Sebastián Olaso,

Catálogo de errores XV



Es que son otros los protagonistas. Los otros. Cientos de otros que toman las riendas, colocan la carpa, venden los boletos, domestican las fieras, atraen al público. Cientos de miles de otros que hacen malabares, cruzan el aro de fuego, dominan la cuerda floja, reciben aplausos. Cientos de miles de millones de otros. Cientos de miles de millones que te dan la espalda. Cientos de miles de millones de ausentes. Todos hacen, pueden, crecen, avanzan, construyen, triunfan, revelan. Y mientras tanto, vos estás ahí, en un rincón que no parece ser parte de ninguna parte. Ahí. En la búsqueda de, en la resistencia contra, revolviendo entre, jugando a, luchando por. Cientos de miles de millones de cadáveres, de cuerpos, de embriones, de fantasmas, de historias y de mapas te aniquilan. Te arrinconan. Te sacan de la escena. Entonces la escena se vuelve incomprensible, inenarrable, irremontable, irremediable, indestructible, incómoda. Ya no hay ni intimidad ni intimación. Sólo un agujero en el mundo por donde cae todo menos el deseo. Todo menos los otros, todo menos los protagonistas, menos la escena, las fieras, la carpa, el público. Un agujero en el mundo por donde no cae casi nada. Por donde sólo cae el todo del deseo que hay en vos. Un deseo sólo tuyo que sólo desea un escenario sin tu escena.

Sebastian Gabriel Barrasa

Moebius


Se despertó desnudo. Pero esto no era algo que debía llamarle la atención: él siempre se dormía desnudo. Lo llamativo era que no estaba en el catre de su barco. Pero lo más extraño era que el nunca había sido capitán de navío y de hecho nunca había estado en un barco. Esto era así, básicamente porque en su mundo no existía el mar.
Entonces pensó en porque se había despertado con esa sensación de algo tan desconocido para él. Y pensó en por qué le había parecido extraño estar desnudo ya que en su planeta nadie usaba elementos para cubrir su piel.
Como los de su especie podían dominar los sueños, decidió volver a dormirse y soñar que era un hombre que vivía en un lejano planeta azul. Un hombre con dos piernas y dos brazos, que soñaba con ser astronauta y descubrir nuevos mundos habitados, por ejemplo, por unos extraños seres que vivían en la desnudez de su piel turquesa
Pero en medio de ese sueño lo despertó una gran ola que impactó contra su barco y quebró parte de la proa. La ola no era parte del sueño: era un recuerdo del naufragio. Porque él ya no estaba en su catre del barco Holandés que viajaba hacia el Caribe para comerciar especies y otras cosas. Estaba semidesnudo y mal herido en la playa de una isla perdida.
En la costa quedaban los restos de su nave. Probablemente era el único sobreviviente.

Susana Cattaneo

ALGUNAS PALABRAS


Si pienso en la palabra “sol” estoy en la ternura de todos los que amé: ladridos, sonrisas, trinos, mediodías que hacen jóvenes los sueños.
Si alguien me habla y me dice “mar” estoy en aquella playa donde la felicidad era cada destello de amarillo, donde las dunas eran un paseo por la dicha.
Si alguien conversa y me dice la palabra “noche” estoy en la libertad silenciosa de la creación de poemas.
Si leo “tristeza” estoy en el mundo de la nostalgia.
Si susurran “soledad”, en el misterio de la vida.
Si me hablan de los ojos del amor, entonces soy la visión del infinito.


Andrea Victoria Alvarez

CON LA BOCA SECA

AÑO 2035.


-Señor, ¿cuánto cuesta un vaso de agua?
-Eso depende-respondió el hombre con la boca pastosa-, si es un vaso de agua contaminada 5 dólares, si es un vaso de agua corriente 10 dólares, y si es un vaso de agua filtrada 30 dólares.
-Ahh!
El hombre revisa sus bolsillos y extrae algunas monedas.
-Entonces, sirva un vaso de la más económica, de la contaminada.
Y bébasela.

Senén Rodríguez Perini

La decisión de Arrecho Abreu



Llegó al Bar con muchas copas dentro, y a él el alcohól lo ponía agresivo.

