EL PODER DE LOS MILAGRO AMOROSOS
Te rescate de una jauría de pastores caníbales. Ya no son blancos los signos de los pétalos de tu rosa, ni es dulce el vino de la sangre que finge ser como el vino del rocío, que brota de tu cuerpo. Cantan tus caderas como las guadañas de las iglesias, donde las hostias saben y gritan como la grupa de la carne. Bebo el púrpura del licor celeste de las estrellas; el rocío de los lunares que nos fustigan como gaviotas apegadas al dolor; me ducho con el aire melancólico de los faroles, mientras el espíritu de las amantes se estremece, cuando sienten las desesperadas llamadas del falo o los golpes de los testículos, sobre las compuertas de los sustos, mientras se sofoca su ardor, con las desesperadas vibraciones del mástil de sus sueños jugosos. Dios es como el fulgor de un tormentoso mar ebrio, raptado por las miradas de algunas sirenas. Los ojos de mis sueños son azules, como la poesía que martilla mi desolación, como un violín ensangrentado por la tristeza de la pasión que lo toca. Canta desesperado un gallo, intentando despertar a la somnolienta aurora… huye mi melancolía impura como el dolor de la desesperanza, que intenta huir por el balcón o saltando por una ventana. Me seduce el viento sombrío de la muerte; el dorado alegre del órgano que quema mis entrañas, con el recuerdo de mi amada religiosa. Susurro ladridos dolientes y graves, como el delirio gregoriano de los que ascienden como el humo o el sonido flautín de las chicharras o mezzosoprano de los sapos… me demencia el barullo del aura que flota como una cascada, que baña con su luz espesa, la cueva de la fragante caverna. Brotan de los ojos que contemplo, un brezal de trompetas que se roban los tesoros de los airados lamentos. Me entristece el blanquecino viento de las notas escarlatas de los cuerpos, que leen en voz alta los signos dulces de nuestras manos. Te mojo y te baño, con la primavera serena de las aguas de la vida. Dejo en tus manos una paloma enferma, para que contemples el poder de los milagros amorosos y no pierdas la fe en los besos ni en las caricias.