ser como siempre es en una ciudad cosmopolita, podría decirse, a la normalidad. La vida continúa, las cosas pasan.
Pero una vez que el profesional trasplantado se repuso, comenzó poco a poco a realizar rutinas de rehabilitación, a mejorar día a día, recordando cómo, antes, empeoraba de manera inversamente proporcional.
Al poco tiempo, accedió a que un medio informativo le hiciese un reportaje, queriendo él, contar acerca de su salud, sobre su mejoría y la felicidad que lo embargaba por estar vivo y agregó emocionado: -nuevamente.
Habló de sus días, de sus proyectos, de las ganas que eran una compañía importante sabiendo que había tiempo por venir.
El periodista le preguntó por sus hijos y él dijo que estaban felices, que los veía disfrutar, correr, saltar, jugar sin detenimiento y comentó que para dos niños de 12 y 9 años, era algo muy doloroso y traumático ver al padre en la situación que él había estado.
Y volvió a agradecer a Dios y a la familia del donante.

La noche en que llegó el órgano que salvaría la vida del destacado profesional, en un pueblito pequeño de una provincia argentina, dos niños, en llanto irreparable, le preguntaban a su madre el por qué de la muerte de su padre. La madre, no pudo responderles. Lo hizo una vecina, tratando de mitigar tanto dolor: -Piensen, que el corazón de papá, ahora late en otra persona, como si él estuviese vivo.
Sin consuelo, el mayor de los niños, dijo: -¿Y tenía que morir papá, para que otro viva?

* Tomado de un hecho real.