El cuerpo le pesaba. Se detuvo en la puerta, mojó los labios con la lengua, afirmó el cinto.

Pestañando en camara lenta, a través del vidrio sucio vio cantidad de gente y abrió la puerta con fuerza, decidido.

Se hizo un silencio.

Todos lo miraron, algunos con odio, otros con miedo, ninguno con alegría.

Pese al alcohol, desde esa posición pudo ver al turco Abdul apoyado en el mostrador, de copas con el brasilero Carvalho, los dos contrabandistas de ganado. (Él sabía bastantes cosas de esos dos y tenían cuentas pendientes)

En la mesa contra la ventana estaba al judio Brunstein haciendo numeros con el pelusa Contreras, gaucho de casi dos metros y 130 kilos, su empleado y “cobrador personal” en casos de insolvencia del deudor, finiquitando entre ellos quien sabe cual de sus tantos negocios turbios.

Por las mesas del medio junó a la parda Manuela - “su” parda - subida en la falda del malevo Rosales – esto era demasiado - y solo con la mirada de furia que les tiró, casi le hace un barbijo en la frente. Ella sintió el odio clarito, y quedó temblando.

Lleno de bronca espesa, apretó los puños.

Para la izquierda del cafetín vio cantidad de gente y entre ellos bastantes elementos - figuritas conocidas - con los que tenia otros asuntos. “Tiempo al tiempo”, pensó.

Se palpó el facón con la derecha y acarició la Beretta en el sobaco, porque venía dispuesto a cualquier cosa y todos lo sabían.

Fueron vivencias lentas, degustadas, esperadas, fatales, que parecían horas pero duraron segundos.

Con dificultád comenzó a entrar al tugurio.

Al ver el movimiento Rosales se paró de golpe llevandose la mano a la cintura – utilizaba la faca agarrada en la espalda con el cinto - dejando a la parda desparramada en el piso. Brustein desesperado juntaba el dinero ayudado por Contreras que ponia los inmensos brazos en los bordes de la mesa controlando no se cayera ningun recibo. El gallego Manuel y el turco Abdul se dieron vuelta mirándolo de frente con desprecio. Manuel metió mano en la cintura y agarro el mango del facón. Abdul – zurdo perdido - coloco la mano izquierda en su sobaco derecho y la dejo apoyada en el Smith & Wesson 38.

Todo quedó en silencio.

El dueño del cafetín, el vazco Iñaky, se tiró de cabeza atrás del mostrador, jalando de abajo la poyera a su mujer para que hiciera lo mismo, pero ella estaba paralizada por el miedo, como estatua.

Arrecho Abreu tenia problemas personales con varios de los presentes y esa noche los iba a arreglar por las malas o por las peores tambien. (Se acordó por un instante de unos cantores del pueblo y casi penso la frase con el mismo tono y ritmo de la canción)

Todos los músculos de todos se tensaron.

Avanzó.

Tropezó en una rebarba de la madera de piso, quiso recuperar el equilibrio pero el alcohol no lo dejó, trastabilló dos pasos y cayó pesadamente hacia adelante haciendo el cuerpo una pirueta extraña partiéndose la frente contra la mesa del malevo Rosales, quedando difunto ipso facto con la sangrante cabeza abierta apoyada en la falda de la parda Manuela que se desmayó con un suspiro.

En cierta manera, logró lo que quería, aunque debemos reconocer que no en una forma convencional. Ya no le afectarían más sus malas relaciones con todos esos malandros despreciables.

Sus problemas quedaron resueltos.

Julia del Prado

Secreto de luz


Cada noche la luz se desvanece dentro de una mochila cargada de años. Sin embargo todos los cuatro de setiembre desde el año de 1939, a las siete de la noche en punto Lola y Juan la ven con una luz intensa, en todo su apogeo. Sonríe sin efectos especiales y les hace sólo a ellos un guiño gatuno.

