Van de
un sitio a otro midiendo, anotando, mordiendo aquí, más allá, llenos de baba de
pasado, muecas, rótulos. Indician, señalan, dictan, corrigen, acosan. Ahí,
dicen, está el culpable. Nuestros códigos amaestrados lo perseguirán ladrando
día y noche. Ahí está, nuestros mastines olisquean el rastro sucio. Él es la
mancha en nuestras baldosas. Agravia nuestra pureza. Por el mundo, siempre, con
sus libros de cuentas, sus lápices perversos, sus esto sí esto no, sus autos de
fe, sus pócimas vengativas, extendiendo un rojo metro sobre el cuerpo que la
jauría va a perseguir.
Ahí
está el que nos traicionó, dice. Escupamos, que ahí viene.
Espiémoslo
como un solo ojo.