Roberto Silva - Uruguay / Argentina

El horno


La nueva situación me sorprendió. Inseguro mire a mis contrincantes. Pequeñas gotas de agua brotaban en mi calva, que por suerte, estaba cubierta por un esponjoso sombrero de fieltro. A mi derecha un negro con grandes y carnosos labios que intentaban cubrirle la nariz. Enfrente, alguien con aspecto de cornalito, si, de cornalito, pequeño, brillante por la grasa que salía por todos sus poros y con sus ojos tapados por lentes de vidrios increíblemente gruesos. A mi izquierda el hombre del habano. Solo eso podía decir, su rostro no tenia detalles, parecía una rodilla con boca y en ella el habano largando humo en forma constante. En el centro de la mesa verde, una pila de billetes, en mi mano, solamente un par de cuatros iluminados por la única luz de la habitación. Ya no tenia dinero en mis bolsillos y por eso, sin mirarlo, le dije al cornalito: -Hacéme un vale por 1000 y con eso voy jugado - . Sonrió mientras sacaba del bolsillo de su saco blanco el talonario, llenó un pagaré y me lo dió a firmar. Lo puse en el centro de la mesa. El negro tiro sus cartas, el cornalito tomo un sorbo de su vaso de tequila y también se descartó. El del habano dijo: - Quiero ver – mientras arrimaba diez billetes a la pila. Y por eso, San Pedro, estoy acá, ¿puedo pasar? Mirá, dijo el santo, me caes simpático, salvo la timba y algún golpe a tu mujer no tenés culpas mayores, pero, es orden de arriba te aclaro, los pelotudos, directo al horno. ¡Que pase el que sigue!