NEDDA

Los extraños


En la tenebrosa región de los que no están vivos ni tampoco muertos, las criaturas vagan sedientas por conocer su origen. Están furiosas y tristes a la vez, avergonzadas por no encajar en ningún lado.
Temidos y odiados por sus vecinos (nada acrecienta más el odio que el miedo) descansan de día bajo un manto de tierra fría, para erguirse aturdidos con las primeras sombras. A veces, sus sentidos pueden llegar a confundir un día muy nublado con el atardecer, y entonces terminan apaleados, o heridos con las armas más mortales que posean los hombres.
Pero cada anochecer deben retomar su extraña existencia y, babeando, caminan balanceándose en busca de raíces y pequeñas alimañas que sigan manteniendo su no-vida, su no-muerte.
Yo los he visto a veces desde mi ventana, confundidos con el ramaje que puebla el campo. Se agitan oscuramente bajo la lluvia o las estrellas, mientras sollozan por lo bajo. Ya no les temo, y algunos llegan hasta el cobertizo para buscar frutas, queso o miel.
Después, antes de que amanezca, desaparecen bajo las ramas de los nísperos y paraísos, mientras el viento arrastra muy lejos sus gemidos.

Emilio Medina Muñoz

Una preciosa criatura, caminaba por la acera de lo superfluo, mirando los envoltorios de fina seda, que se asomaban a los escaparates de la abundancia. Unos zapatos de doce centímetros, hacían equilibrios, para no derribar a tan bella portadora.
Distraídamente, vio las lágrimas del animal, reflejadas en los brillos de un carísimo bolso, mientras la indumentaria de pulido brillo blanco, envolvía la silueta de un relleno de porespan.

En la esquina, un hombre pobre, un paria, un deshecho de la sociedad, tomaba del suelo la punta de un cigarro, lo encendía con gran ceremonia, y sonreía de su buena suerte. Tenía tabaco y el Sol alumbraba. ¿Para que más?

Pascual Marrazzo

La Ventana



Las ventanas de mi barrio no sólo se adornaban con glicinas y malvones. Algunas, eran verdaderos marcos del arte cotidiano. Otras, famosas por las bellezas de las muchachas, aumentaban el tránsito por sus veredas y la barra de las esquinas.
Yo solía frecuentar una de balconcito bajo y barandas de bronce, donde brillaban las caritas traviesas de las hijas de Casimiro.
Era tan joven que no puedo precisar ahora, si a mi paso lo obligaba el amor o la vanidad de mi cabecita engominada.
Lo que sí recuerdo bien, es que a pesar de los rumores de la época, podía recibir esas muecas cómplices que duraban por días dentro de mi corazón.
Un día el viejo Casimiro aprisionó la ventana con una pesada reja y no contento con ello, la enlutó con unas cortinas negras. Había inutilizado la ventana y por ende, despoblado de muchachos la vereda y la esquina.
Tal vez, si se hubieran medido las consecuencias, nadie hubiese osado robar. Lo cierto es, que la macana estaba hecha y a una de las hijas de Casimiro, le faltaba un beso.

Liliana Díaz Mindurry

LA ABANDONADA

Ahí mesmo me despedí / de mi infeliz compañera. / Me voy –le dije-,andequiera/ aunque me agarre el gobierno, /pues infierno por infierno, / prefiero el de la frontera.
JOSE HERNANDEZ


