Ana Lucía Montoya Rendón

ÚLTIMA EN SABER...



He sentido los pies descalzos y mi alma brincando por paisajes pedregosos. He visto a la desolación tendida sobre bordes de eternos caminos. He vestido la desnudez de mi Ser, aún estando cubierto con un traje hecho de refulgentes hilos de fuego que al contacto con mi piel se hicieron denso llanto. He sentido que se diluyen mis ideas, que rebosan como copa de ansiedades infinitas. He sentido cómo se me va la vida en cada expiración y no puedo hacer nada. He sentido anudados mis puños, y mis dedos hechos garfios, se enredan y se pierden entre los deseos de un mágico encuentro. Me he vuelto mil veces torpe y mil veces he caído. He caído desde lo alto de mi ego derrotado. He caído sobre mis ilusiones hechas puntas de cristales rotos. Sí, mil veces he sentido que me elevo como ángel, y mil veces he caído desde un cielo que invento cada día hasta el fondo de mi infierno cierto. He querido ser agua de algún río corriendo libre entre las peñas, golpeando con brillos diamantinos la cara ruda de las piedras y de su archivo. He sentido el vértigo cuando me asomo desde el filo del aprisco hasta los oquedades de mi sino. Enloquezco en lo alto del Monte de la Soledad retando al vacío cuando intento cancelar mil historias echando al aire las páginas de mi libro de la Vida, tan magro, tan pueril. Y me impongo ante los fantasmas que he creado, y todos se vuelven hacia mí como ejército enemigo. He cabalgado mis miedos, fustigado a mis anhelos para que rompan las cadenas. Los he empujado hasta la celda donde vive lo que queda de mí. Así, siempre he estado suspirando, rogando algún abrazo. Y he gritado, llamando a alguna sombra de aquellas que cuidan a los niños para que arrope mis tormentos. Mas en medio de tanto intento he entendido que mi voz no tiene eco ni mi aliento tiene vaho, pues el espejo en que me miro siempre está brillante como lago. En él me miro, me observo y me veo tan gris, tan descolorida, tan desdibujada. Y me toco. Las yemas de mis dedos recorren los contornos de mi rostro, de mis senos, de mi vientre, de mi celo y me entero... Sí, me entero que hay una mano recorriendo una mortaja, que detrás de mil cortinas, un coro de dolientes canta algún réquiem... Sí, me entero que fue tanto lo que La he llamado ,que hace tiempo Me llevó y no me había dado cuenta.