Hubo una vez o había una vez o es un eterno, miserable presente en el que marchan, marcharon o marcharán por el desierto (si es que eso es un desierto), ambos a caballo (si es que eso es un caballo), él, los ojos cortados a tijera de escritorio, colocados a golpes de maza sobre el cráneo chato, ojos donde bailan los perros pero los perros de escenografía (él, si es que él existe), ella, ojos aguados con barcos que no se amarran a ningún puerto –porque la llanura es un mar verde donde nadie llega a ninguna parte- barcos deshechos (ella, si es que ella existe), él, nublado o avanzando en humaredas, como si tuviera el cuerpo hecho de letras, versos, estrofas, o quién sabe, frases, cara de papel y tinta, ella, algo más corpórea en su neblina, pero también hecha de la sustancia deleznable de las palabras, el caballo que se hace cada vez más fantasmagórico, incluso a veces deja de existir y su relincho es apenas una brizna de silencio o un ruido de hojas ejecutado por cualquier mano más o menos aburrida, la noche, la tremenda noche del desierto, apenas un lienzo negro esbozado a lápiz, el desierto, una sábana verde y una línea interminable que termina sin embargo en un falso horizonte trazado con regla, hubo una vez, habrá una vez o hay una vez en la que el caballo se mueve en un movimiento ficticio hacia ninguna parte, donde hay recuerdos, pero pertenecen al presente, un entierro en el pajonal, y después el hambre, el hambre hecho de tristeza o la tristeza hecha de hambre, sobre todo el miedo de ella, la de ojos aguados, miedo del indio que acecha o de otra cosa muy solapada más temible que las tolderías, comen a veces carne cruda o raíces de sueño, carne cruda y raíces sin gusto ni consistencia, son guiados por estrellas, vientos y animales imaginarios, animales que son ruidos o insectos pequeños entrelazados de collares que entran en la retina de Alguien que lee en algún escritorio, y es una noche o es un día, o son días y días que son como una sola noche, qué llanura, qué noche, qué caballo, qué animales, vientos y estrellas, qué hombre, qué mujer, qué entierro, qué pajonal, qué alimentos, pero hay tristeza y hambre en alguna parte, hambre de existencia, el hombre –Martín Fierro lo llaman- le habla a la mujer –cautiva le dicen- le habla con palabras huecas como suspiros de muerto: que han alcanzado la estancia, la tierra sin salvajes, que debe irse, le habla en verso de infiernos y de fronteras, y entonces ella le contesta con otra voz, hueca también, pero diferente a la de antes, que por favor no se vaya, que no la deje sola, por favor, por Dios, si es que hay un Dios más allá de las cadenas de escritorios, él con voz siempre hueca, pero diferente a la de antes, se enoja, le dice que no lo distraiga, que ya no puede responder en verso, que José Hernández ha dispuesto que debe encontrarse con sus hijos y que ése es el destino, José Hernández dispone, no hay otro Dios que no sea José Hernández en su teología y no es posible escapar a sus designios, ella, aterrada, le explica que entonces desaparecerá para siempre, se hundirá en la nada, no te hundirás, responde él siempre airado y con la voz diferente, prosaica, sin palabras gauchescas, será el eterno retorno, volverás cada vez que alguien te convoque, así le dice y ella: volverá el indio y mi dolor, volverá a morir mi hijo, así ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencios, volverás a pelear, a bailar en la sangre, pero él ya se ha ido como si no hubiera estado nunca, como si jamás hubo una vez no hay ni habrá ni la más ínfima vez, los ojos aguados lloran lagos, mares, océanos de tinta con la suavidad del odio, a lo lejos hay una luz de amanecer, una diminuta luz, una luz que no es luz, una luz enmascarada, disfrazada, con antifaces, ella deja de llorar y observa asombrada que todavía existe, que Martín Fierro ha partido hacia su destino encuadernado, pero ella todavía existe, soy, piensa, no me han hecho de letras, de palabras, de giros gramaticales, soy, piensa, soy, y tiene ganas de torcerse de alegría, se ha escapado de su eterno retorno con el indio y el hijo muerto, aunque el indio y el hijo están hecho de la misma sustancia apalabrada, entonces, no la rodea un campo dibujado, no mira un caballo fantasmagórico, mis ojos aguados son reales, los barcos de mis ojos se amarran a un puerto, estoy hecha de carne y sangre, no soy vació disfrazado, hay un Dios fuera de los dioses de escritorio, ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencio, destinada no obstante a desaparecer cuando termine la interminable frase en ese excremento de mosca fantaseada, en esa brizna, en esa nada del punto.
(De "Ultimo tango en Malos Ayres", 2º edición, Ruinas Circulares, 2008)

SUSANA CATTANEO

ELLA



Ella camina sobre las puertas del bosque. Encierra la luz entre follajes y liebres. Detiene su sombra sobre mi rostro. Saluda campanarios y flota sobre el mediodía que se cubre de magia.
Sigue caminando de espaldas al tiempo con una cesta cargada de jade. Tiene, también, la liviandad del azogue, de los navíos amarrados al último arcoíris.
Tanto esperó para soñar la realidad del fuego. Tanto para vestirse de niebla y rubíes de agua.
Ella, ahora, llega a la llave de todos los misterios. Entra en mi corazón. Lo llena de infinito y me regala la eternidad.